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Feijóo, la antiespaña y la gente de bien

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“Deje ya de molestar a la gente de bien y de meterse en las vidas de los demás”, dice Alberto Núñez Feijóo en una frase que le define, que explica cómo ve España el líder de la oposición. Es pura lógica elemental: si en la cabeza de Feijoo existe la “gente de bien” –y es aquella indignada con lo que aprueba la mayoría absoluta del Parlamento español–, es porque también existe la “gente de mal”. Ya saben, todas esas malas personas que votan a las izquierdas y a los nacionalistas catalanes y vascos: a la decena de partidos (186 diputados, mayoría más que absoluta) que respaldaron esa ley trans que tanto molesta a Feijóo. 

Se supone que todos los españoles somos iguales ante la ley, dice la Constitución. Pero nuestros autodenominados “constitucionalistas” se quedaron en la monarquía y en lo de la “indisoluble unidad” de España. No leyeron mucho más. Su Constitución es tan pequeña y excluyente que acaba en el artículo 2. 

Tampoco ha entendido bien Feijóo en qué consiste eso de “meterse en las vidas de los demás”. Porque es justo lo que él está haciendo, con su oposición a una ley que amplía derechos, no los limita. Al igual que antes ocurría con la ley del matrimonio igualitario, ejercer esos derechos no es obligatorio: es opcional. Nadie va a forzar a Feijóo a que se inscriba en el Registro Civil como “progenitor no gestante”, igual que nadie obligaba a los obispos españoles a casarse con otro señor. 

Tal vez sea demagogia: que Feijoo sea plenamente consciente de la verdad y utilice este argumento populista como arma electoral a sabiendas de que es falso. O tal vez sea un problema de comprensión lectora elemental. Porque solo desde la demagogia o la ignorancia se puede interpretar que ese cambio en el Código Civil del que Feijóo se mofa y que sustituye “padre” por “padre o progenitor no gestante” y “madre” por “madre o progenitor gestante” implica anular la palabra padre y madre del vocabulario o la ley.

¿Qué gramática española estudió Feijóo? ¿Qué idioma distinto al mío habla el líder de la oposición para no entender que esa conjunción disyuntiva indica una opción, no una obligación? ¿Que no se trata de eliminar a padres y madres, sino de reconocer derechos a otras familias distintas a las que Feijó considera “de bien”? No solo los derechos de las personas trans. También los de esos hijos con dos madres o dos padres: familias españolas con los mismos derechos que las demás. A pesar de la derecha, que durante años los quiso en el armario, y se opuso con todas sus fuerzas a que pudieran casarse o adoptar.  

Feijóo tampoco está siendo demasiado original con esta división entre la “gente de bien” y la de mal, entre los “españoles de bien” y los demás. Es una visión de España donde no todos los españoles cabemos, una construcción nacional excluyente y antidemocrática que la derecha y la extrema derecha han mantenido desde hace ya siglo y medio. Que empezó a finales del XIX, con aquella definición de la “antiespaña” del reaccionario Marcelino Menéndez Pelayo. Esos malos españoles que el nacional catolicismo identificó con la izquierda y el nacionalismo vasco y catalán. Exactamente igual que hoy.

La nación fue en su concepción una idea progresista. Que arranca con la Revolución Francesa, que convierte a los súbditos en ciudadanos y al pueblo en soberano. Cuando llegó a España, la primera reacción de la derecha fue negar esa posibilidad y defender la monarquía absoluta anterior (y al nefasto Fernando VII, el rey felón). La segunda fue intentar una construcción nacional basada en la identidad católica y en la exclusión de quienes no pensaran igual. De negar la nación –esa idea liberal afrancesada– la derecha española mutó hacia el nacional catolicismo y, después, al franquismo. Y el poso de esa construcción excluyente de la patria sigue vivo en la derecha actual: en sus ideas y en sus discursos. En una visión de España donde media España sobra, porque “molesta” a la España “de bien”.

En 2007, Mariano Rajoy convocó “a los españoles de bien”, a “los españoles normales”, a manifestarse contra ese presidente que acabó con ETA, y al que la derecha insultaba como “zETAp”. En 2019, fue Santiago Abascal quien abogó por dar armas “a los españoles de bien” para que pudieran defenderse (de los españoles de mal, es de suponer). Después fue Pablo Casado quien tachó al presidente de “antipatriota”, “traidor” y “felón”, y llamó a los “españoles de bien” a manifestarse contra Sánchez. Y es ahora Alberto Nuñez Feijóo quien sigue esta nefasta tradición y acoge como propia esa visión excluyente donde quienes no piensan igual que él son malos españoles. Gente sin principios. Gente de segunda. Gente con menos derechos que los demás.

Todo esto, mientras Feijóo apela al centro, al diálogo y a la moderación.

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“Deje ya de molestar a la gente de bien y de meterse en las vidas de los demás”, dice Alberto Núñez Feijóo en una frase que le define, que explica cómo ve España el líder de la oposición. Es pura lógica elemental: si en la cabeza de Feijoo existe la “gente de bien” –y es aquella indignada con lo que aprueba la mayoría absoluta del Parlamento español–, es porque también existe la “gente de mal”. Ya saben, todas esas malas personas que votan a las izquierdas y a los nacionalistas catalanes y vascos: a la decena de partidos (186 diputados, mayoría más que absoluta) que respaldaron esa ley trans que tanto molesta a Feijóo. 

Se supone que todos los españoles somos iguales ante la ley, dice la Constitución. Pero nuestros autodenominados “constitucionalistas” se quedaron en la monarquía y en lo de la “indisoluble unidad” de España. No leyeron mucho más. Su Constitución es tan pequeña y excluyente que acaba en el artículo 2.