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Entrevista ciclista y atleta

Joseba Beloki y Martín Fiz: “La vida sin deporte es menos vida y menos saludable, pero con la edad hay que adaptarse”

La presentación ha de ser forzosamente breve para que no resulte farragosa por muy extensa. A un lado tenemos a Martin Fiz, campeón del mundo de maratón en 1995 y ganador de los 'six majors', o sea los maratones de Nueva York, Tokio, Bostón, Berlín, Chicago y Londres; al otro, a Joseba Beloki, ganador de la Vuelta a Asturias y la Volta a Catalunya, tres veces podio en el Tour y uno en la Vuelta a España. Y aquí rogamos que el lector curioso, ávido de conocer el palmarés detallado de estos dos grandes deportistas, pida ayuda a Mr. Google, quien gustosamente le proveerá de un aluvión de informaciones y videos grandemente ilustrativos sobre las innegables cualidades de ambos. Dos atletas que terminaron intercambiando deporte y planes de entrenamiento. Fiz, para correr la Quebrantahuesos; Beloki, para hacer el Maratón de Nueva York.

“Mi primera experiencia en el deporte viene de cuando era muy niño —dice Martín Fiz—. Una época en que se jugaba al fútbol y poco más. Recuerdo estar en el barrio, dándole patadas a una lata, o corriendo y dando vueltas a la manzana. Luego, cuanto tenía unos 13 años, un profesor del colegio me llevó a hacer una carrera de aquellas de deporte escolar, de campo a través, y la experiencia me gustó por ese 'feeling' que había entre los participantes y el hecho de viajar a correr a otras ciudades limítrofes. Quién me iba a decir a mí que unos años más adelante me iba a dedicar profesionalmente al deporte. Recuerdo que a mis 18 años a la gente todavía le chocaba verme correr por Vitoria. Eras como un marciano, porque lo normal, en 1981, era que la gente de mi edad que trabajaba dedicase su tiempo de ocio a descansar, a tumbarse en el sofá y ver televisión”.

“Y así empecé —prosigue—, en un atletismo todavía en pañales, sin pruebas de esfuerzo ni análisis de sangre y con una alimentación básica que es la que te daban tus padres con el mayor cariño. Todo a base de prueba y error. Un día tenías flatulencias porque te habías comido una fabada y entonces ya sabías que aquello no podía ser, así que probabas con otra cosa”.

Vino luego la moda del 'running', un cambio cultural propiciado por la conversión del deporte en negocio.

Toda aquella práctica deportiva se empezó a dignificar un poco, a modernizar, en los años 80, gracias a la existencia previa de atletas de la talla de Mariano Haro y Carmen Valero. Por entonces fue cuando empecé a ver que tenía talento para dedicarme al atletismo. Luego la cosa comenzó a hacerse más profesional. Nadie da nada por nada y el deporte de correr se hizo negocio, con millones de personas practicándolo a diario y deportistas aficionados que no escatiman, gastándose su dinero en las mejores zapatillas. ¿Que si se nos va la olla? A veces un poco sí, pagando 250 euros por unas zapatillas que te pueden durar dos meses, o como ese cicloturista que paga 15.000 euros por una bici. ¿Excesos? Así puede parecer a veces, pero si la gente gasta esas cantidades será porque piensa que le merece la pena. De hecho, ahora mismo en Vitoria sales a la calle a las cinco de la mañana y ya ves gente corriendo antes de ir al trabajo, algo que antes era impensable. Y lo mismo pasa con la bici. Por suerte ves que en muchas de nuestras ciudades esa 'moda“'de hacer deporte se está convirtiendo en un modo de vida, como en los Estados Unidos. El deporte como válvula de escape y fuente de salud.

Quizás haya quien crea, erróneamente, que la bicicleta fue una herramienta ajena a la carrera deportiva del campeón vitoriano, uno de los pioneros en el maratón español, oro mítico en los europeos de Helsinki 1994 y los mundiales de Gotemburgo 1995. 

Se trata de buscar alternativas de preparación en otros deportes que te llenen tanto como el tuyo, porque en el mío muchas veces se acaba empachado de hacer siempre lo mismo y buscas alternativas agonísticas que te motiven. Nosotros sabemos que de capacidad pulmonar los atletas vamos sobrados, al igual que los ciclistas, pero además la bici es un deporte divertido, que te llena. Por ello, cuando yo andaba en lo mejor de mi vida deportiva también hacía bici. Es lo que se llama el entrenamiento cruzado y consiste, por ejemplo, en correr cuatro días a pie y luego el quinto, para no sufrir demasiado por el impacto muscular, hacer bicicleta; o bien, tras correr un maratón, estar unos veinte días sin correr a pie, entrenando solamente en bici de ruta o estática. Así previenes posibles lesiones y fomentas una recuperación activa.

Cuando yo andaba en lo mejor de mi vida deportiva también hacía bici. Es lo que se llama el entrenamiento cruzado y consiste, por ejemplo, en correr cuatro días a pie y luego el quinto, para no sufrir demasiado por el impacto muscular, hacer bicicleta

En su caso, fue a partir de 2005 cuando comenzó a meterle más caña a eso de dar pedales.

Yo soy como somos todos los deportistas, muy competitivo. Entonces me propusieron correr la Quebrantahuesos de 2005 y la idea me gustó. Medirme en una prueba de 204 kilómetros con puertos tan difíciles (Marie Blanque, Portalet, etc.) y de tanto esfuerzo me atraía. Además, la cosa estaba planteada como un reto con Escartín: él corría el Maratón de Vitoria en menos de 3 horas y yo hacía la marcha en menos de 6 horas y 45 minutos. No era fácil y Fernando (segundo en la Vuelta de 1998 y tercero en el Tour de 1999) ya me había avisado de lo que había. Cuidado, que esto no es el atletismo, que tienes que superar cinco puertos y saber bailar entre ellos, que son muy duros y se tarda mucho en subirlos. Entrené dos meses para correrla y la sensación que me quedó fue buena. En la marcha fui de menos a más y logré el reto por menos de un minuto. El problema es que tengo una técnica muy mala, soy patético montando en bicicleta. Se montaron muchas montoneras y ahí estaba yo metido, predispuesto a caerme, involucrado en todas. Sufrí bastante, pero también disfruté, y eso te deja un acento final de felicidad. A nivel muscular noté alguna sensación extraña que no conocía, como un quemazón de cuádriceps, y esas piernas que se te ponen duras hasta no sentirlas, como si fueran madera. 

A la hora de diferenciar sufrimientos, ¿cómo distinguiría el de una maratón de los de una prueba de larga distancia en bici?

Creo que son sufrimientos diferentes. La diferencia es que corriendo en bici sufres mucho muscularmente y por eso la bicicleta te pone en tu sitio. Una vez que no puedes, no puedes; es un tema de agotamiento muscular y se acabó. En cambio, en el caso del maratón, se sufre bastante más de mente, es diferente. Aunque en ambas ocasiones tras el sufrimiento viene la felicidad de terminar una maratón o de ascender uno de esos grandes puertos de montaña.

¿Que si he cogido alguna pájara en bici? Sí, sí que he cogido algunas, lo que pasa que son pájaras que tal vez no son tan duras como las de los ciclistas, porque cuando vas en un deporte que no dominas tratas de no ir nunca al cien por cien, aunque sí me ha tocado alguna ocasión de no poder dar una pedalada más.

¿Cómo es su relación actual con la bicicleta: de amistad, de respeto, de precaución...?

Una mezcla de todo. En el aspecto técnico, de control de la bici, creo que soy el peor del mundo mundial. Tengo miedo en las bajadas y cierta falta de control en las curvas. Es cierto que por mi poco peso (1,69 m, 53 kg) y mi desarrollo cardiaco puedo subir como un colombiano, pero luego los descensos me dan mucho respeto, esa es la verdad, pues no tengo el control sobre la bici del que lleva andando toda la vida. Por lo demás, yo vivo en Vitoria, ciudad verde y ciclista donde las haya. Aquí la bici tiene la ventaja de hacerte disfrutar de paisajes que yo no conocía. En bici he ido a sitios muy chulos que nunca había visitado. Porque con la bicicleta te puedes recorrer en un día o dos la provincia de Álava, cosa imposible corriendo a pie. Y luego, fuera del puro deporte, está ese otro uso de la bici que te ofrece esta ciudad. De hecho, mi vehículo de empresa es una bicicleta, una bici normal, un modelo básico que uso para desplazarme al centro de Vitoria y moverme a los recados. Puedo decir que todo lo que hago en Vitoria lo hago en bicicleta.

Concluimos acordando que la vida sin bici, sin correr, sin caminar, sin hacer ese deporte que nos relaciona con la gente, es menos vida, o al menos un poco más triste, ¿no? 

Está claro que yo no concibo la vida sin deporte. Es menos vida y también menos saludable. Lo que pasa es que con el tiempo hay que saber irse adaptando a otro tipo de ejercicios más adecuados a cada edad. Creo que en eso vamos ganando puntos, pues tras la pandemia han surgido nuevos deportistas que, pienso, han venido para quedarse. Gente que nunca había corrido a pie, gente que nunca había hecho bicicleta y ahora se ponen a ello con ilusión. Sólo falta que a estos les sigan sus hijos y les eduquen en la idea de que el deporte no sólo vale para competir sino para estar más sanos y ser más felices.

Beloki, el viajero inverso

Nacido en Lazkao y criado en Vitoria, Joseba Beloki empezó a montar en bici a los nueve años. En su familia el fútbol estuvo muy presente desde siempre; no en vano, un tío suyo fue uno de los jugadores más importantes de la historia del Deportivo Alavés. No obstante, fue el ciclismo el que ganó la batalla, pues su padre era un gran aficionado a este deporte y también tenía otro tío, Ramón Murillo (de brillante historial como aficionado), que ayudó a que Joseba empezase a dar pedales. Los pósteres de Marino, Lemond y Gorospe alegraron el cuarto de quien en 1998 debutase como profesional en las filas del Euskaltel.

“A partir de entonces mi vida se metió en una burbuja —asegura el ciclista alavés—. De ahí en adelante para mí todo fue bicicleta, bicicleta y bicicleta. Una burbuja de vida consistente en entrenar mucho y pasar momentos muy buenos, pero también muy malos”. Entre los mejores, sus tres podios en el Tour de Francia. El peor, sin duda, el vivido el de 14 julio de 2003 en el Tour, bajando el puerto de La Rochette: caída con rotura de codo, fémur y muñeca derecha. Abandonó en una carrera que pudo ganar. “Yo en toda mi vida no he dejado de pensar en la bicicleta, ni siquiera al día siguiente de aquella caída en el Tour, cuando iba hasta arriba de morfina tras la operación. Lo que pasa es que a partir de entonces ya nada fue igual, no volví a rendir como antes”, asegura.

¿Y qué pasa cuando tras nueve años como profesional, de 1998 a 2006, ve que aquello se ha terminado?

Entonces tienes un periodo de cierto relax, de liberación en el sentido de que dices, bueno, pues ya está. Y entonces te pones a hacer cosas que no habías hecho nunca. Yo, además, cuando era ciclista llevaba una vida bastante monacal en todos los aspectos. Nunca había esquiado, ni había corrido a pie, algo que ahora me apasiona. Admiraba por entonces a Diego García y Martín Fiz, que es mi vecino, y me dio por correr en un parque cercano a mi casa. Por allí entrenaba un grupo de corredores populares y me junté a ellos. Mi técnica de pisada no era buena, pero como acababa de dejar de correr tenía una buena capacidad aeróbica y sabía sufrir.

Y así me puse a entrenar con ese grupo, aunque con un pequeño tirón de orejas por parte del doctor Mikel Sánchez, que me reñía cada vez que me veía, pues el correr no le viene nada bien a mi rotura de fémur. Pero el atletismo a mí me liberaba, me resultaba agradable por eso de la serotonina. Tenía mis entrenamientos pautados y no quería dejar de hacer deporte, sino tan sólo cambiar un poco su práctica. Me levantaba por las mañanas, desayunaba y a las 10:00 me ponía a correr una o dos horas. Aquello me hacía sentirme bien y así empecé a correr carreras populares y luego surgió la idea de ir a correr el maratón de Nueva York, por probar. El dichoso gen competitivo, ya sabes. “Puedes bajar de las tres horas”, me decía Martin Fiz. “Vamos allí sin forzar y vemos”. Total, que acabé aquel, mi primer maratón, en 2:53. Fue una experiencia maravillosa y a partir de entonces ya empecé a pensar en que al año siguiente tenía que ir al de Berlín porque era más rápido; fui a Berlín e hice 2:47:55 y al año siguiente hice el de Sevilla, y me lesioné…

Y entonces llegó el tiempo de volver a reflexionar. 

Sí, porque me di cuenta de que me estaba obsesionando. Estaba envenenado con mantener el peso, con las series, con la alimentación. Y me dije que no podía ser, que aquello se había acabado, porque encima estaba la lesión. En bicicleta tú te puedes pegar una salida de cinco horas, llegas a casa y te echas una siesta de seis, con lo que al día siguiente puede que te duelan las patas, pero estás sano. Mi problema al correr era que si no me dolía el piramidal me dolía otra cosa y acababa triturado. Siempre pendiente de la espada de Damocles, temiendo que algún día me iba a pasar algo en la pierna mala y entonces decidí volcarme un poco más en el cicloturismo puro, ese de pararse a almorzar y no el de andarse a golpes con la gente por ver quién va más rápido. Para mí fue una transición superbonita. Por eso yo, que he corrido el Tour y he disputado tres maratones, felicito a toda esa gente que de los 50 años para arriba tiene una vida saludable, gente que no compite en nada pero que hace deporte, que en sí mismo ya es algo maravilloso.

El atletismo me liberaba, era agradable por la serotonina. Tenía entrenamientos pautados y no quería dejar de hacer deporte, sino tan sólo cambiar un poco su práctica. Me levantaba por las mañanas, desayunaba y a las 10:00 me ponía a correr una o dos horas

Una modificación de la válvula competitiva, que no le impidió meterte en otro fregado: hacer un Everesting en el Monte Caro. Es decir, hacer una salida en bici con un desnivel acumulado superior a los 8.848 metros, la altura del Everest.

Sí, aquel fue un compromiso adquirido. La vida al final son retos y aquella fue una historia en la que me metí por demostrarme a mí mismo que la podía hacer. No me preparé demasiado, la verdad, y al final acumulé 8.900 metros de desnivel positivo tras trece horas de pedaleo. Recorrí 204 kilómetros a una media de 15,7 km/h. Una gilipollez que no volvería a repetir, y eso que la hice con orden y oficio, y siempre acompañado por otros ciclistas. Se trataba de dar visibilidad a un proyecto en el que estábamos metidos por entonces, si bien a partir de allí comencé a pensar que había que tener cuidado con toda esa locura que se está generalizando en torno a las 'challenges' extremas en las que además hay no pocos intereses económicos.

Viene a decir que se ha perdido un poco el norte y que no le hacemos caso al sentido común.

Digo que está claro que en general hemos perdido el respeto al deporte más extremo ignorando que el hacer depende qué cosas conlleva ciertos riesgos. Hay que cuidarse de la inconsciencia y hay gente se está metiendo en retos deportivos para los que no está preparado. Sin un buen plan de entrenamientos, sin el adecuado control médico, sin hacerte una prueba de esfuerzo y sin saber si tienes algún problema cardíaco previo que desconoces, no puedes meterte en grandes historias. Si además no has hecho deporte en tu vida, o lo has dejado hace mucho; si hasta los 40 has estado cerrando todos los bares, pues de la noche a la mañana no te puedes poner a hacer triatlones y a pegarte las grandes palizas en pruebas de 'mountain', marchas ciclistas, maratones y demás, porque puedes llegar a comprometer la salud e incluso cascar. Hay que huir de la competitividad mal entendida y ponerse retos a nuestro alcance. Lo más inteligente es disfrutar siempre de lo que hagas, sea andar en bici o correr.

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