¿Lo escuchan? Es el silencio informativo previo al rescate de España, una calma que el Gobierno llena de aspavientos porque de los silencios rara vez salen titulares de portada. Es Wert diciendo que “el número de alumnos por clase no aumenta, se flexibiliza”. Es De Cospedal sugiriendo encarcelar a quien convoque un referéndum (el mismo día que David Cameron firma uno con Escocia). Es Luis de Guindos vendiendo como “buena noticia” que el PIB caiga otro 0,4% en tres meses porque “hay cierta estabilidad en los datos negativos”. Es Mariano Rajoy, otra semana más sin acudir a la sesión de control del Congreso de los Diputados. Es un toque de balón pausado y lento, un intento por llenar los telediarios de noticias idiotas, mientras se gana tiempo para que acabe el partido: para que los gallegos voten. Para solicitar después el rescate.
En la izquierda gallega no son optimistas sobre el resultado de las elecciones, aunque confían en que aún quede la esperanza. Temen que Alberto Nuñez Feijóo tiene ganada la mayoría absoluta, pero lo mismo aparentaba hace no tanto en Andalucía. En el entorno del candidato del PP a la reelección dicen que se le nota muy nervioso e irascible; que él mismo no parece verlo claro. Se juega todo, y lo de menos es Galicia. Feijóo depende de pocos votos y este domingo solo puede irse a la cama de dos únicas maneras: o como un cadáver político o como el nuevo delfín de la derecha. Si gana el domingo, podrá ser en un par de años el nuevo presidente del Gobierno, cuando Mariano Rajoy termine de quemarse con ese rescate que, irónicamente, ahora retrasa para facilitarle a su futuro rival interno la victoria. Si pierde, se irá a casa.
Pronto se cumplirán diez años de la catástrofe del Prestige, un hundimiento al que Feijóo le debe su gran oportunidad en la política. El chapapote asfixió a Xosé Cuiña, el eterno aspirante a sucesor de Fraga– y su rival, Mariano Rajoy, pudo lanzar así a un político, Feijóo, que hasta entonces había jugado en segunda fila. Curiosamente, el señor de los hilillos, hoy presidente del Gobierno, salió vivo de esa misma ponzoña que le permitió alquitranar a sus rivales gallegos.
Este domingo, Feijóo se la juega, pero también la dividida izquierda gallega. Es casi su última oportunidad de recuperar Galicia. Si gana el PP y reforma la ley electoral como ya ha anunciado –dando más peso a los votos de las provincias del interior, donde el PP barre– Galicia quedará blindada en manos de la derecha, aunque la mayoría de los gallegos votasen a la izquierda. Haría falta un tsunami electoral hoy inimaginable para desalojarles con esa reforma electoral. Ni siquiera repitiendo los resultados que permitieron a Emilio Pérez Touriño derrotar a Manuel Fraga en 2005 perdería el PP el control de la Xunta.
Por todo esto, porque la apuesta es tan alta, el silencioso es tan clamoroso estos días. Es mejor hablar de españolizar a los niños catalanes que de alemanizar el mercado laboral o las pensiones. Es más cómodo para el PP discutir sobre la patria que sobre las consecuencias del rescate. Es mejor hablar de las banderas que del coste que tendrá para los ciudadanos vender a los mercados nuestra soberanía.