Enrique Pérez Guerra tenía 12 años cuando un cura del convento de los Carmelitas de Zaragoza abusó sexualmente de él. Era un niño con una autoestima baja, con problemas de salud y en la religión encontró una salida. Quería ser misionero, aunque por aquel entonces no supiera muy bien qué significaba eso. Creyó que aquel cura podía ser la persona indicada para que le guiara, para que resolviese sus inquietudes, sus dudas... Pero, lo cierto es que “no tenía ningún interés por mis convicciones religiosas, y sí por mi piel, por la textura de mis glúteos...”, rememora. Pérez Guerra es una víctima de una realidad, la de los abusos cometidos en el seno de la Iglesia católica española, sobre la que todavía pesa el silencio y el oscurantismo, de la que no hay apenas investigaciones, mientras se ha optado por minimizar el problema y la gravedad de los casos.
Estas son algunas de las conclusiones de un estudio multidisciplinar impulsado por la Universidad del País Vasco (UPV–EHU), la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y la Universidad de Barcelona (UB), presentadas este lunes en San Sebastián en el marco de la la jornada 'Abusos sexuales de menores en instituciones religiosas: respuestas restaurativas desde la victimología'. Cada uno de los centros ha abordado esta realidad desde una vertiente diferente, así, los especialistas de la UB han sido los encargados de trazar un perfil de las víctimas a través de 40 entrevistas.
Algunos previamente habían sido maltratados, la mayoría eran de sexo masculino, además sufrieron abusos crónicos, es decir, no fueron episodios esporádicos, al contrario se produjeron durante largos periodos de tiempo, y tuvieron un carácter grave, según los datos recabados. “En la mayoría ha habido un contacto físico, y en un 30%–40% de los casos hubo penetración. Es un porcentaje muy alto”, remarca Noemí Pereda, de la UB. La especialista también ha analizado las consecuencias psicológicas y espirituales. La mayoría de los entrevistados “tienen problemas cronificados de ansiedad y depresión, dificultades sexuales, de alimentación y sueño, y por último, el trauma espiritual, relativo al impacto extremo que los abusos sexuales han causado en su fe y su creencia en la Iglesia católica”.
“Poco a poco fue abordándome y yo no sabía cómo responder, cómo poner límites. Es una experiencia demoledora. Pensaba que si yo no iba donde él, si no me prestaba a desnudarme y a que se hiciese con mi cuerpo, el padre Javier vendría a mi casa a buscarme. Mi vocación se fue al garete, no porque considerase que ese mundo estaba enturbiado, sino porque pensé que yo no lo merecía”, explica Pérez Guerra, una de las víctimas que ha participado en la jornada. Con el miedo se mezclaban los sentimientos religiosos y conceptos como el pecado y el infierno. Por eso, sintió una gran humillación cuando tuvo la necesidad de confesarse. No se atrevió a dar este paso ante otro sacerdote por el temor de que su familia se enterase de lo que había pasado, por lo que optó por pedírselo a su agresor, que no hizo más que reírse de él.
Aspectos como el poder clerical, el perfeccionismo moral, la concepción de la sexualidad, el secretismo, la soledad o la idea del pecado y del perdón han sido identificados como factores de riesgo.
Un aspecto fundamental encontrado es la instrumentalización de las víctimas y el hecho de priorizar la reputación institucional por encima de los derechos individuales de los entonces menores.
Esta víctima, nacida en Burgos, tiene ahora 65 años y en 2001 escribió el libro 'Las tardes escondidas: Memorias de la agresión sexual a un niño'. El embrión de la obra fue la carta que intentó escribir a su hijo para explicarle lo que había sufrido cuando él tenía su misma edad. Pérez Guerra tardó 9 años en contarle a alguien que había pasado. Primero fue a una compañera de universidad –ahora su mujer–, después llegó un amigo común. Sin embargo, su padre se murió sin saberlo, cuando tuvo el coraje de contárselo a su madre estaba aquejada de una demencial senil –“no se enteró o no quiso saber”–, y a sus hermanos “no les hizo mucha gracia” y siempre lo han considerado un tema tabú.
Hubo tres factores clave que empujaron a Pérez Guerra a hablar sin tapujos de su experiencia: el fallecimiento de su padre –militar ultraconservador–, el hecho de que su hijo fuese aproximándose a la edad que tenía cuando sufrió los abusos y su profesión. Trabaja en Mallorca con menores conflictivos y al conocer las vivencias de otras personas que han sido víctimas se dio cuenta de que él no era un “bicho raro”.
Doble victimización
Otro de los aspectos que aborda el estudio es la “doble victimización” que han sufrido las víctimas de abusos sexuales cometidos en el seno de la Iglesia. Es uno de los aspectos en los que se ha centrado Gema Varona, investigadora de la UPV. En este caso, a raíz de 60 testimonios, la experta concluye que “ninguna de las víctimas entrevistadas está satisfecha con la respuesta recibida, ni por parte de la sociedad, ni por supuesto, por parte de la Iglesia y otras instituciones. A la victimización primaria ha sucedido una continua y persistente victimización secundaria. Cuando, tras muchos años, las víctimas deciden hablar la respuesta obtenida ha causado más daño”, sostiene Varona.
Se lo dije al obispo, para pasar página, hay que leer hasta la última línea, el problema es que en el tema de los abusos no se ha leído ni la primera. Y como si oyese llover.
“Un aspecto fundamental encontrado es la instrumentalización de las víctimas y el hecho de priorizar la reputación institucional por encima de los derechos individuales de los entonces menores. Además, el derecho canónico, recientemente reformado, no ha considerado durante mucho tiempo los derechos que las víctimas deben tener en los procedimientos para revisar los casos”, añaden los investigadores.
Pérez Guerra asegura que “la superación es un mito” y que todavía, cuando menos se lo espera, revive lo sufrido. A su agresor, al poco tiempo, lo trasladaron a otra congregación religiosa. No lo sabe con certeza, pero cree que el cambio fue fruto de que un seminarista entró en la habitación mientras el padre Javier abusaba de él. “Debió de contárselo a alguien de arriba”.
De la Iglesia, según cuenta, no ha recibido ningún apoyo. Cuando intentó ponerse en contacto con el abad del convento donde sucedieron los hechos no obtuvo ninguna respuesta, solo una “actitud totalmente despótica”. Años más tarde, y tres cartas mediante, consiguió una entrevista con el obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull Anglada.
“Me dijo que tenía que dejarlo atrás, que tenía que olvidar y pasar página, y entonces me acordé de que un par de días antes había visto en el telediario a Gorka Landaburu. Él, como víctima de ETA, dijo que estaba dispuesto a pasar página, pero que para hacerlo primero había que leer hasta la última línea. Y trasladé esa reflexión a mi propia experiencia, y se lo dije al obispo, para pasar página, hay que leer hasta la última línea, el problema es que en el tema de los abusos no se ha leído ni la primera. Y como si oyese llover”, recuerda.
El silencio de la Iglesia
Los investigadores de las tres universidades implicadas reconocen las muchas limitaciones que han tenido para poder recabar datos con los que elaborar el estudio. La Iglesia Católica en España no ha querido colaborar con ellos, tampoco la institución parece estar dispuesta a hacer lo que se ha hecho en otros países como Bélgica, Irlanda, Alemania o Estados Unidos, impulsando investigaciones dentro de su propio seno.
Por ello, una de las conclusiones del estudio es la escasez de iniciativas puestas en marcha para denunciar casos de abusos sexuales, “nunca se han hecho investigaciones a fondo sobre la victimización producida a lo largo de los años para poder repararla adecuadamente y facilitar un acceso uniforme de las víctimas a dicha reparación”.
De hecho, a día de hoy, resulta imposible dar una cifra aproximada de cuántas personas han sido víctimas de abusos sexuales por parte de un algún miembro de la Iglesia en España. El pasado mes de abril, el portavoz de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, ofreció los primeros datos oficiales al desvelar que hay 220 sacerdotes bajo investigación. Sin embargo, no facilitó cifras de víctimas.