Ni siquiera la manifestación más multitudinaria que se recuerda en muchos años en Madrid va a ser suficiente como para hacer al Gobierno de Isabel Díaz Ayuso reflexionar. Cientos de miles de personas salieron este domingo a la calle, contra los recortes en la sanidad pública. Pero la respuesta del PP demuestra que Ayuso no piensa escuchar. “Ha sido un enorme fracaso (...) el 99% de los madrileños no han apoyado la manifestación”. Esa fue la valoración oficial.
No es que estén ciegos. No es que no quieran ver. Es que ésta ha sido siempre su forma de actuar. Porque toda la carrera de Ayuso se resume en una estrategia extrema de confrontación, en el uso indiscriminado de la polarización, en el ‘conmigo o contra mí’.
A Isabel Díaz Ayuso esta técnica trumpista le ha funcionado hasta ahora muy bien. Creció en las encuestas con la política de ‘más cañas y menos covid’. Se convirtió en la gran referencia de la derecha al poner todos sus recursos en ser la líder de la oposición a Pedro Sánchez, en vez de la presidenta de Madrid. Ganó las elecciones con su “comunismo o libertad”. Y desde entonces sigue resolviendo todos los conflictos igual.
No hay mano izquierda, ni diplomacia ni ninguna otra herramienta política que no pase por el choque y la confrontación. Tampoco la más mínima intención, ni siquiera como retórica discursiva, de gobernar para todos los madrileños. Ella solo piensa en su mitad. Y en su discurso: lo prioritario es bajar los impuestos para dejar el estado del bienestar al mínimo, no cuidar de la sanidad. Salvo que pierda las elecciones, nada la va a frenar.
El problema, para Ayuso, es que no hay tantos ciudadanos madrileños dispuestos a tragarse el cuento de que todos los sanitarios son parte de la izquierda sindicalista y radical. No se puede polarizar con todo, y este discurso de “médicos comunistas o libertad” puede que esta vez no le vaya a funcionar. Porque incluso entre sus propios votantes hay médicos, hay sanitarios y hay sobre todo pacientes que pueden ver con sus propios ojos, sufrir en sus propios cuerpos, el nivel de abandono y deterioro que padece la sanidad pública madrileña, tras más de un cuarto de siglo de gestión del PP.
Los problemas en la sanidad pública española no son exclusivos de Madrid. Pero los datos del Gobierno de Ayuso son los que son.
Madrid es la comunidad autónoma más rica de España, pero también una de las que menos presupuesto público invierte per cápita en sanidad.
Madrid es la región española con más porcentaje de ciudadanos con seguros privados, con gran distancia sobre las demás –el colapso en el servicio público obliga a muchos a pagar–.
Madrid tiene problemas para contratar médicos simplemente porque sus condiciones laborales son malas, porque los tiene en precario y porque no les paga bien; porque en otras comunidades con menor coste de la vida, el sueldo les renta más. Madrid es la autonomía con más médicos internos residentes (los famosos 'MIR', en formación), pero después no los logra retener.
La autonomía más rica en España es incapaz de hacer funcionar correctamente los centros de urgencias que ya existían antes de la pandemia, pero hay grandes planes para el circuito del Jarama, esa prioridad. Madrid tampoco invierte lo necesario en Atención Primaria, pero sobra el dinero para perdonar impuestos a los más ricos, para que su hermano pegue un pelotazo de casi 300.000 euros vendiendo mascarillas o para que Toni Cantó se entretenga un añito con su Oficina del Español.
¿La gran inversión de este gobierno en sanidad? Fue un plató de televisión, el famoso ‘hospital de las pandemias’ para el que se presupuestaron 50 millones de euros, acabó costando tres veces más y hoy no tiene apenas uso ni función. El afán propagandístico de este centro fue evidente hasta en su denominación. Lo bautizaron Isabel Zendal porque, casualmente, no encontraron a otra enfermera con un nombre de pila distinto al de la presidenta a quien homenajear.
Las últimas encuestas colocan a Ayuso al borde de la mayoría absoluta en las próximas elecciones: por la desaparición ya completa de Ciudadanos y el retroceso de una ultraderecha que, frente a la lideresa madrileña, no tiene muchas animaladas con las que diferenciarse y destacar. Pero con el desastre en la gestión de las urgencias, que ha escalado en esta enorme movilización, Ayuso puede tropezar. Puede, que no es seguro. Porque sigue contando a su favor con un apoyo mediático capaz de cargarse en tres días a Pablo Casado o dejar recientemente en ridículo a Alberto Núñez Feijóo, con su cobardía ante la frustrada renovación del Poder Judicial.
Un dato: el domingo, Telemadrid estaba emitiendo un ‘madrileños por el mundo’, en vez de cubrir la manifestación más multitudinaria que se recuerda en muchos años en la ciudad.
Otro dato: la policía del Palacio de Cibeles tenía instrucciones de no dejar pasar a fotógrafos a ese edificio municipal, el más alto de la plaza, para evitar imágenes como la que ilustra este artículo (nuestro compañero, Olmo Calvo, sí se logró colar).
El PP intentó que no se viera, que no existiera esta manifestación. Pero incluso en un debate público tan tóxico y manipulado como es el de Madrid, el desastre de las urgencias madrileñas y el éxito de esta multitudinaria manifestación es un tema difícil de tapar. Quienes dimitieron ante este caos no fueron los malvados médicos sindicalistas: fue su propia dirección.
La prueba de que el desastre sanitario le está haciendo daño se demuestra con el esfuerzo que pone Ayuso cada día por desviar el debate público a cualquier otro lugar. Un día es ese absurdo de que Pedro Sánchez quiere encarcelar a la oposición. Al siguiente, un discurso negacionista sobre la crisis climática, tan burdo que avergonzaría a un terraplanista (o al famoso primo de Rajoy). Y mañana seguro que Isabel Díaz Ayuso busca otro disparate con el que copar los titulares. Cualquier cosa que sirva para tapar a los cientos de miles de madrileños que este domingo dijeron que basta ya.
No sé qué es más preocupante: que Ayuso crea que España sea una dictadura o que ponga en duda la legitimidad del Gobierno con un discurso protogolpista solo por puro interés. No sé qué es más alarmante: que Ayuso realmente crea que el cambio climático es un invento comunista o que lo diga por epatar. Porque si Ayuso es una ignorante, es muy grave; si estamos ante una demagoga sin escrúpulos es aún peor.
No descarten tampoco que Ayuso sea ambas cosas a la vez.
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