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La ilusión se cumple
“…Doy la vuelta al mundo en el golpe de viento. / Se pasó la eternidad en un suspiro. / Te confieso que de nada me arrepiento...”
Estas letras pertenecen a uno de mis temas favoritos de la banda Sidecars. Este fragmento en concreto, lo podríamos asignar como esencia pura de lo que hoy nos ha traído hasta aquí. No es fácil, diría que incluso algo incómodo, hablar de logros en primera persona. Sin egocentrismos y con todo el respeto del mundo, una empresa difícil que gestiono desde lo más profundo y con el corazón en la mano.
Es cierto que la eternidad pasó en un suspiro. Lejos quedan aquellas vivencias de aquel niño revoltoso que puso medio Beasain a comprar boletos en una tómbola con el único objetivo de conseguir aquella bicicleta roja y con manillar de carreras que colgaba de lo más alto. Desde la rabieta a luchar por un sueño. Así comenzó mi vuelta al mundo, mi ilusión, mi pasión, mi vida, mi sueño de ser ciclista del Tour de Francia. Por cierto, la bici nos tocó; lo digo por si alguno ha dudado.
El Tour, ¿y por qué el Tour? Esta es una pregunta que durante años me he lanzado a mi mismo y nunca he sido capaz de encontrar respuesta; mucho me temo además que con el paso del tiempo aún va a ser más complicado hacerlo. Es cierto que ahora tendría su lógica, incluso que fuese el sueño de mi hijo, más que nada por lo que respira en casa. Pero en aquel entonces no tuve más que una cultura ciclista muy generalista, una afición inculcada por mi aita y mi tío, al que acompañábamos de vez en cuando siendo director del Transportes Uriarte (amateur). No me hacía yo el interesante ni nada dando vueltas en la calle Arana y el antiguo frontón de Beasain con mi bici roja y la gorra de Transportes Uriarte jugando a ser el más rápido en un sprint con rivales ficticios en forma de sombras. No necesitaba el con quién: me bastaba conmigo mismo para hacerme la película. Quizás en este momento, embriagado por la nostalgia e impulsado por la añoranza, revivo pasajes maravillosos, siempre presentes, aunque sea en la despensa polvorienta de un cerebro de un casi cincuentón. No necesito recordar porque nunca he olvidado.
El Tour, ¿y por qué el Tour? Esta es una pregunta que durante años me he lanzado a mi mismo y nunca he sido capaz de encontrar respuesta; mucho me temo además que con el paso del tiempo aún va a ser más complicado hacerlo
Un día quien fue mi director, Manolo Saiz, me dijo: “Joseba, el destino no existe”. Como no le gustaba que le llevasen mucho la contraria respondí en silencio: “Yo creo que sí”.
El destino nos trajo a Vitoria-Gasteiz y es aquí donde comencé a competir, con 9 añitos ya. La bici roja había pasado a manos de mi hermano Gorka y yo entraba a formar parte de la escuela de ciclismo Iturribero. Esa escuela, aún en activo, pertenece a la ikastola Ikas Bidea de Durana, que es donde yo estudiaba. Siempre defenderé que aquellos fueron los mejores años de mi vida.
Todas las películas y performances ahora comenzaban a tener un sentido tangible. Convivencia y un dorsal: volvía a no necesitar nada más. Ahora sí que me parecía a los protagonistas de mis sueños. El sistema marcaba que allí se aprendía a querer a la bicicleta; yo iba más lejos: jugaba a ser ciclista. No voy a decir que era el alumno aventajado, porque está mal que yo lo diga, pero sí que era el que estaba siempre dispuesto a rizar un poco más el rizo. Cada gesto, cada detalle, cada charla de quien era nuestro educador Fernando Urteaga era oro para mí.
Un día dijo en voz alta: “Estoy convencido de que iré a Paris a acompañar a uno de vosotros”. Un comentario en cierto modo pretencioso viniendo de un educador.
Cada noche me acostaba sintiéndome observado por Lemond e Hinault, Fignon, Pello, Lucho, Gorospe, Jokin Mujika, Perico… Nuestro estampado de alcoba tomaba vida por momentos
Nada más lejos de la realidad. Fernando es un hombre fantástico al que nunca dejaremos de agradecer todo aquello que nos inculcó. ¡Cuánto tenemos que agradecer a todas esas personas que de manera desinteresada han sido y son parte de nuestra formación ciclista!
Fernan ya hablaba de París, poco necesitaba que me tocasen las palmas.
Cada noche me acostaba sintiéndome observado por Lemond e Hinault, Fignon, Pello, Lucho, Gorospe, Jokin Mujika, Perico… Nuestro estampado de alcoba tomaba vida por momentos. ¡Cuánto mejor nos iría si de vez en cuando dejáramos volar nuestra imaginación y diéramos paso a la ficción! Hoy admito que remaché a Perico en Luz, gané sin acoples una crono a Lemond en París y destrocé a Hinault en Alpe D´Huez. Testigo de ellos son mis libros de texto que aún, algunos de ellos, conserva mi ama donde no hay página sin bicicleta dibujada o reseña del ciclismo. Parece ser que lo de dibujar se me daba mejor que subrayar lo importante de cada párrafo.
El niño de la bici roja de la tómbola quedó absorbido por el rebufo de sus ídolos. Así lo he sentido siempre, ese fue el día que dije: quiero ser ciclista
17 de julio de 1990 Luz Ardiden. Mi primera visita al Tour
Junto a mis compañeros del equipo junior (17-18 años) Bacomat y bajo la tutela de un valiente llamado J.C. Sancha (director) —digo valiente por no decir inconsciente— nos embarcamos llenos de ilusión en nuestra primera expedición al Tour. Luz Ardiden nos esperaba de víspera con los brazos abiertos. Una noche guardada en mi disco duro en carpeta de favoritos. Por describirlo mejor diría que lo más parecido a una noche de Olentzero.
Llegamos con una noche estrellada y amanecimos con una mañana de niebla y húmeda. Desde primeras horas respirábamos un ambiente ciclista diferente, para mí, el de verdad, el que quería descubrir. Pese al frío necesitaba estar activo fuera de la furgoneta: el tiempo pasaba más rápido así. Con el paso lento de las horas el ambiente iba cogiendo temperatura, los primeros coches ya circulaban camino de la cima, alguna furgoneta rotulada ofrecía periódicos y merchandising… Todo era nuevo para mí. “Esto es el Tour” repetía una y otra vez en mi interior.
Se hizo de rogar, pero la caravana publicitaria ya estaba con nosotros. En realidad, y pese a la impresión, aquello no me importaba demasiado. Olía a carrera, los helicópteros sobrevolaban el valle contiguo, por mediación de algunos aficionados llegaba información de la situación de carrera. El flujo de coches cada vez era mayor al igual que mi ritmo cardiaco. Sin querer, poco a poco me iba inclinando hacia delante: no quería perderme absolutamente nada. Coches y motos, motos y coches, cada vez más rápido en el orden del desorden, los helicópteros nos tenían a tiro. Claxon y silbatos, más motos…. Recuerdo que grité: “Ya están aquí”.
Entre la marabunta y un ruido ensordecedor aparece Miguel Angel Martínez (ONCE) como cabeza de carrera. Mi cuerpo en total descontrol no sabe si correr o quedarse estático. Sin duda la cabeza y el corazón van descoordinados. Sin tiempo a recuperarme de la primera dosis recibo el impacto de la segunda ola, que trae menos espuma, pero es mucho más potente. Una moto de televisión con el cámara en pie abre el grupo perseguidor. Lemond lleva la voz cantante, Induráin a rueda, Marino, Claudio…
Era cierto que el estampado de mi habitación cobraba vida. Lo que tanto había fantaseado durante años, aunque solo en parte, por fin se hacía realidad. Si ahora me entra cierta congoja al revivirlo imaginaos en aquel momento.
El bajón del post se sumergió en un letal efecto rebote. De la euforia al misticismo interno, sin reacción, sin expresividad, completamente derrotado ante la situación, desbordado. Lo que durante años había soñado me dejó físicamente hecho trizas. El niño de la bici roja de la tómbola quedó absorbido por el rebufo de sus ídolos.
Así lo he sentido siempre, ese fue el día que dije: “Quiero ser ciclista”. Todo en la vida tiene un punto de inflexión y aquel 17 de julio de 1990 está subrayado en el diario de mi vida deportiva.
De Lemond pasé a ser de Marino. Siempre en lucha. Igual lo más fácil hubiese sido ser de Miguel, pero no, yo me hice marinista. El destino me ha regalado que, de tenerle en la pared de mi habitación como ídolo, a conocerle, a ser mi director y ahora amigo. Eso también estaba escrito. Estoy seguro de ello.
Marino era un luchador, un tío que se atrevía con las tres grandes en una temporada: debía tener algo más que un RH negativo. Poco expresivo y fiel a su estilo se aferraba a la carrera como nadie. Nada que ver a Miguel. El ciclismo de Miguel era otro. Miguel jugaba en otra liga, todo parecía fácil. A decir verdad, ser de Indurain era apostar a caballo ganador. Cinco Tours consecutivos para el de Atarrabia, ahí es nada. Aun con el paso del tiempo pienso que no hemos sido capaces de valorar aquello en su globalidad.
¿Cómo se verá París desde el podio?
Mientras Marino, Miguel y compañía iban dándonos satisfacciones, yo progresaba adecuadamente esperando mi oportunidad. Dos para adelante, medio para atrás, pero como Marino: siempre constante y fiel a mi sueño. Muchos lucharon, algunos brindaron en el anonimato, alguno mintió, otros en cambio disfrutaron conmigo. Allá cada uno con su conciencia.
En su día me dijeron que el tren solo pasa una vez. Cierto. Por eso me apliqué el cuento... no así el que lo predicaba.
Festina me dio la oportunidad de ser integrante del pelotón del Tour 2000. Han pasado 23 años y aún lo recuerdo como si fuese ayer. 23, un número mágico. 23 años tardé en completar el recorrido entre Beasain y Futuroscope. Serán casualidades de la vida... o quizás el destino.
Ya soy uno más del circo. Creo que mereció la pena: Hautacam, Ventoux, Morzine, Courchevel…. Paris.
Pintadas con mi nombre en el asfalto, aficionados desencajados corriendo a mi lado, mi familia apareciendo entre la multitud, éxtasis. En algún momento pensé que me iba a encontrar al chaval de gafas que vio el paso de sus ídolos en Luz Ardiden. Aquel niño se había hecho mayor y estaba pletórico.
Tres semanas de “reality”, un Gran Hermano en toda regla, donde sobrevivir era lo principal. Pocos Erasmus hay como un Tour de Francia. Sin opción de victoria, pero aferrado al tercer peldaño del cajón, sufrí toda una semana. Mereció la pena.
París me recibió con los brazos abiertos. Paseo por el Sena y entrada a los Campos Elíseos. Lo había visto tantas veces en televisión que nada me pilló por sorpresa. ¡Qué injusta es la realidad! Al toque de campana mi disco duro se bloqueó por completo, nada quedó registrado. Superado por la emoción no fui capaz de gestionar el momento. Necesité unas horas para volver a tener el control. Fue al asomarme a la ventana del hotel situado junto al Arco del Triunfo, cuando reaccioné. Lloré en total soledad como un niño con vergüenza.
Mi nombre ya está en el libro más cultural y romántico del ciclismo. Una reflexión más que justa.
2001-2002
Y volvimos para repetir. Ya con el equipo ONCE, más maduro y, sobre todo, con un plan estratégico pensado única y exclusivamente en conseguir el máximo en el Tour. Algo llamado ‘presión’ apareció en la ecuación, por lo que el sentimiento ya tenía otro color. Mi amor por la carrera seguía siendo máximo, aunque en lo productivo la cosa iba por rachas. Salvamos los muebles, no sin dificultad.
Todo parece mucho más fácil si la inercia lo empuja. Alguno pensará que los cinco de Indurain fueron por cuestión de racha. Nada más lejos de la realidad. Como dicen en Francia “Le Tour c’est le Tour”.
¿Y Joane? Cuatro podios consecutivos, tres de ellos en lo más alto. Nuestra musa. ¡Cuánto te echamos de menos! Nunca olvidaremos aquella sonrisa de chica tímida, vestida de amarillo, ikurriña en mano. Las chicas del Orbea fueron pioneras y Joane Somarriba nos puso en lo más alto. Ahora es el momento de trabajar por coger aquel testigo. El universo ciclista también está en racha.
El maillot del Tour del equipo Once llevaba una frase lapidaria: la ilusión se cumple. Que se cumpla la vuestra también
Estoy muy orgulloso de mi carrera, pero sobre todo de mi perseverancia. Esta me ayudó a no hincar la rodilla en momentos difíciles. Orgulloso de cumplir aquel sueño de niño, de los caminos elegidos, del antes y el después. Orgulloso de amar una carrera que me ha dado y me ha quitado tanto. Orgulloso de mi legado. Orgulloso de tener aún una pintada con mi nombre en uno de los pretiles en Luz Ardiden: esto no lo puede decir cualquiera.
*Las imágenes que ilustran el artículo son de Sprint Cycling Agency, Archivo Editorial Dorleta y José Miguel Llano.
“…Doy la vuelta al mundo en el golpe de viento. / Se pasó la eternidad en un suspiro. / Te confieso que de nada me arrepiento...”
Estas letras pertenecen a uno de mis temas favoritos de la banda Sidecars. Este fragmento en concreto, lo podríamos asignar como esencia pura de lo que hoy nos ha traído hasta aquí. No es fácil, diría que incluso algo incómodo, hablar de logros en primera persona. Sin egocentrismos y con todo el respeto del mundo, una empresa difícil que gestiono desde lo más profundo y con el corazón en la mano.