Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.
El viaje de Telémaco
Después de un largo mes de transición, los nuevos eurodiputados hemos ocupado finalmente nuestro escaño el pasado 1 de julio, durante la sesión de inauguración de esta nueva legislatura en Estrasburgo. Muchas son las sensaciones, emocionales y racionales, que hemos experimentado en estos días, especialmente aquellos que como yo estrenamos responsabilidad política en Europa. En todo caso, destacaré dos primeras impresiones.
En primer lugar, no puedo dejar de señalar la fragmentación del Parlamento Europeo y el extraordinario peso de las fuerzas antieuropeístas, que dejan poco espacio para la negociación entre el resto de formaciones. En estos días, hemos visto cómo los diputados del UKIP, liderados por Nigel Farage, que engrosan el grupo eurohostil European Freedom and Direct Democracy, daban la espalda al Himno de la Alegría en la sesión inaugural y pasaban el resto de las reuniones de la cámara gritando, insultando y faltando al respeto al Parlamento. Pero estos diputados del UKIP no están solos en esta campaña contra Europa. Su grupo suma 48 diputados, gracias al apoyo de Beppe Grillo y de otros partidos minoritarios, y el grupo mixto (en terminología europea, “no adscritos”), liderado por Marine Le Pen, cuenta con 52 diputados adicionales que suponen otra fuerza de choque contra el proyecto europeo. De este modo, un 13% del Parlamento está representado por personas que aspiran a destruir la democracia europea y que hacen patente su desprecio a las instituciones europeas de manera permanente.
Ciertamente, resulta muy duro ver a este puñado de fascistas en las instituciones democráticas europeas, especialmente en estos días de recuerdo de la I Guerra Mundial que abrió una etapa en nuestro continente felizmente cerrada con la reconciliación europea institucionalizada con el Tratado de Roma. Reconciliación a la que se sumaría nuestro país con la Constitución de 1978 y con la entrada en Europa en 1986.
La cuestión es que el avance de Europa no sólo tendrá enfrente a estos diputados que aspiran a dar vuelta atrás al reloj de la historia, sino que también va a sufrir las zancadillas de los euroescépticos del grupo de los European Conservatives and Reformists, liderado por el Partido Conservador británico, que cuenta con 70 diputados. De este modo, a ese 13% de diputados eurohostiles, debemos sumar otro 10% de euroescépticos conservadores, que tampoco se van a sumar al esfuerzo de integración que Europa necesita para superar esta prolongada y profunda crisis.
A partir de estos números, resulta evidente que el enconado debate que observamos en nuestro país a cuenta de los acuerdos entre los partidos políticos europeístas, a izquierda y a derecha, toma otro cariz radicalmente distinto. Piense el lector que el grupo socialista representa un 25% de la cámara, los demócratacristianos un 29%, y el resto se reparte entre los liberales, la izquierda unida y los verdes.
De este modo, una vez descartado un cuarto del Parlamento en manos de los antieuropeos y dada la fragmentación restante, quedan pocos espacios de libertad para sumar mayorías que permitan el trabajo legislativo de la propia Cámara. En todo caso, es necesario un esfuerzo adicional de los diputados que aquí estamos para explicar este marco parlamentario y los retos que nos plantea.
Más allá de este debate numérico y político, en esta primera semana el Parlamento ha recibido a Matteo Renzi, como primer ministro del país que le tocará guiar el trabajo del Consejo en este segundo semestre de 2014. Renzi era esperado con atención y esperanza por muchos de los diputados del Parlamento, especialmente entre las filas de la izquierda europeísta, que en estos momentos estamos tan huérfanos de referentes.
Renzi no defraudó con un discurso fresco e innovador en el que recurrió a la mitología grecorromana para defender el impulso europeísta y progresista. En este sentido, se refirió a Ulises y puso como ejemplo para la generación más joven el esfuerzo de Telémaco, dispuesto asumir la herencia de su padre con responsabilidad y ambición. De este modo, Renzi se autoexigió estar a la altura del legado del proyecto europeísta, sin esperar a que el tiempo pase, a que los acontecimientos se sucedan sin la voluntad de liderarlos. Su discurso sonó sincero a la vista del trabajo que estos momentos está desarrollando en su propio país.
Pues bien, ese esfuerzo de entregarse al presente para la construcción del futuro, por encima de posiciones distantes y cómodas, es adecuado también para nuestro país, donde una generación de españoles nacidos después de la Transición debe asumir ya el importante legado del pasado, y con respeto por el trabajo realizado hasta ahora, debe comprometerse en ese nuevo impulso modernizador para España. Y para ello necesitamos un PSOE renovado que incorpore miradas complementarias, para recuperar lo mejor de la historia centenaria de nuestro partido, al servicio como siempre del bien común y especialmente de los que menos tienen. En ese sentido, ese próximo congreso se presenta vital para reiniciar nuestro propio viaje a Ítaca.
En fin, termina, pues, esta primera semana de trabajo con el deseo de comenzar la próxima, ya en Bruselas, para la constitución de las comisiones, mientras seguimos discutiendo las opciones de cara la votación del próximo presidente de la Comisión Europea.
Después de un largo mes de transición, los nuevos eurodiputados hemos ocupado finalmente nuestro escaño el pasado 1 de julio, durante la sesión de inauguración de esta nueva legislatura en Estrasburgo. Muchas son las sensaciones, emocionales y racionales, que hemos experimentado en estos días, especialmente aquellos que como yo estrenamos responsabilidad política en Europa. En todo caso, destacaré dos primeras impresiones.
En primer lugar, no puedo dejar de señalar la fragmentación del Parlamento Europeo y el extraordinario peso de las fuerzas antieuropeístas, que dejan poco espacio para la negociación entre el resto de formaciones. En estos días, hemos visto cómo los diputados del UKIP, liderados por Nigel Farage, que engrosan el grupo eurohostil European Freedom and Direct Democracy, daban la espalda al Himno de la Alegría en la sesión inaugural y pasaban el resto de las reuniones de la cámara gritando, insultando y faltando al respeto al Parlamento. Pero estos diputados del UKIP no están solos en esta campaña contra Europa. Su grupo suma 48 diputados, gracias al apoyo de Beppe Grillo y de otros partidos minoritarios, y el grupo mixto (en terminología europea, “no adscritos”), liderado por Marine Le Pen, cuenta con 52 diputados adicionales que suponen otra fuerza de choque contra el proyecto europeo. De este modo, un 13% del Parlamento está representado por personas que aspiran a destruir la democracia europea y que hacen patente su desprecio a las instituciones europeas de manera permanente.