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Santiago Abascal, el que más gana en el debate

Santiago Abascal, líder de Vox, durante su primer debate electoral

Ignacio Escolar

Albert Rivera confiaba en este debate para dar la vuelta a unas encuestas que le dan por enterrado. Dudo que lo haya logrado, porque en la competición al candidato más aparente para el votante conservador –que no el mejor, ni el que más réditos logró– le ganó Pablo Casado. Sin duda así lo presentarán gran parte de los medios de la derecha, siempre muy ordenados a la hora de abandonar los barcos que se hunden. Las mismas fuerzas que auparon a Rivera hoy juegan en su contra y han olido sangre. Probablemente este será su último debate.

Rivera impuso a la Academia de Televisión un atril tamaño XL. Ese horrible diseño fue respuesta a una petición de Ciudadanos. Eran grandes para esconder detrás su aparataje de accesorios y carteles. Entre ellas, destacó “este adoquín”, que “representa la amenaza a la democracia española”. Un Estado de derecho que debe de ser muy frágil, si una algarada callejera y unos pedruscos lo ponen en tamaño jaque.

Las medidas anunciadas por Sánchez dejan clara cuál es la estrategia del PSOE en esta campaña: ganar por el centro y robar el máximo posible de los votos que abandonan a Albert Rivera. El presidente en funciones hizo algunos guiños sociales a la izquierda pero reservó sus propuestas más sonadas para disputar votantes a Ciudadanos, ese solar abandonado que creen que les dará una victoria más holgada que, por ahora, solo ven con claridad en La Moncloa.

El PSOE se reservó para el debate algunos anuncios importantes, coherentes con esta estrategia de ampliar su base por la frontera derecha para ocupar el máximo espacio posible; para movilizar a los votantes menos ideológicos y que –en teoría– decantan las mayorías. Nadia Calviño será su vicepresidenta de Economía si Sánchez gobierna. Una asignatura por “la concordia”, que asume como ciertas algunas de las falsas premisas sobre la educación en Catalunya que afirma la derecha. Y una reforma del Código Penal para volver a incluir la convocatoria de referéndums ilegales como delito –algo que eliminó Zapatero y que el propio PSOE rechazó en el Congreso hace apenas unos meses–.

Sánchez lo hizo mejor que en el debate de abril y, sin ganar, perdió por menos. Fue capaz de colocarse en su relación con el resto como el presidente más probable, por eso acaparó la mayoría de los ataques. Su plan parece claro: movilizar a más votantes de la abstención, ocupar el espacio central del debate político y dejar claras las “diferencias” con Pablo Iglesias en temas como los “presos políticos” en Catalunya, las donaciones de Amancio Ortega o el Gobierno de coalición.

Pablo Iglesias fue de menos a más. Fue de nuevo el mejor orador en el debate, aunque anoche no ganó con tanta contundencia como en los de la campaña de abril. En el arranque estuvo algo desaparecido y desganado, y se creció en el bloque social y en el minuto de oro. Tal vez Podemos vuelva a recuperar votos sobre el nuevo retroceso que le pronostican las encuestas. No sé si tantos como los que remontó en los debates de la campaña anterior.

En el marcador de las mentiras, Iglesias fue el candidato que menos abusó de los datos falsos o las medias verdades. También el único que defendió sin complejos el diálogo con Catalunya. “Usted y yo” –le dijo a Sánchez– “no nos tenemos que achicar ante esta derecha ignorante y agresiva. Nos está oyendo mucha gente en el País Vasco, en Galicia, en Andalucía, en Cataluña, que están hartos de que les expliquen que ser español es una cosa que decidimos los madrileños”.

Pablo Casado mintió con la solvencia habitual. Con el desparpajo de máster con el que siempre lo hace y que le permite dar lecciones de lucha contra la corrupción a los demás –mientras tu cabeza de lista por Cádiz está pringada en la Gürtel–, reescribir las sentencias de la Audiencia Nacional, inventarse “relatores” en Pedralbes o dar clases de primarias –él, que en las suyas quedó segundo y venció gracias a un “pacto de perdedores en los despachos”–.

Casado fue eficaz en sus enganches con Ciudadanos y renunció a ser el martillo más duro de la derecha. Ese fue, otra vez, Rivera. Que de nuevo se pasó de revoluciones. Casado insistió en su mensaje más importante: el voto útil de la derecha contra Sánchez. No está muy claro que lo lograse.

Santiago Abascal pasó la mayor parte del tiempo hablando solo. Como un hombre del tiempo que se colara en un programa de televisión que no es el suyo para soltar sus mentiras xenófobas sobre los menores migrantes, la “islamización”, la delincuencia, las autonomías o la violencia machista.

El líder de Vox logró algo que, hace no tanto, era un sueño para su partido: una tribuna en la mesa de los mayores. Minutos y minutos para hablar en el horario de máxima audiencia. Nadie le quería tocar ni con un palo. Por eso nadie le interrumpía.

Fue un mitin en prime time, sin apenas contestación, y que probablemente reforzará sus expectativas electorales. Abascal no esperaba ganar en las esgrimas dialécticas –él tampoco se metió en muchos líos–. Solo quería decir lo que quiere escuchar ese franquismo sociológico que le puede aupar al 15% de los votos, hasta la tercera fuerza en el Parlamento, hasta los 40 o incluso los 50 diputados. Y ayer lo consiguió. Me temo que será Vox quien más rentabilice electoralmente este debate.

Abascal fue ignorado durante casi dos horas por todos los demás candidatos, salvo contadas ocasiones. Una, con Albert Rivera, para hablar de ese chiringuito en el que le colocó el PP de Madrid y donde el líder de Vox respondió con más mentiras que palabras –lástima que Rivera haya decidido mantener en el Gobierno de Madrid a los mismos de las mamandurrias–. Otra, con Pablo Iglesias, al que intentó dar lecciones sobre ETA, que el líder de Podemos respondió en uno de sus momentos más brillantes. La tercera, con Pedro Sánchez, a cuyo partido acusó de dar un “golpe de Estado” en 1934.

El único de todos los candidatos que no se cruzó ni una sola vez con el líder de la ultraderecha fue Pablo Casado. Ni media palabra, ni a favor ni en contra. Si el PP gana las elecciones, Abascal será su vicepresidente.

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