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No existe más digno ni más necesario internacionalismo que el feminismo

Esta semana Donald Trump ha visitado Bruselas con motivo de la celebración de la cumbre de la OTAN, esa alianza “obsoleta”, “baluarte de la paz y la seguridad internacionales”, tal como él mismo  la definió, eso sí, en dos instantes diferentes de su carrera.

Poco antes de su visita en Florencia, se celebraba la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana. En ella hemos hablado de seguridad, de terrorismo, de crimen organizado, de narcotráfico… y también hemos hablado de nosotras, las mujeres. Porque en un mundo globalizado, donde los Estados apenas tienen ya poder de decisión y los tratados comerciales socavan más que nunca la soberanía de los pueblos; donde la xenofobia y la intolerancia aumentan, espoleadas por figuras como la del inefable presidente americano, la solidaridad internacional entre mujeres es quizás más imperiosa que nunca.

Creemos que no existe más digno ni más necesario internacionalismo que el feminismo. Porque quienes como la activista hondureña Berta Cáceres luchan y mueren por la tierra, por defender el agua, el territorio, los bienes comunes, la vida, para que ésta no caiga en manos de corporaciones privadas y sea destruida, necesitan que nos unamos.

Necesitan también saber que las escuchamos, que oímos sus voces y que las amplificamos en los espacios de poder en los que estamos presentes. Por eso hemos dado en Florencia las gracias a las mujeres periodistas, fotoperiodistas y activistas de México con las que hemos estado en contacto estos días. Mujeres que se juegan la vida documentando y denunciado cómo su país se está convirtiendo en un inmenso Ciudad Juárez.

Porque, no lo olvidemos, todos los conflictos lo son siempre más duros para nosotras, ya que a la violencia del narcotráfico hay que sumar la violencia específica contra las mujeres solo por el hecho de serlo. Una violencia cruel y desgarradora que deriva del odio relacionado con el género, y de las desiguales relaciones de poder entre hombres y mujeres. Una violencia específica que se evidencia con la mutilación de los cuerpos, la agresión sexual, la tortura y el intento de desaparición de los cuerpos. Las víctimas de feminicidio lo son triplemente en México y en muchos otros países del mundo: lo son cuando las asesinan, lo son cuando sus muertes no se investigan y lo son cuando la sociedad y los medios de comunicación las juzgan tras su muerte: por cómo vestían, cómo hablaban o cómo vivían.

Ya van siete asesinatos de periodistas en México este año para acallar a quien reportea el infierno. Por las y los periodistas de México debemos sumar nuestras voces al grito desesperado de: NO AL SILENCIO. No a la impunidad y no a una Comunidad Internacional que sigue prefiriendo mirar hacia otro lado, alzando muros en lugar de tender puentes.

Vivimos una de las fases más intensas de la globalización capitalista, podríamos decir que estamos ya en las postrimerías del paso de la economía de mercado a la sociedad de mercado. Una sociedad en la que todo, hasta nuestros vientres, nuestra capacidad de parir, se convierte en mercancía. Es cierto que el auge de la extrema derecha y de personajes como Donald Trump surge también como reacción a la omnipotencia del mercado y a la desposesión de las clases populares. Pero es una reacción que trae consigo terribles consecuencias. Necesitamos reaccionar, sí. Pero necesitamos una reacción basada en los valores de equidad, respeto, igualdad. Una reacción feminista y no justo todo lo contrario.

Somos las mujeres –brujas y curanderas, que diría Silvia Federicci– quienes desde muchos puntos del planeta, más nos hemos resistido siempre a las imposiciones del mercado. La economía de los cuidados que reclama el feminismo tiene que ver con una nueva forma de producir, de entendernos, de establecer las reglas que rigen nuestras sociedades. No sólo el beneficio económico cuenta. Cuenta la sostenibilidad de la vida. De una vida que merezca la pena ser vivida.

Debemos reclamar una vida digna y segura para nosotras y para nuestras hijas; donde la cultura de la violación no campe a sus anchas ni se expanda por culpa de unos medios de comunicación que hacen un uso irresponsable del altavoz que poseen como generadores de opinión pública y que tiene relación con la cosificacion de los cuerpos de las mujeres y, por tanto, con la mercantilización de la vida.

En España hay más de mil violaciones al año denunciadas. La punta del iceberg de todas aquellas que prefieren callar para no ser ellas las juzgadas. Últimamente, las violaciones en grupo de manadas de jóvenes que buscan diversión se están convirtiendo en espectáculos televisivos donde a quien se juzga es a la víctima y a quien se justifica es a ellos. Los medios de comunicación los defienden porque son jóvenes, sanos, normales, “guapos”, hijos de sus madres, novios de sus novias. Son los hijos sanos del patriarcado. Uno de cada tres pagará por sexo sin importarle si quien presta su cuerpo lo hace libremente, forzada, sin papeles, coaccionada, amenazada. Los hijos sanos del patriarcado: 60 de ellos asesinarán a sus parejas cada año en España, porque entienden que en el sexo y en el amor las mujeres les pertenecemos.

Es crudo decirlo así. Pero es necesario decirlo: nos están matando. Movilizaciones inspiradoras, como Ni Una Menos, surgida en Argentina, son las que nos alumbran el camino. Porque hay una revolución pendiente. Y si algo bueno tiene la globalización es que nos da la oportunidad de compartir ideas e inquietudes, de generar redes de mujeres a ambas orillas del Océano, de crear espacios democráticos y consolidar una verdadera ciudadanía social que no excluya, como hasta ahora, a la mitad de la humanidad.

Por eso nuestra propuesta ante los Donald Trump que amenazan el mundo es una alianza entre nosotras. Una alianza que nos haga fuertes. Que dote al feminismo (eso que Clara Campoamor decía debiera llamarse, más bien, humanismo) de un papel protagonista en nuestra historia. Una alianza para que la igualdad y la equidad sean argumentos básicos del pacto global.

Esta semana Donald Trump ha visitado Bruselas con motivo de la celebración de la cumbre de la OTAN, esa alianza “obsoleta”, “baluarte de la paz y la seguridad internacionales”, tal como él mismo  la definió, eso sí, en dos instantes diferentes de su carrera.

Poco antes de su visita en Florencia, se celebraba la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana. En ella hemos hablado de seguridad, de terrorismo, de crimen organizado, de narcotráfico… y también hemos hablado de nosotras, las mujeres. Porque en un mundo globalizado, donde los Estados apenas tienen ya poder de decisión y los tratados comerciales socavan más que nunca la soberanía de los pueblos; donde la xenofobia y la intolerancia aumentan, espoleadas por figuras como la del inefable presidente americano, la solidaridad internacional entre mujeres es quizás más imperiosa que nunca.