Este miércoles por la mañana participé en el foro Nueva Comunicación, esas famosas e influyentes conferencias que se celebran en el Hotel Ritz y en las que participan políticos, periodistas, empresarios... No me gusta leer los discursos, prefiero improvisar a partir de un pequeño guión, pero en esta ocasión sí me preparé antes mi intervención por escrito. El texto no refleja exactamente todo lo que dije en ese foro porque al final, como de costumbre, preferí no leer. Pero sí se acerca bastante a mi conferencia final, que también podéis ver en vídeo aquí. que también podéis ver en vídeo aquí
Pedí al periodista que más admiro y del que más he aprendido –mi padre, Arsenio Escolar, director de 20 Minutos– que me presentase en la conferencia. Él también acabó improvisando, pero puedes leer el discurso que llevaba escrito en su blog. puedes leer el discurso que llevaba escrito en su blog.
Espero que os interese lo que conté en el Ritz: sobre la prensa, sobre el descrédito político y sobre el segundo aniversario de eldiario.es.
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Esta es la segunda ocasión que participo en este mismo foro. Ha llovido mucho desde la primera vez que estuve aquí. Fue en diciembre de 2008, hace seis años. Entonces era director de Público. Hoy soy el director de eldiario.es. Y también el consejero delegado de la empresa editora de eldiario.es Diario de Prensa Digital SL. Y su principal accionista.
Hay varios otros accionistas por aquí. José Sanclemente, presidente de la compañía y una de las personas que más saben de medios en España. Juan Checa, nuestro director general. Iñigo Sáénz de Ugarte, subdirector. Andrés Gil, redactor jefe. Natalia Chientaroli, jefa de sociedad. Belén Carreño, la jefa de economía. Luz Sanchis, periodista de política. Entre las personas que trabajamos en el día a día de eldiario.es, y que nos jugamos nuestros ahorros para lanzar este periódico, sumamos cerca del 80% de las acciones. El resto está en manos de amigos y familia. Como mi madre, Montserrat G. Román, que también está aquí y es accionista. Y poco más: detrás de eldiario.es no hay ningún gran grupo de medios, ningún partido, ninguna deuda con el banco.
La última vez que vine aquí era un asalariado por cuenta ajena y hoy me he convertido en empresario, a mi pesar. No he tenido nunca otra vocación que el periodismo pero en los últimos años, con la crisis de la prensa, me vi obligado a convertirme en eso que algunos pomposos llaman “emprendedor”.
Durante los años que pasé al frente Público, descubrí que quien manda en un periódico no es el director, es el dueño. Y por eso en eldiario.es los periodistas somos los dueños. Porque creemos que la mejor forma de garantizar la independencia de un medio de comunicación es que no existan otros intereses editoriales ajenos a la información ni otros propietarios que la propia redacción y sus lectores.
En 2012, cuando Público quebró, tuve claro que tenía que lanzar mi propio medio de comunicación. No solo porque creía que era la mejor opción profesional a largo plazo, sino también la mejor manera de garantizar que iba a poder desarrollar mi oficio con la máxima independencia editorial en un momento, el actual, en el que se junta una crisis de modelo de negocio con una crisis de credibilidad.
Hablaré primero de la crisis del modelo de negocio de la prensa, aunque casi todo está contado ya. Les diré la clave: no es una crisis del periodismo escrito. Es la crisis del periodismo impreso, que no es exactamente lo mismo.
La crisis del modelo de negocio
Hace unos meses, el diario estadounidense The New York Times elaboró un informe interesantísimo sobre su estrategia editorial en Internet.
Era un informe interno, hecho por un equipo de diez periodistas de distintas secciones del periódico, que trabajaron durante medio año en analizar qué le estaba pasando al periodismo en general y al New York Times en particular.
El informe, por supuesto, se filtró. Lo pueden encontrar en Internet. Y en él se dan unos datos que resumen muy bien la crisis de los medios de papel en la era digital.
The New York Times consigue alrededor del 80% de sus ingresos del papel, frente a poco más del 20% de ingresos de Internet. Sin embargo, el 80% de sus lectores están ya en Internet, frente a solo un 20% que siguen en papel.
Los porcentajes son más o menos los mismos en la inmensa mayoría de los periódicos impresos del mundo. Su principal fuente de negocio aún está en el papel, pero sus lectores se han ido a Internet y no van a volver. Su edición impresa, inevitablemente irá decayendo año tras año hasta que llegue un momento en el que desaparecerá. Están atrapados en una situación complicadísima, donde tienen que elegir entre proteger su presente o construir su futuro.
Los porcentajes de lectores y de ingresos entre Internet y el papel son también extrapolables a España. También aquí todos los periódicos impresos tienen a la inmensa mayoría de su audiencia digital, mientras que sus ingresos aún siguen en el papel.
Todos los diarios hoy son ya fundamentalmente digitales, aunque algunos aún no lo quieran asumir, y esta tendencia va a ir a más. Por eso es equivocado pensar que hoy en la prensa escrita existen dos ligas: la del papel y la de Internet. eldiario.es o El Confidencial, entre otros digitales puros, hace ya años que tenemos más lectores que algunos periódicos impresos.
El informe del New York Times también aplica a la prensa una teoría sobre la innovación que está muy de moda en Estados Unidos, la teoría de la disrupción de Clayton M. Christensen, un profesor de la escuela de negocios de Harvard.
La teoría de la disrupción explica cómo un competidor es capaz de derrotar al líder de un sector gracias a las ventajas que da la tecnología. En un mercado cualquiera –los coches, las cámaras de fotos, o los periódicos– surge una nueva empresa que crea un nuevo producto más barato aunque, en un primer momento, es de menos calidad. La primera reacción del líder es despreciarlo. Es lo que hizo la General Motors o la Ford con los coches japoneses en Estados Unidos en los años ochenta. O lo que hizo Kodak con las cámaras digitales en los noventa.
Sin embargo, con el tiempo, el competidor más barato va mejorando su calidad. Hasta que su producto llega a un punto donde la empresa disruptiva consigue cubrir las necesidades mínimas del consumidor. El líder sigue siendo un producto mejor, pero su competidor disruptivo ya es lo suficientemente bueno para valer. En ese momento, el líder, el producto de gran calidad, está muerto, porque no tiene cómo mejorar su producto y el competidor acaba pasándoles. Como le ocurrió a Kodak con las cámaras digitales. O como le está pasando ahora a las cámaras digitales frente a los teléfonos móviles con cámara de fotos, que son peores que una Canon o una Nikon, pero son lo bastante buenas como para hacer las fotos de los niños y mandárselas a los abuelos.
Es lo mismo que le ha pasado, que le está pasando a los grandes periódicos frente a los nuevos medios de Internet. The Huffington Post es un diario con menos recursos que el New York Times, pero está consiguiendo más audiencia en la red que el mejor periódico impreso del mundo. Politico.com, o Quartz, o Vox Media también están encontrando su hueco, a pesar de que no tienen los inmensos presupuestos de los diarios de papel. En unos años competirán en la misma liga que el New York Times. Ya lo hacen, tal y como admiten ellos mismos en su informe.
En The New York Times ya no desprecian al Huffignton Post, o a Politico.com, o a Quartz, o a Vox Media, porque se han dado cuenta de que les puede pasar lo mismo que a Kodak o que a la industria del motor de Detroit.
En su informe, The New York Times identifica cinco características fundamentales de la disrupción en la prensa.
1. Suelen ser lanzados por outsider,
2. Son más baratos que lo que existe.
3. Está enfocados a un público desatendido.
4. En un principio, son un producto de menos calidad, despreciado por su competencia.
5. Construyen su hueco gracias a la tecnología.
Es justo lo que ha pasado con la prensa digital en España, igual que en el resto del mundo. O lo que pasó con la prensa de pago frente a la gratuita, como 20 Minutos, que también fue durante mucho tiempo despreciada como un tipo de prensa menor, de segunda división, hasta que las audiencias demostraron que eran los más leídos y que en el terreno donde todos somos gratuitos –Internet–, 20 Minutos superaba con creces en audiencia a muchos diarios de pago. Porque hoy ya es un producto mejor.
En eldiario.es arrancamos siendo solo 12 personas en la redacción. Era lo que podíamos pagar con el presupuesto con el que contábamos para arrancar. No teníamos corresponsales internacionales. Tampoco grandes inversores detrás. No podíamos competir con las grandes redacciones que cuentan con 200 periodistas. Pero aprovechamos que había un montón de lectores desatendidos y muchísimas noticias que nadie se atrevía a contar, y utilizamos la tecnología, y las redes sociales, para construir desde cero un nuevo medio. Hoy ya somos 29 personas en la redacción y seguimos contratando periodistas.
Aún no tenemos los medios de las grandes cabeceras y pasará un tiempo antes de que dediquemos nuestros recursos a tener, por ejemplo, una buena sección de internacional, o de deportes. Pero en los asuntos que interesan a nuestros lectores y en los que nos esforzamos –la política, la economía, los problemas sociales o los derechos humanos– sí competimos con ellos. Y a veces les ganamos, con exclusivas que hasta hace unos años solo se podían leer en el papel y que después acaban siendo recogidas por los demás periódicos, radios y televisiones.
En España, todavía hay muchos grandes medios que aún hoy cometen el error que ahora admite The New York TImes: el de despreciar a los nuevos diarios digitales. Aún sigue pasando, aunque cada vez menos. Durante años, las grandes redacciones han ignorado a los medios digitales que hoy son sus claros competidores. Decían que eso no era periodismo. Se equivocaban.
La crisis de credibilidad
En cuanto a la segunda crisis, la de la credibilidad, basta con repasar las páginas que se han publicado estos días en los periódicos de papel para entender qué está pasado. Comparen los disparatados elogios que se han escrito sobre Emilio Botín con lo que pueden escuchar en cualquier oficina. Esa distancia entre el kiosco y la calle, entre la opinión publicada y la opinión pública, está minando la credibilidad de la prensa.
Los que son periodistas en la sala lo saben bien: cuando la prensa entra en números rojos, su independencia se deteriora. El margen de maniobra se reduce porque es mucho más difícil resistir a las presiones, que han existido siempre pero que ahora han ido a más.
Este déficit se nota cada. La semana pasada, eldiario.es y Voz Populi publicamos unos SMS entre el jefe de gabinete de Rajoy y la exnovia de Jordi Pujol Ferrusola. Eran unos mensajes que demostraban que el Gobierno sabía perfectamente lo que estaba pasando con los Pujol, y que maniobró para que eso estallará a cinco días de las elecciones autonómicas para así abortar el proceso independentista y debilitar a Ciu. En palabras de Jorge Moragas, “para salvar España”. Eran unas conversaciones de claro interés informativo, y que ese día fueron el tema más comentado en la radio y la televisión.
eldiario.es y Voz Populi no fuimos los únicos medios que teníamos esa información. Sí fuimos los primeros en atrevernos a publicarla. Otros prefirieron callarse, tal vez porque se lo pidió el Gobierno o por eso que Juan Luis Sánchez, subdirector de eldiario.es, llama “el periodismo de Estado”, esos periodistas que creen que hay cosas que es mejor no publicar por el bien de la nación, para “salvar a España”, como decía Moragas.
La crisis de credibilidad de los grandes medios se ha producido por motivos muy parecidos a la crisis de los grandes partidos. Ante la crisis económica e institucional, unos dieron la espalda a sus votantes. Otros dieron la espalda a sus lectores.
No quiero generalizar, porque sería tan injusto como llamar a todos los políticos casta. Tampoco quiero simplificar, por que no todos los periódicos digitales son muy buenos y todos los periódicos en papel son muy malos. Hay de todo, y por suerte también hay muchísimo buenos periodistas en las grandes cabeceras que luchan cada día por hacer lo mejor posible su trabajo, a pesar de lo difícil que a veces resulta. Pero muchos de los grandes medios ya no representan a sus lectores, se alejan de ellos para complacer al poder político y económico.
Es llamativa, por ejemplo, la falta respuesta que se ha dado desde la prensa ante el deterioro de la confianza en las instituciones o protestas como el 15M.
Contra lo que parece al leer muchos artículos, los periodistas no pueden adivinar el futuro. No son nigromantes ni ven lo que puede pasar leyendo las entrañas de un ave. Pero sí deberían ser capaces de explicar lo que acaba de ocurrir, un acontecimiento que aunque en estado embrionario plantea los cambios que se pueden producir en el futuro. Y eso es lo que ocurrió con el 15M.
Donde algunos sólo vieron agitación, asambleas con un tufillo a años 60 o incluso una peligrosa amenaza a la democracia, otros intuyeron cambios sociales y políticos que se estaban produciendo por debajo del radar de los medios, un malestar profundo con el funcionamiento del sistema político y un deseo de respuestas políticas nuevas. Todo eso estaba por definir y había que explicarlo, y la mayoría de los grandes medios sólo respondieron con intolerancia y, en el mejor de los casos, con clichés.
Ni la prensa supo valorar a tiempo el 15 M ni tuvo un papel de control sobre los que generaron la crisis financiera inicial porque formaba parte de establishment que la provocó. Es lo mismo que antes pasó en EEUU, donde los periodistas económicos bebían de las fuentes de los brokers de Wall Street , desayunaban y almorzaban con ellos y eran una correa de transmisión de sus frágiles y fraudulentas operaciones. No fueron críticos porque sin darse cuenta formaban parte del sistema.
Hoy muchos se sorprenden ante el cambio social que se ha generado y que está aupando a partidos políticos que no existían hasta hace unos meses, en España y en otros países. No debería sorprender. Los ciudadanos están buscando nuevos cauces para acceder a la instituciones democráticas e impedir que se sigan vulnerando sus derechos en nombre de la superestructura mundial, europea o la de su propio país.
Los medios deberán cambiar drásticamente, abrirse a sus lectores, darles cauces de participación y mostrarse trasparentes y leales con el ciudadano. Deberán ser beligerantes e independientes de los poderes económicos y políticos.
Nuestro lema es periodismo a pesar de todo, y ese “todo” no son solo las dificultades económicas y profesionales que hoy enfrentan los periodistas. Es también la voluntad por mejorar la realidad informando sobre ella. Nuestra responsabilidad como periodistas está con la gente, con nuestros lectores. No podemos callarnos lo que sabemos, negociar con la información o usarla como moneda de cambio.
Para mí, no hay nada que simbolice más la crisis de la prensa –del oficio, no del negocio– que esos periodistas que presumen de valer más por lo que callan que por lo que publican.
Tampoco es aceptable la sumisión con la que hemos aceptado el desprecio con el que los poderes políticos tratan a la prensa.
Cuando un político se esconde detrás de una pantalla de plasma para no contestar a las preguntas de los periodistas, de quien se esconde es de de los ciudadanos.
Hace ya unos cuantos años, después de las elecciones de 2008, promoví junto con Fernando González Urbaneja, entonces presidente de la APM (Asociación de la Prensa de MAdrid) una carta a los partidos políticos contra el abuso de las ruedas de prensa sin preguntas.
En la carta pedíamos a los políticos que abandonasen las ruedas de prensa sin preguntas por respeto a los ciudadanos.
Fue un fracaso. Conseguimos que absolutamente todos los directores de periódicos de Madrid y Barcelona, de pago y gratuitos, firmasen el manifiesto. También lo firmó, además del presidente de la APM, el del Col.legi de Periodistes de Catanlunya. Todos firmamos la carta pero muy pocos medios la difundimos. La mayoría de los diarios no publicó una sola línea en sus páginas, por lo que la presión fue casi nula.
Hoy estamos mucho peor que en 2008 en transparencia. Es un abuso cotidiano, donde a los políticos –especialmente los del Gobierno, pero no solo– les sale muy barato esconderse de la prensa porque siempre tendrán medios afines que lo consientan, que no critiquen estas malas prácticas o las justiquen, o incluso que se presten a amañar una rueda de prensa.
Desde eldiario.es yo ya no voy a promover más manifiestos comunes para intentar acabar con esta situación. Vamos a actuar por nuestra cuenta, ya lo estamos haciendo. Desde hace más de un año, mi redacción tiene la instrucción de no acudir a una sola rueda de prensa sin preguntas y contar a nuestros lectores cada ocasión en la que no nos dejan preguntar. En los casos en los que la informacion transmitida en esas falsas ruedas de prensa sea relevante, la contamos a nuestros lectores, pero recalcando en la primer línea que los periodistas no pudimos preguntar.
Esta falta de transparencia no solo se nota en lo poco que algunos políticos dejan trabajar a los periodistas. También en la forma en que se gestionan los recursos públicos: la publicidad institucional.
Muchos gobiernos reparten esa publicidad de forma completamente arbitraria para comprar medios. Lo digo así de claro porque es así de bestia. En otros países, sería un escándalo nacional que los datos globales del reparto de la publicidad institucional de cada gobierno –el central y los autonómicos y municipales– fuesen opacos porque, de tan obscenos, son impublicables.
Hace unos meses, el Congreso me invitó a la Comisión de Constitucional como ponente para hablar de la ley de transparencia que entonces se estaba negociando. Allí defendí que la transparencia y el derecho a la información es la garantía imprescindible para la democracia. De la misma forma que en el siglo XX se asumía que un país sin libertad de prensa no es un país democrático, hoy –en el siglo XXI, en la era de Internet– una democracia sin transparencia y sin derecho de acceso de los ciudadanos a la información pública es una democracia de baja calidad: una democracia enferma o subdesarrollada.
En el Congreso, pedí a los políticos algo que creo debería ser imprescindible: que la ley de transparencia obligue a los gobiernos y empresas públicas a informar anualmente del reparto de la publicidad institucional para evitar abusos. También lo pidieron más voces, entre otras, la AEPP, una de las patronales del sector, que preside mi padre, Arsenio Escolar. No nos hicieron ni caso y la ley de transparencia no obligará específicamente a detallar ese reparto, por lo que en muchísimos casos seguirá siendo completamente arbitrario. Y ese reparto del dinero público sirve para comprar medios. Para repartir premios y castigos.
Defender la transparencia, la libertad de expresión, la buena gestión del dinero público o el papel de la prensa en la lucha contra la corrupción no puede caricaturizarse como un discurso antisistema. Es justo al contrario: es prosistema porque sin estos mínimos no puede funcionar la democracia.
Quienes creen que lo que está pasando en la prensa –o en la política, o en la sociedad– es solo una fiebre temporal, fruto de la crisis económica, y que cuando el paro baje las aguas volverán tranquilamente a su cauce de siempre, se equivocan.
También se equivocaron los que hace justo dos años, cuando lanzamos eldiario.es, pronosticaron que duraríamos dos días.
Las cuentas de eldiario.es
Hace unas horas, hemos publicado las cuentas de eldiario.es de los primeros ocho meses de 2014, desde el 1 de enero hasta el 31 de agosto. Lo hacemos regularmente porque no solo defendemos la transparencia como forma de mejorar las instituciones sino que también nos aplicamos esa misma transparencia. A pesar de que hay quien todavía cree que los medios en Internet no pueden ser rentables, hemos cerrado esos primeros meses en números negros. Hemos ingresado más de lo que hemos gastado y vamos a reinvertir todo ese dinero en mejorar eldiario.es.
Nuestros datos de audiencia nos sitúan ya entre los diez diarios digitales más leídos en España, incluyendo en el ranking a los que tienen edición en papel. Los últimos datos de Comscore, los del mes de julio del panel que incluye a los usuarios de ordenador fijo y móviles, nos dan ya 2,7 millones de lectores en una clasificación donde casi doblamos a diarios impresos como La Razón.
Los líderes, El Mundo y el País, tienen en ese mismo ranking entre 10 y 11 millones de lectores. Dependiendo del mes, estamos logrando entre una cuarta y una quinta parte de la audiencia online en España de los grandes diarios. En solo dos años, empezando desde cero, y con un presupuesto que en otros periódicos no llega ni para pagar a los directivos.
Ya hemos logrado un 20% de la audiencia de nuestros competidores, pero nuestros costes no son ni el 1% de la competencia. Y a diferencia de los grandes periódicos, nosotros estamos creciendo, mejorando nuestro periódico y contratando más periodistas, en lugar de despedirlos.
No es un fenómeno exclusivo de eldiario.es. Hoy las únicas redacciones de prensa escrita que están aumentando su tamaño están en Internet.
Hemos logrado equilibrar nuestras cuentas gracias a la publicidad y también gracias a los socios, a los lectores que nos apoyan económicamente con una suscripción de 5 euros al mes. Ya tenemos 8.700 socios y no ha habido una sola semana en que esta cifra haya dejado de crecer.
Los socios tienen varias ventajas sobre los lectores que no pagan. Cada noche, reciben el adelanto, los artículos e informaciones propias que abrirán el diario al día siguiente. También editamos trimestralmente una revista en papel, un monográfico que reciben en su casa. Tienen un espacio destacado en los comentarios y también pueden ver la web sin publicidad. Pero la mayor parte de nuestros socios no pagan por estas pequeñas ventajas.
No hace falta ser socio para leer eldiario.es, no estamos cerrados detrás de un muro de pago. Nuestros socios pagan porque quieren que eldiario.es exista: porque quieren que sigamos siendo independientes. Porque confían en nosotros. Y un periódico, en última instancia, es algo muy sencillo: es una relación de confianza entre unos lectores y una redacción. Una confianza que nunca vamos a traicionar porque en eldiario.es creemos en el periodismo, a pesar de todo.