Falso. El debate de los candidatos a liderar el PSOE deja más claro que nunca el odio profundo, genuino y sincero que los dos principales aspirantes se tienen entre sí. Anunciaron un diálogo de guante blanco y ha acabado siendo un debate a guantazos, tal vez por ello mucho más interesante de lo que cabía esperar. Aquello que solo se decían en el PSOE en privado al fin se debatió en público, con cámaras, espectadores y un moderador y medio: la periodista Carmen del Riego y, a ratos, el candidato Patxi López.
La honestidad fue brutal, y contrasta con el “diálogo entre compañeros” que, antes del debate, los candidatos decían esperar. La dureza de los reproches mutuos quedó subrayada por ese supuesto compañerismo, por el tuteo entre ellos, o incluso por esa inapropiada e irreal cercanía en algunas expresiones. “No mientas, cariño”, le dijo Susana a Pedro. En tres palabras acusa a su “compañero, Pedro” de mentiroso, pero desde el cariño. Desde el cariño menos sincero que uno se pueda imaginar.
Cierto, aunque incompleto. Díaz fue un problema para Sánchez desde el momento en que, al poco de llegar al cargo, rompió con la tutela que ella pretendía ejercer. Pero sí es verdad que la inmensa mayoría del equipo de Sánchez ya no está con él, no solo aquellos que nunca creyeron en él.
Es el punto más débil del discurso de Pedro Sánchez y el golpe más duro que recibió en el debate: que de todo el equipo de dirigentes que le acompañó hasta el último minuto como secretario General ya no le queda casi nadie. Susana recordó en el debate a Felipe y a Zapatero, los expresidentes del Gobierno que no se fían de él. Pero la mayor sombra de Sánchez no es que no le avalen sus predecesores al frente del partido sino que la mayor parte de su equipo más cercano –César Luena, Oscar López, Antonio Hernando y el propio Patxi López– no esté hoy de su lado.
Hay dos maneras de verlo. La primera, que una parte del equipo que hoy está con Patxi se fueron con él porque pensaron, hace unos meses, que Sánchez no tenía ninguna oportunidad. Hoy esa candidatura es como Suiza en la Segunda Guerra Mundial: un buen refugio donde esperar a que haya un vencedor. Gane quien gane, la única integración posible que puede ofrecer el nuevo (o nueva) secretario general es con esos dirigentes, a los que interesa más que a nadie mantener hasta el domingo la neutralidad. El único puesto casi seguro en la próxima Ejecutiva es el de Patxi López.
La segunda forma de verlo es que Pedro Sánchez es el primer responsable de su soledad orgánica. Como dice una amiga, “si te echan todas las noches de todos los bares, ¿de quién es la culpa? ¿Tuya o de los bares?”. En el mejor de los casos, la responsabilidad es de Sánchez por elegir mal a su equipo (o ir a los bares equivocados).
Cierto, pero igualmente incompleto. Sin duda fue Susana Díaz y su gestora quien decidió imponer la abstención. Pero unos meses antes, durante el verano, el propio Pedro Sánchez en privado también se lo planteó.
Cierto, pero la frase casa mal con lo que hizo el PSOE tras las últimas elecciones. Todo el partido prometió a sus votantes que en ningún caso apoyaría la investidura a Mariano Rajoy y después hiceron lo contrario de lo que habían dicho.
Falso. La próxima aprobación de los presupuestos ha demostrado que había en el Parlamento otras opciones distintas a la abstención del PSOE para que Mariano Rajoy lograse su investidura.
Falso. El PSOE ha perdido 5,8 millones de votos en los últimos nueve años, más de la mitad de los que tuvo en las generales de 2008 con Zapatero como candidato. Desde aquella amplia victoria, el partido se dejó 4,3 millones de votos con Rubalcaba como cartel electoral y otro millón y medio más con Pedro Sánchez al frente. No ha sido la división interna lo que ha provocado esta caída, que también tiene causas exógenas –como que hoy hay dos partidos más en el tablero–, empezó mucho antes y está afectando a la práctica totalidad de los partidos socialdemócratas europeos. La división interna no es la causa, es la consecuencia de ese batacazo electoral, que ha puesto en contradicción a un partido que hoy es más de Gobierno que ideológico, y que por eso sufre tanto cuando pierde el poder.
La crítica es cierta, con un matiz. Es verdad que Pedro Sánchez impuso una gestora en el PSOE de Madrid y destituyó a Tomás Gómez de un plumazo. Gracias a esa decisión, el PSOE –con Ángel Gabilondo como candidato– logró mantener el segundo puesto en las autonómicas, algo que no consiguió el candidato de Gómez en la ciudad de Madrid, que quedó tercero. Y tampoco es del todo exacto que Gómez fuese “elegido libremente por los militantes”. No hubo primarias en esa ocasión porque ningún otro candidato consiguió los avales suficientes. Lo mismo que pasó con las primarias que ganó Díaz en Andalucía.
Cierto, y es una de las pruebas más palpables de la fallida estrategia que ha seguido Susana Díaz en esta campaña interna. La presidenta andaluza vendió su candidatura con poco más que eslóganes futbolísticos (“mucho PSOE, 100% PSOE, un PSOE vencedor”) y demostraciones de fuerza en el palco, con los principales dirigentes del partido, el senado socialista, como gran aval. Los que han hecho la ponencia que ha liderado la gestora son también sus partidarios así que, ¿para qué molestarse en presentar un papel más? Solo tras la sorpresa de los avales, que aguaron su discurso de victoria asegurada, Susana Díaz se ha animado a presentar ese proyecto que debería haber sido público antes de este debate a tres.
López respondió así a la crítica de Pedro Sánchez por su abstención ante el PP: “Si la abstención fue un error, tú podías renunciar al acta también”, le había dicho su exsecretario general. Es una buena respuesta, pero López olvida que fue él uno de los que convenció a Pedro Sánchez de que abandonase el escaño para no abstenerse ante Rajoy.
Falso. La presidenta andaluza hace años que está más que decidida a intentar liderar el PSOE y el día en que escuchó a Pedro Sánchez hablar de bandos –el 28 de septiembre de 2016, en su última entrevista como secretario general, en eldiario.es–, su operación de desembarco estaba en marcha ya.
Ese mismo día, horas antes de la entrevista, Felipe González dio el pistoletazo de salida de la operación para derrocar a Sánchez con una entrevista en la SER en la que aseguró que el secretario general le había engañado. Ese mismo día, por la tarde, fue cuando dimitió la mitad de la Ejecutiva; las cartas llevaban días escritas ya. Esa misma semana, el sábado, Pedro Sánchez tuvo que presentar su dimisión tras perder el pulso en el comité federal.
La determinación de Díaz por liderar al PSOE viene de lejos, de años atrás. Su primer intento llegó en 2014, tras la caída de Alfredo Pérez Rubalcaba. No lo logró –tras lograr el respaldo casi unánime de los barones– porque Eduardo Madina no se rindió y forzó las primarias. La presidenta andaluza, que aún no había sido siquiera cabeza de cartel en Andalucía, dio un paso atrás porque no pudo ganar por proclamación, y no podía o no quería pelear en una competición.
Apostó entonces por Pedro Sánchez y lo hizo en gran medida por una razón: porque no era Madina y pensaba que después lo podría tutelar y, llegado el momento, apartarlo con facilidad. Desde entonces, han sido muchas las ocasiones en la que ha planeado su desembarco en la Secretaría General, muchas las veces en que ha anunciado a los dirigentes del partido su intención de presentarse. Aunque en toda las anteriores, en el último momento, hasta ahora se había echado atrás.
Falso. Lo dijo en la rueda de prensa posterior y no es cierto, aunque no haya ningún candidato que reconozca públicamente que un debate le ha ido mal. Entre los partidarios de los dos principales candidatos dudo que haya muchos que hayan cambiado su intención de voto tras el debate. Sin embargo, para vencer a Susana Díaz, Sánchez necesita ganarse a los partidarios de Patxi López. Y es dudoso que con este debate lo haya podido lograr.
Además del odio mutuo “con cariño”, el debate dejó patente tres cosas más. Que la distancia entre los dos candidatos con opciones –Patxi no las tiene– es tan estrecha que ninguno de los dos, que se juegan su futuro, podía permitirse salir a empatar. Que la relación entre los de Susana y los de Pedro es irreconciliable más allá de sus líderes; son dos partidos distintos y enfrentados, y uno de los dos, más tarde o más temprano, dejará el PSOE. Y que sea cual sea el resultado, gane quien gane, el futuro del partido seguirá siendo incierto. Después del domingo, el enfrentamiento interno muy probablemente continuará.