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El día en que el tesorero Álvaro Lapuerta quiso tirar de la manta

4 de junio de 2018 12:33 h

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Dos días antes de caerse en extrañas circunstancias y quedar postrado en coma, me reuní por última vez con Álvaro Lapuerta. Fue el 26 de abril de 2013, a las 12 de la mañana. Quedamos en su despacho de la calle San Agustín número 9, a pocos metros del Congreso de los Diputados. Era un momento tremendamente convulso para el PP y para un político, Lapuerta, que había gestionado la tesorería de ese partido durante quince largos años. La contabilidad en B y los sobresueldos habían visto la luz unos pocos meses antes. La justicia ya los estaba investigando y ese mismo día los peritos policiales habían acreditado que ese ‘visé’ que aparecía en cada página de esos papeles de la caja B era la firma de Álvaro Lapuerta, el jefe directo de Luis Bárcenas.

Lapuerta estaba escandalizado. No por la caja B, que él mejor que nadie sabía cómo nació, para qué se usó y cómo se nutría. Sino por la guerra interna que se había desatado en el PP contra Mariano Rajoy por parte de quienes, en su opinión, “más tenían que callar”: “José María Aznar y Esperanza Aguirre”. “Quiero contar la verdad sobre todo lo que ha ocurrido estos años en el partido”, me dijo Lapuerta esa mañana. “Quiero hacer un libro, mi biografía, y quiero contarte todo para que tú escribas mis memorias”, me espetó para mi enorme sorpresa. No fue la única noticia inesperada de ese día.

Conocía a Álvaro Lapuerta desde hacía cuatro años, desde principios de 2009, al poco de estallar el caso Gürtel. Entré en contacto con él a través de un conocido común, que me lo presentó en una comida. “Yo creo más en el individuo y tú en la colectividad, pero creo que nos podemos llevar bien”, me dijo entonces Lapuerta. Pronto me demostró que, a su manera, era un hombre de palabra, más allá de lo que suele ser habitual en la política.

En una de nuestras primeras comidas, en 2009, pregunté a Lapuerta sobre una importante reunión que explica muchas cosas de la Gürtel, y que ya me habían contado otras fuentes del Partido Popular. Fue un encuentro de Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre que se celebró en noviembre de 2004, en la sede del partido en Génova 13. En presencia de Rajoy, Lapuerta recriminó a Aguirre que su entonces número dos, Ignacio González, estaba detrás de un pelotazo en Arganda del Rey. Se trataba de aquella enorme operación urbanística, el área 124, que está hoy pendiente de sentencia en la segunda época de la Gürtel y que pasa por ser la mayor de las muchas operaciones corruptas en las que participó Correa.

Lapuerta me confirmó esa reunión, que conté en uno de mis artículos en marzo de 2009. Me costó caro. Por ese artículo y por otros más sobre los negocios de Ignacio González, el entonces vicepresidente de Madrid me demandó junto a otros tres de los periodistas que en aquel momento trabajábamos en Público. Félix Monteira, Jesús Maraña, Manuel Rico y yo tuvimos que ir a juicio. Ignacio González nos pedía 600.000 euros por injurias y calumnias: 150.000 euros por cabeza.

Ante aquella demanda de González, Álvaro Lapuerta hizo por mí lo que no suele hacer un político en esas circunstancias. Dio la cara en el juzgado. Le pedí a través de una carta que confirmara ante el juez esa reunión y aceptó hacerlo. “Tú estás diciendo la verdad y son Ignacio González y Esperanza Aguirre quienes están mintiendo”, me dijo Lapuerta, que me entregó una declaración por escrito, con su firma, certificando que todo lo que yo había escrito en mi artículo sobre esa reunión era cierto.

Lapuerta solo me puso una condición: que no publicase su escrito y solo lo utilizara para defenderme de González en el juicio. “Cuando me muera, lo cuentas si quieres, pero no antes”, me hizo prometer Lapuerta. Este sábado, con su fallecimiento a los 90 años, he sido liberado de este compromiso, y por eso ahora lo publico. También porque explica cómo era Álvaro Lapuerta. Este es un fragmento del escrito de defensa que presentaron mis abogados en el juzgado, en respuesta a la demanda de Ignacio González.

La carta original de Lapuerta acabó en el juzgado, con el resto de los documentos de aquel sumario. Ignacio González tuvo acceso a esa carta, que tan mal lo dejaba, pero no demandó al extesorero del PP.

Acabamos ganando el juicio contra González. No solo por ese respaldo de Lapuerta: la demanda no tenía mucha base y la labor periodística que hicimos sobre Ignacio González en Público –especialmente las investigaciones de Manuel Rico– fue un trabajo riguroso y contrastado. Pero el escrito del extesorero del PP también ayudó. Enfrente teníamos a Ignacio González, todopoderoso vicepresidente de Madrid durante unos años en los que el PP de Esperanza Aguirre era intocable. Y el fiscal jefe de Madrid era Manuel Moix: ese fiscal muy cómodo para el PP al que luego supimos que el propio González piropeaba como “muy profesional” en sus conversaciones privadas con Eduardo Zaplana.

Ganamos el juicio y aquella reunión sobre el pelotazo de Arganda del Rey quedó plenamente confirmada, no solo por la palabra de Lapuerta. Esperanza Aguirre me desmintió con una nota de prensa el mismo día que salió publicado. “Todo el texto del artículo es una tremenda falsedad”, aseguró Aguirre en su rectificación. Pero años después, la misma Aguirre acabaría confesando que sí existió ese encuentro, durante un interrogatorio por escrito como testigo de la Gürtel. Y en 2017, Mariano Rajoy también confirmó esa reunión, en su declaración ante la Audiencia Nacional. Hoy es un dato acreditado en los sumarios de la Gürtel.

La verdad tardó en salir, como casi siempre pasa, pero al final se acabó conociendo. Y me confirmó también que la palabra de Álvaro Lapuerta era fiable.

En mi último encuentro con el extesorero, esa mañana del 26 de abril de 2013, Lapuerta me volvió a recordar ese episodio, con más detalles. Tras esa reunión en noviembre de 2004, se volvió a ver con Esperanza Aguirre en la sede del Gobierno de Madrid, al mes siguiente, en el acto que Aguirre organizó en la sede de la Comunidad de Madrid por el aniversario de la Constitución. Lapuerta, en el despacho presidencial de Esperanza Aguirre, volvió a transmitir las mismas quejas que le llegaban de otros constructores: que les habían pedido una comisión desde el partido. Pese a las advertencias de Lapuerta, la operación en Arganda del Rey se acabó haciendo. Se la llevó la constructora Martinsa, que presuntamente sí pagó la gran mordida de una lucrativa operación en la que también participó Francisco Correa. Hoy está en el sumario de la segunda época de la Gürtel, pendiente de sentencia.

Lapuerta recordaba ese episodio y muchos más sobre Esperanza Aguirre, José María Aznar, Francisco Granados, Ignacio González y otros dirigentes del PP; unas verdades que quería confesar en un libro. Guardaba la mayor parte de los datos en unas notas manuscritas de líneas abigarradas, escritas con letra pequeña. Me dio muchos detalles e historias que aún no he podido confirmar, y que por eso ni siquiera hoy las publico. Me explicó que había llegado a la conclusión de que tenía que contarlo todo en un libro, y que quería que yo lo escribiera; que le parecía injusto lo que se estaba diciendo de Mariano Rajoy, al que defendía frente a otros dirigentes del partido. Me aseguró también que tenía papeles y documentos que podían acreditar sus memorias. Y me dijo que estaba dispuesto a no callarse nada y responder a todas mis preguntas delante de una grabadora.

–¿Le has contado a alguien que quieres hacer ese libro?, le pregunté a Lapuerta esa mañana.

–A Mariano Rajoy.

–¿Y qué te ha dicho Rajoy?

–¿Ese periodista tan rojo?

–¿Y qué les has respondido?

–Que por eso. Que si lo escribes tú tendrá más credibilidad que si lo hace un periodista de derechas.

Decidí aceptar la oferta, a pesar de no tener aún muy claro si finalmente lo haría. Y para celebrarlo, esa misma mañana, me regaló una botella de vino de su cosecha particular, de una de sus fincas en La Rioja.

Después nos fuimos a comer a un restaurante cercano. Allí, ese mismo 26 de abril de 2013, seguimos hablando de lo que estaba dispuesto a confesar en ese libro, y me contó también cómo funcionaba la caja B del partido; una contabilidad paralela que él puso en marcha a su llegada a la tesorería del PP, tras el proceso penal contra su predecesor, Rosendo Naseiro.

Lapuerta me explicó que, en efecto, el dinero llegaba de donativos en negro de empresarios amigos de la casa. Según su versión, no respondían a adjudicaciones concretas: era dinero de personas que se querían llevar bien con el partido. Luego pedían favores para conseguir reuniones y él hacía la llamada necesaria al cargo del PP que tocase: concejales, consejeros autonómicos, secretarios de Estado o incluso ministros. “Yo les digo simplemente que les atiendan, que es un amigo del partido, pero no les pido que les den nada a cambio”, me aseguraba Lapuerta, que minimizaba esos donativos ilegales y esa red de favores como un simple ejercicio de relaciones públicas.

En cuanto a los sobres, Lapuerta tampoco me los desmintió. “Eran por los gastos de representación. En vez de estar pagando cada ticket de cada restaurante, se daba a determinadas personas una cantidad periódica para sus comidas y demás, que no tenían que justificar, pero después no podían pasar más gastos de ese tipo al partido”.

Hablamos mucho de Bárcenas. De su relación con su segundo. De la sorpresa que decía Lapuerta que se llevó cuando se destapó la enorme fortuna que escondía en Suiza y que, según su versión, desconocía. “Yo no sabía que tenía tanto dinero. Se ha enriquecido muchísimo con la política, mientras que a mí me ha empobrecido”, aseguraba el extesorero. Era cierto.

En aquel momento, Lapuerta seguía siendo un hombre rico, pero no pasaba su momento más boyante. Mantenía un amplio patrimonio inmobiliario, pero no tenía liquidez; la crisis económica le había dejado varios impagos en los alquileres que cobraba. Uno de sus amigos tuvo que prestarle algo de dinero para que pudiese irse de vacaciones porque sus gastos eran grandes –tenía una inmensa casa– y sus ingresos no eran tan sólidos en ese momento.

El origen de su patrimonio estaba bastante acreditado. Si Álvaro Lapuerta hubiese nacido en Estados Unidos se apellidaría Rockefeller. Los Lapuerta, como estos míticos millonarios estadounidenses, también lograron su fortuna con el petróleo. En su caso, petróleo mezclado con las mejores relaciones con el poder de la época, y un capital inicial que se remonta a las familias más adineradas de la burguesía del siglo XIX.

Su padre, José María de Lapuerta, fue fundador de Campsa en 1927: la primera petrolera nacional, entonces de capital privado con una pequeña participación del Estado, y que tenía el monopolio de los hidrocarburos en España. Fue un invento de la dictadura de Primo de Rivera y Alfonso XIII para modernizar el país, y que le costó a España un conflicto diplomático serio con Estados Unidos y Reino Unido, muy molestos por la expulsión de la Shell y la Standard Oil del mercado español para entregar ese negocio a Campsa. Más tarde, con el franquismo, José María Lapuerta presidió Repesa, otra empresa petrolera que acabó convirtiéndose en la actual Repsol. A su funeral, en 1968, acudieron gran parte de los ministros de Franco y una buena representación del poder económico y político de la época.

Cuando murió su padre, Álvaro Lapuerta ya era procurador en las Cortes franquistas. Entró en la Carrera de San Jerónimo en 1967 y siguió después allí por casi cuatro décadas, cuando ese mismo edificio se transformó en el Congreso de los Diputados; dejaría su escaño en 2004 repitiendo en todas y cada una de las legislaturas hasta la llegada de Zapatero a La Moncloa. Fue en las listas de las primeras elecciones democráticas en la Alianza Popular de Manuel Fraga y le fue fiel durante años. “Tenía una lealtad perruna por Fraga”, afirma Jorge Verstrynge, exsecretario general de AP, que coincidió con él en esa época. “Era un hombre muy rico, propietario del diario La Rioja: fue también el primer padrino político de José María Aznar”, explica también Verstrynge.

Álvaro Lapuerta conoció en Logroño, a finales de los setenta, a quien sería el primer presidente del Gobierno del PP. José María Aznar y su amigo Miguel Blesa tuvieron allí su primer destino como inspectores fiscales. Fue en Logroño donde el joven Aznar, recién afiliado a AP, empezó a publicar artículos bastante conservadores en el diario La Rioja, propiedad de Álvaro Lapuerta, donde defendía la abstención en el referéndum de la Constitución, o criticaba el “revanchismo” de algunos ayuntamientos por retirar el nombre de Franco y José Antonio Primo de Rivera de las plazas y avenidas.

Cuando Aznar llegó al poder en el PP y el caso Naseiro dejó desarbolada la tesorería del partido, su viejo discípulo confíó en Álvaro Lapuerta como tesorero. Reunía tres virtudes evidentes para el puesto: lealtad, confianza y un patrimonio personal lo bastante abultado como para tener menos tentaciones que otros por meter mano en la caja. Es un argumento cuestionable porque los ricos también roban, como está llena de ejemplos la historia. Pero así lo vendió entonces Aznar y, en 1993, Lapuerta asumió la tesorería del partido. También su caja B, que existía en el PP “al menos desde 1989”, según recoge la sentencia de la Gürtel. La primera entrada de la contabilidad en B es “Entrega R.N”, y una cantidad: ocho millones de pesetas. R. N. son las siglas del anterior tesorero, Rosendo Naseiro.

Lapuerta quería escribir su historia y con ella la historia del último medio siglo de la derecha española, que conocía mejor que nadie. ¿Hasta qué punto era sincera su intención de contar toda la verdad, sin tapujos? No lo sabré nunca. Quedamos para el martes siguiente en su despacho para hacer la primera entrevista para el libro, ya con una grabadora delante. Pero esa reunión jamás llegó a producirse.

El domingo 28 de abril de 2013, apenas 48 horas después de vernos, Álvaro Lapuerta tuvo una caída a la puerta de su domicilio y quedó en coma. No se recuperó jamás de aquel accidente, que la familia Lapuerta calificó como “extraño” en un comunicado. Salió del coma, pero su cabeza no volvió a ser la misma.

Unos meses antes de aquel accidente, en septiembre de 2012, Lapuerta había denunciado amenazas ante la policía. “Tú ya tienes 95 años y te vas a morir pronto, pero piensa en tus hijos y en tus nietos, ten cuidado con lo que haces”, le dijo una voz masculina por teléfono.

La edad era equivocada. Lapuerta estaba entonces a punto de cumplir 85 años, pero ese error de quien le amenazó no le tranquilizaba gran cosa. Me contó él mismo lo ocurrido, y también me proporcionó la denuncia que había presentado en comisaría. Delante de mí, en su despacho de San Agustín, avisó a Mariano Rajoy por SMS de esa desagradable llamada. Publicamos esas amenazas y la denuncia en eldiario.es. Era esta.

Lapuerta no se recuperó de aquel accidente, que le produjo un estado de “demencia” después del coma, según acreditaron los médicos. Esa demencia le libró también del juicio de la Gürtel, que le exonera por su estado de salud en sus primeras páginas.

Tras aquella comida, el 26 de abril de 2013, nunca más volvimos a vernos.

Dos días antes de caerse en extrañas circunstancias y quedar postrado en coma, me reuní por última vez con Álvaro Lapuerta. Fue el 26 de abril de 2013, a las 12 de la mañana. Quedamos en su despacho de la calle San Agustín número 9, a pocos metros del Congreso de los Diputados. Era un momento tremendamente convulso para el PP y para un político, Lapuerta, que había gestionado la tesorería de ese partido durante quince largos años. La contabilidad en B y los sobresueldos habían visto la luz unos pocos meses antes. La justicia ya los estaba investigando y ese mismo día los peritos policiales habían acreditado que ese ‘visé’ que aparecía en cada página de esos papeles de la caja B era la firma de Álvaro Lapuerta, el jefe directo de Luis Bárcenas.

Lapuerta estaba escandalizado. No por la caja B, que él mejor que nadie sabía cómo nació, para qué se usó y cómo se nutría. Sino por la guerra interna que se había desatado en el PP contra Mariano Rajoy por parte de quienes, en su opinión, “más tenían que callar”: “José María Aznar y Esperanza Aguirre”. “Quiero contar la verdad sobre todo lo que ha ocurrido estos años en el partido”, me dijo Lapuerta esa mañana. “Quiero hacer un libro, mi biografía, y quiero contarte todo para que tú escribas mis memorias”, me espetó para mi enorme sorpresa. No fue la única noticia inesperada de ese día.