Pocas organizaciones en España son más jerárquicas que el PP. Un partido donde los estatutos se diseñaron para blindar al presidente y darle todo el poder frente a cualquier rebelión interna. Hace falta aunar una crítica muy mayoritaria para salir derrocado de allí.
El próximo lunes, la junta nacional del PP podría votar una suerte de moción de censura con unas reglas bastante desequilibradas. Los rebeldes contra Pablo Casado necesitan superar los dos tercios de un censo formado por alrededor de 500 personas: los principales cargos públicos del PP. En ese órgano, el único con capacidad para convocar un congreso, a Casado le bastaría con mantener un tercio de los apoyos para resistir un poco más.
Pese a estos estatutos, tan peculiares, el sitio del búnker de Pablo Casado avanza a gran velocidad. Y lo que este lunes ha salido del comité de dirección del Partido Popular es un intento de ganar algo de tiempo por parte de un líder cada día más rodeado y que probablemente vive su final.
Es bastante decepcionante para la calidad democrática del país que esa extrema debilidad de Casado se deba a que ha roto una regla no escrita: la de la omertá. La derecha y sus medios han dejado claro que es mucho más grave la desunión interna que la corrupción.
Pero esto es lo que hay. Y Casado cometió su último error cuando, este sábado, decidió dar por buenas las explicaciones de Ayuso por pura debilidad.
El comité de dirección de este lunes se ha alargado durante tantas horas porque Casado ya ni siquiera mantiene su poder en ese núcleo duro de apenas 13 personas, nombradas a dedo por él. Buena parte de sus miembros han amenazado con dimitir si no se comprometía a dos cosas: a reunir a la junta nacional para el próximo lunes. Y a que en esa fecha se convoque un congreso del partido. Ambas cosas sí se han pactado, y por eso nadie de la dirección de Casado le ha dimitido aún. Pero en ese acuerdo de mínimos, aún faltan dos detalles por confirmar.
El primero, qué tipo de congreso será. Los contrarios a Casado quieren uno extraordinario: que se celebraría en 30 días. Mientras que los fieles a Casado defienden uno ordinario: como pronto, dentro de 45 días. La decisión sobre estos plazos se tomará en las próximas horas, bajo la amenaza de dimitir de los portavoces del partido en el Congreso, en el Senado y en Europa –Cuca Gamarra, Javier Maroto y Dolors Monserrat–, si el presidente del PP insiste en resistir.
El segundo detalle por determinar es aún más relevante: si Casado se va a presentar en ese futuro congreso del partido.
La batalla no parece nada fácil para el todavía líder del PP. Porque en su contra se ha formado un triunvirato muy poderoso, que hasta hace muy poco resultaba imposible de imaginar. Son los dos tenores y la soprano de Madrid: Juanma Moreno, Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo.
Los tres lideran esta rebelión y han pactado tumbar a Casado lo antes posible. Cada uno de ellos, movido por su propio interés.
Feijóo, porque ahora sí quiere dar ese paso al que, hace tres años, por motivos nunca bien explicados, renunció. Porque cree que ha llegado su momento. Porque gran parte del partido se lo pide y porque cuenta con todo lo necesario para triunfar.
Moreno, porque se juega su cuello en las próximas andaluzas y necesita que el PP salga del colapso en el que se encuentra hoy.
Y Ayuso, porque también se la juega. Su principal riesgo ya está en otra pista, la judicial, donde necesitará esos apoyos que solo Génova puede mover. Hoy está lastrada por las comisiones de su hermano y la amenaza de una posible investigación de Anticorrupción –que decidirá si entra en el tema de su hermano en cuestión de días–. Con este acuerdo, cede el paso a Feijóo, pero se garantiza la presidencia del PP de Madrid y se reserva para más adelante. El gallego solo disparará una bala. Si fracasa contra Pedro Sánchez en las próximas generales, es muy dudoso que quiera repetir.
Hasta hace muy poco, Ayuso, Feijóo y Moreno no habrían acordado un pacto así. Pero los errores de Casado –que detallé en mi artículo de ayer–, su debilidad mediática y la habilidad de Miguel Ángel Rodríguez para explotar de forma controlada el espinoso asunto de las comisiones del hermano de la presidenta madrileña han conformado una alianza antinatura. Que, en el futuro, es probable que derive en una nueva ruptura, con distintos protagonistas a los de hoy. Es una grieta que tampoco nació ayer.
Ayuso es la heredera del aguirrismo. Del sector ultra. De esa derecha de la que también nació Vox y que, en otros territorios, se ha ido con Santiago Abascal. Y Feijóo es lo más parecido al PP de Mariano Rajoy. Que puede llegar a la presidencia del partido porque los cachorros de Esperanza Aguirre se han devorado entre sí.
¿Qué tienen en común Pablo Casado, Isabel Díaz Ayuso, José Luis Martínez-Almeida, Ángel Carromero y Santiago Abascal? Una madrina política: la lideresa Esperanza Aguirre, la que llegó con el tamayazo, la de la charca de los batracios, la misma que hoy sigue dando lecciones de ética mientras está imputada por corrupción; una presidenta autonómica que vio a su mano derecha –Ignacio González– y a su mano izquierda –Francisco Granados– entrar en prisiones que su propio gobierno inauguró.
De aquellos polvos, estos lodos. Porque nada de lo que ahora está pasando en el PP, en esa crisis enorme en la que anda sumido el primer partido de la oposición, se entiende sin comprender su historia, su raíz. El régimen aguirrista, la semilla de este mal.
En tiempos de Aguirre ya había espías. Los que siguieron a Ignacio González hasta Cartagena de Indias, o esa gestapillo, que vigilaba los movimientos y reuniones de Manuel Cobo, Cristina Cifuentes o Alberto Ruiz-Gallardón. Ya había traiciones dentro de la familia, como las guerras entre González y Granados. Ya había puñaladas, como ese vídeo de las cremas que le dio el tiro de gracia a Cristina Cifuentes. Y ya había un permanente paisaje de fondo: esas enormes montañas de corrupción.
Todo lo que ha ocurrido en el PP en los últimos meses, Ayuso y Casado lo aprendieron allí.