“La Navidad puede ser lo que yo quiera que sea”: resignificar las fiestas cuando tu familia es migrante
Tengo recuerdos difusos de la Navidad en mi infancia. Recuerdo que no teníamos árbol en casa pero sí en el restaurante chino. Recuerdo los villancicos con sabor a coplas en las calles de Estepona y que, por esas fechas, en nuestro (ex) restaurante también los ponían; aunque nadie de mi familia ni los cocineros chinos ni las camareras se los supieran. También recuerdo que pese a que en mi familia somos cristianos, no celebrábamos la Nochebuena ni la Nochevieja española, por eso abríamos. Mi madre hacía un menú especial y compraba uvas y, casi siempre, el restaurante estaba vacío. Si alguien venía era gente que, por alguna razón, no estaba con sus familias, casi siempre extranjeros –o como dicen en Andalucía, “guiris”–. Era el marketing de la Navidad en nuestro restaurante chino, como todos los negocios españoles de nuestro alrededor.
Hubo otra Nochevieja en la que no había casi gente en el restaurante y, como mi interés por esa noche era igual a cero, me fui sola a casa. Esa noche pensé “empezamos un año nuevo y yo aquí sola, igual debería de haberme quedado”. Pero empecé el año sola en casa y no pasó absolutamente nada. Aunque esa Nochevieja no tuviera importancia, también recuerdo pensar: cuando sea mayor, pondré un árbol de Navidad en mi casa, un belén, tendré regalos... –no celebrábamos Reyes tampoco y ese día el restaurante sí que estaba lleno, lleno, lleno–.
No teníamos árbol en casa pero sí en el restaurante chino. Recuerdo los villancicos en las calles de Estepona y que en nuestro (ex) restaurante también los ponían, aunque nadie de mi familia ni los cocineros chinos ni las camareras se los supieran
Es como que, en estas fechas, la Navidad en sí misma cobra vida como un ente místico y absorbente. Las teles hablan de cuándo vendrán los Reyes Magos, aparecen los papanoeles en las terrazas –comprados en bazares–, las familias hacen el role play con los regalos, en los colegios preguntan a los niños “¿qué te han traído los Reyes Magos?”... Y si no estás dentro de ese ente místico y mágico, estás fuera. Fuera de las familias, fuera de la magia, fuera y sola.
Creo que es algo que no pasa con otras festividades religiosas, no existe esa cooperación de mantener una fantasía que esté en medios, cines, decoraciones callejeras y dentro de los hogares. Esto no pasa con la Semana Santa. “Estoy esperando un milagro de Navidad”, me decía una amiga que pasa por un desamor. ¿Y yo? ¿Yo qué espero? Creo que no he sentido nunca eso del espíritu navideño, ¿quizás pasé de sentir ausencia a sentir indiferencia?
España se apropió de Halloween como yo me apropié de la Navidad y le di mi significado.
Ahora vivo en un pueblo de 3.000 habitantes, en el que el pasado 31 de octubre las hijas de mi amiga salieron a pasear y a pedir caramelos en distintas casas. Los adultos nos juntamos en el estudio de la artista Mimi Ripoll disfrazados. Ese día también aprendí que en Casabermeja, un pueblo vecino, la víspera del Día de Todos los Santos los monaguillos pasaban casa por casa pidiendo comida para aguantar tañendo las campanas. Si pegaban a tu puerta y no les dabas, te maldecían, y esa tradición tiene cientos de años.
Es como que, en estas fechas, la Navidad en sí misma cobra vida como un ente místico y absorbente (...) Y si no estás dentro de este, estás fuera. Fuera de las familias, fuera de la magia, fuera y sola
Parece que Halloween no es tan estadounidense como pensábamos.
De Halloween me gustaba la diversión. Odio las películas de terror y odio pasar miedo, pero me parece extremadamente divertido disfrazarme e ir a fiestas temáticas con mi gente.
¿Y la Navidad? No es que quiera ser especialmente cristiana católica apostólica romana, mi yo niña quería unas Navidades más familiares y regalos, y que el estar con mis familiares no implicara el restaurante chino, es decir, trabajar. Para mi yo adulta, es una fiesta temática familiar no religiosa. Enfatizo en familiar, porque me gusta pasarla con MI familia. Alguien me dijo una vez que pasar las Navidades con familias de amistades la hacía sentir más sola, y yo, que he estado varias Nochebuenas con las familias de mis exparejas españolas, entiendo muy bien lo que quiere decir. Ser la eterna invitada, ser partícipe de la noche pero no mucho.
Mi Navidad es mi gente. Donde siento que pertenezco. Sin más. Sin poner el canal típico o el belén, pero poniéndonos los mismos pijamas rojos. Mi Navidad no es religiosa, pero sí gastronómica. Mi Navidad tampoco es con mis padres, es con mis iguales, las nacidas en España. Mi Navidad también podría ser viajando sola o con mi pareja. O también sola con mi gato (mis hermanas pasaron la pasada Nochebuena en Cancún y a una de ellas le mordió un mono). Pero sobre todo, ha sido una voluntad de reapropiarse de ese ente místico y decidir que puede ser lo que yo quiera que sea.
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