Es cierto, Grecia nunca ha sido un país donde las mujeres hayan tenido un gran peso en la política. El Gobierno de Antonis Samaras solo tenía una ministra en un gabinete de 17, y el récord en igualdad en un Consejo de Ministros de este país es de los años del socialista Yorgos Papandreu, con apenas cinco ministras de 14.
También es verdad, como recuerda Iñigo Sáenz de Ugarte en este artículo, que sí hay algunas mujeres, muy pocas, en el gabinete griego de Alexis Tsipras, aunque en un rango inferior: como viceministras; y también que Syriza es el partido político con más mujeres en el Parlamento griego: el 29,5% frente a una media del 22,6%. Pero todos estos matices no evitan que esta primera decisión del nuevo Gobierno sea en cualquier caso lamentable. Que un partido que se reivindica como izquierda radical no sea sensible ante una de las desigualdades más evidentes –la discriminación de la mujer– es simplemente decepcionante.
Sin embargo, no quiero hablar de los griegos sino de los españoles: de las excusas y falacias que estos días he visto en Twitter defendiendo o justificando esta decisión de Alexis Tsipras. Los tuits son de quien los firma. Entre líneas, mi respuesta.
¿Acaso es incompatible una cosa y la otra? ¿Es necesario elegir entre nombrar a ministras y salvar a los griegos de la pobreza? ¿Es que solo los hombres están preparados para afrontar tal tarea?
Basta con ver el Parlamento griego –o cualquier otro– para que quede claro que la alopecia nunca ha sido un motivo de discriminación en la política.
Que una ministra lo haga mal no significa que todas las mujeres lo vayan a hacer mal. Se podría repetir el mismo argumento con una foto de José Ignacio Wert o de Mariano Rajoy como prueba de la incompetencia masculina, y seguiría siendo una falacia. Y a casi nadie se le ocurriría mandar este mismo tuit con imágenes de Soraya Sáenz de Santamaría y María Teresa Fernández de la Vega, dos mujeres de las que –al margen de ideologías– pocos se atreven a cuestionar su competencia.
¿Y casualmente los doce mejores son hombres? ¿De verdad hay quien se crea que no hay una sola mujer en toda Grecia preparada para ser ministra? ¿Ni una sola?
El ejemplo es excelente: la “libertad” de ahumar al prójimo es equivalente a la de discriminar a las mujeres. Las cuotas no son la solución ideal, lo admito; ojalá no fuese necesario imponerlas por ley y ojalá en el futuro la discriminación positiva pierda su sentido. Pero sí las defiendo hoy, porque son una buena manera de arreglar este problema y los países que primero las aplicaron –los del norte de Europa– hoy son los más igualitarios del mundo. Claro que, para aceptar que hacen falta cuotas, hay que partir de un diagnóstico que algunos no quieren ver: que la mujer sigue hoy discriminada.
La decisión de no nombrar mujeres entre las ministras está mal, por lo que ya es criticable, independientemente de cuál sea el éxito de las demás decisiones de Tsipras y su Gobierno. Curioso también el término “sexista” en este contexto. Lo sexista, en realidad, es discriminar a la mujer, no criticar unos nombramientos machistas.
Estaría bien, aunque en Grecia los negros son una rarísima minoría –la inmigración en total es apenas el 2,4% de la población y la mayoría es de origen eslavo o albanés–. A diferencia de otros países –el más obvio es Sudáfrica, que también aplica la discriminación positiva para corregir los abusos anteriores–, en Grecia no existe ese problema. En cambio, un poquito más de la mitad de todos los griegos son mujeres.
Que una decisión sea acertada no excusa que otra sea lamentable.
Para algunos, ser mujer es todo ventajas: te dejan pasar antes por la puerta, puedes entrar gratis en algunas infectas discotecas (como parte de la mercancía que ofrece el local en cuestión)… Que luego ellas cobren en España un 16,2% de media menos que los hombres o que tengan menos peso en las decisiones que nos afectan a todos son, al parecer, pequeños detalles sin importancia.
En cuanto al popular insulto de “feminazi”, merece comentario aparte. En el fondo, es una táctica clásica de la propaganda goebbeliana: presentar a la víctima como si fuese el verdugo.
Dudo mucho de que un Consejo de Ministros donde las mujeres fuesen mayoría legislase en su contra. Y que Syriza reconozca los derechos de las mujeres no es un mérito: es un mínimo. La lucha por la igualdad hoy no consiste en reconocer esos derechos, sino en hacer que se cumplan.
Al menos ya nadie argumenta que “quizá” la mujer es menos inteligente que el hombre. En cuanto a la falta de preparación, también es falso. Hace años que hay más mujeres licenciadas universitarias que hombres en toda Europa. En Grecia, aunque no son mayoría, la diferencia entre mujeres y hombres licenciados es mínima. La desigualdad no está en la preparación: está en los nombramientos (en lo público y en lo privado). Y el origen de esta discriminación está en el peso de la historia: la de esas mujeres a las que no se dejaba estudiar, votar o abrir una cuenta corriente hasta hace muy poco. En España, hasta hace apenas tres décadas, había incluso un delito de adulterio, aunque solo podía denunciar el marido, y no la esposa. Que los derechos ya sean iguales para hombres y mujeres no acaba con la inercia de siglos y siglos de machismo.
La hipocresía de la derecha no justifica los errores de la izquierda.