Tal día como hoy, un 13 de abril de hace 83 años, en Eibar se vivía una agitación política desconocida. No había habido convocatoria por whatsapp, ni facebook y twitter calentaban el ambiente, pero estaba claro que la localidad estaba viviendo un momento histórico, desde 24 horas antes, cuando se conocieron los resultados de las elecciones. El Ayuntamiento quedaba conformado por 10 concejales socialistas, 8 republicanos y uno del PNV: ni el mínimo asomo de espíritu monárquico en aquella ciudad guipuzcoana de 13.000 habitantes, bastión de la industria armera y del socialismo vasco. Así que no extraña que las horas siguientes al recuento de los votos se sucedieran con una sensación de vértigo. El ambiente de fiesta, no exento de tensión, inundaba el pueblo, sobre todo por la calle de San Andrés, donde se encontraba la Casa del Pueblo. Y el 14, todavía sin amanecer, a las 6 horas y 50 minutos de la mañana, Eibar se convirtió en el primer ayuntamiento que proclamó la II República española, con la izada de la enseña tricolor en el balcón del Ayuntamiento.
Aunque es cierto que una multitud invadía las calles desde el amanecer, las horas de aquel 13 de abril fueron quizás las más largas en la historia de la localidad armera. José Sarasua, con 8 años entonces, se quedó en casa con su madre. “Había mucha tensión en la calle; no se sabía qué iba a ocurrir; mi padre y mis dos hermanos mayores sí salieron a la plaza del Ayuntamiento donde se debatía si izar o no la bandera republicana”, recuerda quien era hijo y hermano de socialistas y nieto de un eibarrés alistado a la fuerza por los carlistas que desertó para pasarse a su bando, el liberal. “Sí, la familia siempre ha sido, como tantas en Eibar, de tradición liberal-socialista”.
Fueron horas largas, hasta que al final se izó la tricolor, a partir de una noticia que resultó falsa pero providencial, llegada en uno de los escasos automóviles que circulaban entre Bilbao y San Sebastián y cuyo conductor afirmó que Barcelona ya era republicana. “Eibar se inundó de una apasionada algarabía”, rememora Sarasua. A la alegría de la proclamación, sucedieron momentos de incertidumbre: muchos decían que se había actuado con precipitación, que las capitales (Bilbao, San Sebastián) no habían tomado ninguna decisión. Y tampoco había noticias de lo que ocurría en Barcelona y Madrid.
En las dos ciudades más importantes del país, la República se proclamó a las tres de la tarde. Pero no eran tiempos de Internet y televisión. “Y tampoco todo el mundo tenía radio o teléfono; las noticias corrían de boca a boca y no faltaban los rumores”, explica uno de los escasos vecinos que vivieron aquellos días. También ayudó a la tranquilidad de la población, la confirmación desde primera hora de la mañana, de que la Guardia Civil no estaba dispuesta a intervenir.
Y a eso de las seis de la tarde, se confirmó la proclamación oficial. La fiesta fue total, para casi todo Eibar, porque también en la ciudad había monárquicos, como el director de la banda municipal, al que no le sentó nada bien el cambio de la 'Marcha real' por el 'Himno de Riego'. Pero no hubo conflictos; la mayor parte de los 13.000 habitantes que entonces poblaban Eibar seguían el lema vital de los concejales electos: “Paz, respeto y comprensión”.
Aquellas jornadas de abril, los músicos de la Banda Municipal, para enojo de su director, se emplearon a fondo, recuerdan las crónicas de entonces. Sobre todo, el 14, a partir de que Mateo Careaga, el concejal más joven de aquella corporación presidida por Alejandro Tellería, izara la enseña republicana. Las imágenes del momento retratan un gentío que aumentaba conforme pasaba el día. Emotivo es el momento en el que el bombero Azpiazu, conocido como 'Eltzartza' cambió el nombre a la plaza del Ayuntamiento de Alfonso XIII por el de la República; o cuando la multitud llega hasta el cuartel de la Guardia Civil para colocar la nueva enseña oficial.
Desde ese instante, los cambios se sucedieron vertiginosamente en todo el País Vasco, incluso en lugares donde la alianza de izquierdas republicana fracasó como Vitoria o Durango. Eso sí, el entusiasmo (incluso en Bilbao, donde los monárquicos sólo habían conseguido tres ediles), nunca llegó al que se vivió en Eibar.
Quizás por ello el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, acudió el 13 de septiembre de 1932 a visitar la localidad. Aunque no era de izquierdas, se le recibió con todos los honores. Alcalá Zamora paseó rodeado del vecindario, del brazo de algunas de las jóvenes de la localidad, para terminar en el balcón del Ayuntamiento, donde Gloria Lizundia, con guantes blancos, traje de gasa y collar de cuentas, le regaló el mejor obsequio que podía ofrecer la ciudad armera: una pistola Star grabada en oro sobre acero.
Eibar se mantuvo en la vanguardia en la apuesta por vientos nuevos. Un buen ejemplo, la cuestión del Estatuto de autonomía. El 18 de abril de 1931, cuando en muchos lugares todavía no se había proclamado oficialmente el nuevo régimen, el Ayuntamiento de la ciudad guipuzcoana lanzó su primer bando en el que se pedía la “reforma del código político de la nación” para solicitar el Estatuto. Y como si no hubieran pasado 83 años, entonces ya se acusaba al PNV de tibieza, de poca definición, en su comportamiento político, lo que motivó que el único edil jeltzale de los 19 presentara una protesta a la moción.
José Sarasua recuerda con mayor nitidez la llegada de la guerra civil, su salida al exilio francés con su madre y su tía, las penurias de la vuelta a Eibar, con la detención de su padre y su tío. “Y la casa que teníamos, desvalijada y ocupada por otra familia, sin posibilidad de protesta porque éramos rojos...”.
La ciudad armera ha duplicado hoy su población, han llegado emigrantes de otras zonas de España y también de pueblos de Guipúzcoa donde aquel 12 de abril había triunfado las posiciones más reaccionarias. Ahora vive un completo mestizaje, pero conserva la mejor herencia de aquellos que proclamaron la República: el ser liberal, como reconoce Sarasua.