Toni Roldán: “Todas las estrategias políticas tienen costes, pero en mi opinión los costes para España de la estrategia elegida por Ciudadanos son demasiado altos”.
La estrategia de Ciudadanos, la que ha sumido al partido de Albert Rivera en esta crisis, se decidió el 18 de febrero de 2019. Ese día, la Ejecutiva del partido discutió qué hacer ante las próximas elecciones generales: cómo afrontar el surgimiento de Vox y la rivalidad que eso les suponía en la derecha.
En esa reunión, primero hablaron los políticos, los miembros de la Ejecutiva. Juan Carlos Girauta y José Manuel Villegas defendieron el veto a Sánchez y el giro a la derecha, mientras que Luis Garicano y Toni Roldán argumentaron que había que mantenerse en el centro, no vetar acuerdos con el PSOE y marcar distancia con Vox. Tras un buen rato de discusión, Albert Rivera planteó que una decisión así necesitaba de argumentos técnicos. ¡Que entren los técnicos!, e hicieron llamar a los politólogos del partido, los que manejan las encuestas.
Los técnicos explicaron datos demoscópicos muy similares a los que José Fernández-Albertos desarrolló en este interesante artículo: que la mayor parte de sus votantes venían de la derecha, que Vox estaba mordiendo su base electoral y el principal argumento era el pacto al que llegó Albert Rivera con Pedro Sánchez en 2016, que irse a la derecha suponía un desgaste por el centro, pero que el desgaste sería mucho mayor si no cerraban completamente la puerta a un acuerdo postelectoral con el PSOE.
Visto el resultado del 28 de abril, los técnicos acertaron. Las urnas premiaron esta estrategia. Ciudadanos no solo evitó que Vox lo superase, sino que estuvo muy cerca de lograr el sorpasso al PP de Pablo Casado. El giro a la derecha decidido por Albert Rivera salió rentable. Otra cosa es el precio.
Toni Roldán: “Cómo vamos a construir un proyecto liberal si no somos capaces de confrontar con la extrema derecha que está en las antípodas de lo que defendemos”.
Roldán tiene razón en su crítica, aunque obvia un dato importante: que Ciudadanos solo ha sido un proyecto liberal durante unos años de su pequeña historia. Que los giros ideológicos del partido de Rivera han sido constantes, siempre a la búsqueda del rédito electoral y la ambición de poder de su líder, más que a la defensa de un proyecto ideológico. Que los principios siempre fueron prescindibles para Albert Rivera.
En 2009, Ciudadanos no solo no confrontaba con la extrema derecha sino que iba en coalición con ella. En un acuerdo cuya financiación nunca se ha explicado, Rivera pactó una candidatura conjunta para las elecciones europeas con Libertas, un grupo ultraderechista y euroescéptico liderado por el millonario irlandés Declan Ganley.
Aquel pacto se fraguó en los estudios de Intereconomía, esa televisión reaccionaria, propiedad de Julio Ariza, donde Rivera y otros muchos políticos empezaron a darse a conocer como tertulianos. Este empresario navarro, que fue diputado autonómico del PP catalán en los años de Alejo Vidal-Quadras, fue el gran muñidor de esa coalición con Libertas y colocó de cabeza de lista a uno de sus amigos, el abogado Miguel Durán. Villegas era el número dos de la candidatura. Fue un gran fracaso: apenas 22.000 votos en toda España. No sacaron ni un escaño.
Años después, Rivera calificó esa candidatura con Libertas como “un gran error”. Cabe preguntarse, por otra parte, qué defendería hoy Albert Rivera si aquella aventura ultra le hubiera funcionado.
De Ariza se pueden decir muchas cosas, pero no que haya cambiado de chaqueta: siempre ha defendido lo mismo y primero lo hizo en el PP de Alejo Vidal-Quadras, después en Libertas-Ciudadanos y finalmente en Vox, un partido que también nació con su respaldo. En las últimas elecciones, como gesto simbólico, Ariza cerró la lista del partido de Abascal por Barcelona. Hoy Intereconomía es la televisión oficiosa del partido y Ariza ha colocado en las listas de Vox a varios de sus tertulianos.
El propio Santiago Abascal, al igual que Julio Ariza, también jugueteó con Ciudadanos antes de apostar por Vox. En febrero de 2013 –unos meses antes de fundar Vox– participó en primera fila en el primer acto público de Movimiento Ciudadano, el salto del partido de Albert Rivera, entonces Ciutadans, a la política nacional.
Toni Roldán: “Cómo vamos a ser creíbles en nuestro compromiso de regeneración si vamos a sostener a gobiernos que llevan más de 20 años en el poder”.
Hace apenas un año, según una serie de encuestas de Metroscopia, Ciudadanos era el partido más valorado por los españoles en tres atributos esenciales para definir un proyecto político: era el más creíble, el que más ilusión generaba y el más capaz de combatir la corrupción.
En estos tres indicadores, desde la moción de censura de Pedro Sánchez, la puntuación de Ciudadanos se ha desplomado y aún les queda recorrido a la baja porque la última de estas encuestas es previa a su decisión de “regenerar” la vida política en las autonomías de Madrid, Murcia y Castilla y León de la mano de un partido agujereado por la corrupción y que lleva décadas gobernando estas instituciones de forma ininterrumpida.
En Madrid, la regeneración consiste en aupar a la presidencia de Madrid a Isabel Díaz Ayuso, otro soldado más del PP madrileño, sin más experiencia de gestión que unos meses como viceconsejera y unos años llevando las redes sociales de Esperanza Aguirre y su perro Pecas.
Ayuso aún no llegado a la presidencia y ya tiene la primera mancha más que sospechosa: ese crédito impagado que concedió una empresa semipública –Avalmadrid– a su padre contra el criterio de los técnicos. Fueron 400.000 euros que se llevó la empresa familiar, dejando como garantía una nave ilegal; todo esto, en una época en la que Díaz Ayuso ya trabajaba como fontanera del partido, en los años en los que Avalmadrid era el banco de favores de los amigos del PP. Con menos que esto, cualquier líder de izquierdas estaría ya fuera de la política.
Toni Roldán: “No me voy porque yo haya cambiado sino porque Ciudadanos ha cambiado, este no es el contrato que yo firmé”.
Ciudadanos nació en 2006 como un movimiento “cívico y transversal”. En su primera asamblea, se situó en el “centro izquierda. En aquel momento Albert Rivera defendía ”el laicismo“ y definía el partido como ”socialdemócrata“ y ”liberal cuya principal vocación, según esta crónica de ABC de su primer acto público en Madrid, era “colaborar con los grandes partidos nacionales para que no dependan de los nacionalistas a la hora de gobernar”. De ahí Ciudadanos hizo un intento por la extrema derecha en 2009, abandonó la socialdemocracia en 2017 y se ha movido definitivamente a la derecha en 2019. Ciudadanos ha cambiado, sí. Y la coherencia nunca ha sido su punto más fuerte.
Toni Roldán: “Cómo vamos a superar la dinámica de confrontación entre rojos y azules que vinimos a combatir si nos convertimos en azules”.
Primero fue Francesc de Carreras, fundador del partido, quien acusó a Albert Rivera de comportarse como “un adolescente caprichoso”. Después Manuel Valls, fichaje estrella, que recordó a Ciudadanos que un partido que se dice liberal no puede pactar con la extrema derecha. Más tarde hablaron Toni Roldán, y Javier Nart, y Francisco Igea... y las críticas llegaron al corazón del partido: a su Ejecutiva.
El problema de Rivera ya no es solo quién le lanza estas críticas, que no son unos cualquiera en su partido. Es que una gran parte de su electorado las comparte. Las mismas encuestas que, en febrero, le decían a Rivera que vetase un acuerdo con Pedro Sánchez hoy le muestran que su votante está mayoritariamente de acuerdo en permitir un gobierno del PSOE que no dependa de Podemos y los independentistas. No es que les guste mucho Sánchez, que no les gusta. Pero les disgusta aún más la alternativa: la mayoría de los votantes conservadores –hasta los de Vox, según las encuestas– prefieren un acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos a un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos. Lo mismo ocurre con el poder económico, que tampoco oculta sus preferencias.
En partidos tan personalistas como Ciudadanos todo puede ocurrir, porque la última palabra la tiene solo Rivera y los individuos son menos previsibles que las organizaciones. Pero dudo mucho que entregue la abstención que pide el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez, por varias razones. La principal: que para Albert Rivera sería la última pirueta.
La abstención de Ciudadanos destrozaría a su partido de forma muy similar a cómo la abstención del PSOE en la investidura de Rajoy destrozó a Susana Díaz y a su gestora. Y la situación de Rivera en 2019 es algo distinta a la que tenía en 2016. Ese año se comió sus palabras y permitió la investidura de Rajoy porque la otra opción –las terceras elecciones en un año– mandaban a su partido a un escenario aún peor. Hoy no está tan claro que sea así. En el bloque conservador, una repetición electoral probablemente beneficiaría al PP en detrimento de Ciudadanos y Vox, pero también daría una nueva oportunidad de gobernar a toda la derecha
En La Moncloa siguen todos estos movimientos en la derecha con especial atención. Algunas de las personas más próximas a Pedro Sánchez aún confían en que esta crisis en Ciudadanos acabe permitiendo una investidura más barata por la derecha, en términos de cesión de poder, que la que pide Unidas Podemos por la izquierda. Lo ocurrido entre el PP y Vox este martes –que complica el acuerdo que aún está por cerrar en la Comunidad de Madrid– también da argumentos a quienes defienden en el equipo de Sánchez que no hay prisa por cerrar un acuerdo con Pablo Iglesias. Creen que la espera está desgastando a la derecha y que las exigencias que hace Podemos –dice el PSOE– son demasiado altas y no garantizan una mayoría sólida.
La reunión entre Iglesias y Sánchez de este martes en La Moncloa fue mal. No han trascendido todos los detalles del encuentro, pero sí una clave importante: que Sánchez se presentará a la investidura este mes de julio, con apoyos o sin ellos.
Con los datos que hoy tenemos, es muy dudoso que esa primera investidura salga adelante. Y de ahí pasaremos otra vez a la estrategia Mad: al juego del gallina entre PSOE y Unidas Podemos. A toda velocidad, hacia el precipicio, hasta que uno de los dos frene.