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En la actualidad, para muchas personas, tener tiempo libre representa casi una utopía. Pareciera que siempre hay algo para hacer. Más aún: pareciera que lo “correcto” y lo “deseable” es tener siempre algo para hacer. Los ratos libres y los momentos de ocio suenan a improductividad, a pérdida de tiempo.
Tal forma de vida, en principio, puede no ser en sí misma negativa. Sin embargo, llega un punto en que las demasiadas actividades y la falta de intervalos de esparcimiento hacen que se disparen los niveles de estrés y ansiedad. Y eso, desde luego, sí se torna un problema.
Hace poco más de una década, científicos de Escocia que analizaban los problemas de la memoria llegaron a una conclusión: el ritmo frenético de la vida actual y el exceso de información eran responsables de que las personas se estuvieran volviendo más olvidadizas.
Fueron estos especialistas -del CPS Research, una clínica de investigación con sede en Glasgow- quienes acuñaron el concepto de “síndrome de la vida ocupada”. Este problema no está reconocido oficialmente como un trastorno, pero en los últimos años se le han dedicado varios estudios.
Alan Wade, director del equipo de científicos escoceses, señaló que “olvidarse cosas es una parte normal del envejecimiento”, pero que pequeños despistes como no recordar el nombre de otras personas o dónde se han dejado las gafas, las llaves o el coche son cada vez más comunes en gente más joven.
Estos pequeños olvidos no tienen que ver con problemas de deterioro cognitivo como el alzhéimer, sino que están causados -según Wade- por las muchas actividades, la hiperconexión a internet, el estrés y factores derivados como un sueño insuficiente o poco saludable, que provocan a su vez dificultades para la concentración.
Vida ocupada no solo por cuestiones laborales
Estas cuestiones suelen relacionarse con el ámbito laboral, ya que es el trabajo lo que hace que muchas personas sientan una enorme exigencia y le destinen numerosas horas cada día. Comer sin levantarse del escritorio ni quitar la vista de la pantalla del ordenador es un ejemplo clásico de “vida ocupada”.
Sin embargo, ese demasiada dedicación termina siendo contraproducente. “Multitarea, estrés, falta de atención, sobrecarga: son aspectos que afectan seriamente al rendimiento, la motivación y el clima laboral”, explica Rafael San Román, psicólogo de la plataforma ifeel, especializada en apoyo psicológico para empresas.
San Román añade que tales factores “pueden dar lugar a cuadros de burnout en ciertos trabajadores especialmente vulnerables”. El burnout es conocido también como síndrome del trabajador quemado, un fenómeno ocupacional que afecta al 10% de las personas laboralmente activas.
Sin embargo, las señales del síndrome de la vida ocupada también se manifiestan por fuera de los espacios de trabajo. Por ejemplo, buscar algo para hacer mientras el microondas calienta algo durante treinta segundos, o que los minutos que lleva cepillarse los dientes pueden parecer una eternidad.
Otras señales posibles consisten en estar alerta en el supermercado por si la fila de al lado es más corta: la sensación de urgencia por “aprovechar el tiempo” y hacer algo más es permanente.
A mayor escala, apuntarse a cursos y clases sin dejar en la agenda un solo hueco libre puede ser parte de lo mismo. En los casos más extremos, hay quienes duermen sin desvestirse para no tener que “perder” tiempo la mañana siguiente volviéndose a vestir.
La “vida ocupada” como mecanismo de defensa
Según los expertos de ifeel, este tipo de vida resulta en muchos casos un “protector para el ego”. Esto se debe a que, además de estresante, esa rutina es gratificante, brinda una sensación de vitalidad y eficacia y evita el aburrimiento. Las múltiples actividades se tornan un recurso para sentir que la vida es útil, que tiene sentido.
En cambio, si el ciclo se frena y el “ruido” exterior cesa, la persona puede verse obligada a hacer introspección y a descubrir cosas que le generen angustia: pérdidas no superadas, falta de objetivos por fuera del trabajo, soledad, etc. Algo que le sucedió a no poca gente durante el confinamiento obligado por la pandemia de COVID-19.
“Cuando los 'ruidos' exteriores se detienen, afloran pensamientos, conflictos o sensaciones con los que no estamos del todo cómodos y nos surge la necesidad de huir de ellos”, explican desde ifeel. Llenarse de ocupaciones es un modo de huir de esa angustia, pero no, por supuesto, de resolver los problemas.
Por el contrario, el exceso de actividades suma problemas nuevos, como los ya citados para la memoria y otros derivados del demasiado estrés: desde irritabilidad y dolores de cabeza hasta trastornos alimenticios y depresión, sin olvidar que es un factor de riesgo y agravante para muchas otras enfermedades.
De hecho, el síndrome de la vida ocupada está muy relacionado con la llamada “enfermedad de la prisa”, expresión acuñada a mediados del siglo XX por el médico estadounidense Meyer Friedman para referirse a un estilo de vida con mucho estrés y dominadas por una constante sensación de urgencia.
Los estudios de Friedman y sus colaboradores demostraron que tal estilo de vida -también conocido como patrón de conducta tipo A- aumenta el riesgo de sufrir infarto de miocardio y otras afecciones cardíacas.
Cómo librarse del síndrome de la vida ocupada
En un primer momento, Wade y el resto de científicos escoceses plantearon la posibilidad de administrar un fármaco (memantina) en bajas dosis para combatir los efectos negativos del síndrome sobre la memoria.
Pero sin duda la mejor medida no es tomar medicación sino adoptar hábitos de vida más saludables, que permitan relajarse y reducir por medios naturales los niveles de estrés y ansiedad. Algunos de esos hábitos, recomendados por la psicóloga Silvia Olmedo, son los siguientes:
- Proponerse horarios de desconexión laboral. No leer ni responder mensajes ni realizar tareas relacionadas con el trabajo por fuera de los horarios establecidos. Por la noche, dejar las pantallas al menos treinta minutos antes de irse a la cama, para conciliar el sueño más rápido y que este sea de mejor calidad.
- Dejar espacios para el ocio y el descanso. No llenar la agenda de actividades para todos los días y, en la medida de lo posible, no aceptar demasiados compromisos y responsabilidades. Al menos no más de los que se pueda manejar.
- Cuidar la alimentación. Por un lado, llevar una dieta equilibrada, que siempre es beneficiosa para la salud. Por otro, dedicar un tiempo exclusivo para la comida, que signifique también una desconexión con el trabajo y otras actividades. Es decir, no comer y al mismo tiempo trabajar en el ordenador, hablar por teléfono, etc.
- Hacer deporte. Entre los numerosos beneficios de realizar ejercicios físicos con regularidad se encuentra el de reducir el estrés, por lo cual funciona como una suerte de antídoto natural contra las tensiones de la “vida ocupada”.
- Huir de la ansiedad. Dar paseos por la naturaleza, meditar y respirar, cuidar plantas de interior y de jardín, leer, escribir: son todas tareas que pueden considerarse “improductivas”, pero que también ayudan a reducir la ansiedad de forma natural y a alejarse de la “enfermedad de la prisa” y de la permanente sensación de urgencia.
Proponerse esas actividades -por supuesto, no como una “ocupación” más sino como una manera de dejar atrás las obligaciones y simplemente relajarse y disfrutar- es la manera más apropiada de dejar atrás una vida con ritmo frenético y acercarse al equilibrio entre las tareas estresantes y la necesaria y saludable tranquilidad.
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