Seguro que han oído alguna vez que Cantabria es infinita y no podemos estar más de acuerdo con semejante afirmación, pues en su esencia lo es: no necesita ni adornos ni inventos para tenerlo todo. El caso es que no tenemos ni espacio ni tiempo en este breve artículo para hacer un repaso general a tantos tesoros como los que se encierran en la Montaña y vamos a conformarnos con dirigiros hoy a la Costa Oriental cántabra, en la comarca histórica de Trasmiera y, en concreto, en las localidades conocidas desde la Edad Media como las Siete Villas: Bareyo, Arnuero, Noja, Meruelo, Argoños, Escalante y Santoña. Si son 'trasmeranos' los naturales de las tierras entre las desembocaduras del Miera y el Asón, nosotros solo vamos a dedicar un fin de semana a los pobladores de esas Siete Villas que hoy en día aparecen prácticamente 'invadidas' por sus vecinos bilbaínos, pero manteniendo impertérritos el carácter y el orgullo de su tierra cántabra. Ellos serán nuestros mejores guías para este paseo cicloturista por el azul y el verde de la infinita Cantabria. El único pequeño pero que le podemos poner a la comarca es el hecho de la enorme presión urbanística habida en los últimos años, que ha masificado un tanto esta zona costera, si bien lejos de lo acontecido en el Mediterráneo. Los que ya somos un poco mayores y conocimos esta zona allá por los años 60 y 70, no podemos olvidar aquel remanso de paz, con sus playas prácticamente vírgenes.

Y como quien escribe ha sido desde su nacimiento en Bilbao un 'ñero' más entre los amigos de mi querido Ajo, la ruta que os proponemos tiene su inicio y final en esta bella localidad que ha vivido siempre más volcada hacia el verde de sus campos y mieses que hacia el azul de su bravío mar. Por delante nos aguardan 70 km sin ninguna dificultad que pueda asustar a cualquier aficionado a la bicicleta. Deberemos prestar, eso sí, especial atención a las indicaciones para no perdernos, dado que la zona está salpicada de multitud de pequeños núcleos de población, con innumerables carreteras que los unen, todas ellas en perfecto estado.

El pueblo de mi infancia y juventud pertenece al municipio de Bareyo y tiene el orgullo de dar su nombre al cabo más septentrional de toda la comunidad. Y hacia él nos vamos a dirigir para iniciar nuestra ruta, y así todo lo que venga después nos pillará más abajo. Desde la iglesia parroquial de San Martín atravesaremos la llamada Mies de Ampudia para acercarnos a la ría de Ajo y visitar el barrio de El Convento, por el de San Ildefonso que es hoy un centro de interpretación del Camino de Santiago por la costa.

Con ligera inclinación iremos luego ganando altura hasta el entorno del cabo de Ajo, pero antes habremos admirado el abra de la ría en la urbanización de La Sorrozuela, bello estuario de enorme atractivo para las aves. Y, en corto paseo, visitaremos el espectacular mirador de La Ojerada sobre el acantilado: una maravilla natural que visitaréis una y otra vez cuando hasta aquí os acerquéis. No podremos irnos del cabo de Ajo sin dejarnos impactar por los mil colores del Faro, con los que el pintor Okuda quiso dar un toque cromático a la eterna obra de la Naturaleza circundante. Frente a nosotros se yergue amenazante el cabo Quintres, considerado como uno de los acantilados más elevados de la costa cántabra.

Nos dejaremos caer enseguida hacia la Playa de Cuberris, que con su vecina de Antuerta, son las dos playas de Ajo. Y pedaleando luego por los barrios altos del pueblo, plagados de casonas señoriales, obtendremos las mejores vistas de la bella población cántabra. De todas maneras, la mejor de las postales se nos aparecerá al subir al alto de San Roque, por la ermita que lo corona, donde sentados en el banco 'ad hoc' podremos admirar de un solo golpe de vista todo lo que hemos recorrido con asombro hasta este momento.

Un corto descenso nos lleva a otro de los concejos del municipio de Bareyo, Güemes, pueblo de maestros canteros que pone el toque de verdor a nuestra ruta. No dejéis de visitar La Cabaña del Abuelo Peuto, que su nieto Ernesto, cura como no hay muchos, ha puesto en manos de peregrinos y caminantes con la ayuda de presos de El Dueso: todo un ejemplo para todos y un lugar de silencio y meditación sin igual. Y luego unos kilómetros en suave descenso hasta llegar al valle de Meruelo, de donde era natural Luis Vicente de Velasco e Isla a quien se le ha dedicado un monolito por su heroica resistencia al asedio inglés en el Castillo del Morro en el 1762 en Cuba. Los ingleses le rindieron honores, levantaron un monumento en su memoria en la abadía de Westminster y los barcos ingleses le honraban con salvas de sus cañones a su paso por el Cantábrico a orillas de la costa de Noja. Tras esta curiosa reseña histórica, nosotros os aconsejamos visitar alguno de los molinos de río que se ubican en las riberas del río Campiazo, que desemboca en la ría de Ajo.

Sin tocar apenas las carreteras de mayor tráfico, llegaremos a Castillo, población de la que muchos se preguntan de dónde proviene dicho nombre: pues sí señores, existe uno, la Torre de Venero, y lo veremos por la pista asfaltada que estamos recorriendo. Y transitando siempre fuera de las rutas más concurridas atravesaremos Argoños, cuya iglesia parroquial recuerda a todas las de las Siete Villas. Y si queréis ver el funcionamiento de un molinos de mareas no os perdáis el Molino de Jado, enclavado en un rincón con un sorprendente encanto. Antes de llegar a la ciudad más populosa de la comarca deberemos desviarnos 1 km para visitar el monasterio de Montehano, en el municipio de Escalante, donde reposan los restos de Bárbara de Blomberg, amante del emperador Carlos V y madre de Don Juan de Austria: ¡toma lección de Historia! 

Y entre las marismas de la ría nos adentramos en Santoña, la localidad marinera por excelencia de Cantabria y con un importante patrimonio histórico. Esta población surgió en torno a Santa María del Puerto, antes poderoso monasterio cuya santa se ha convertido en la patrona de la villa, y hoy iglesia que liga elementos románicos, tardogóticos y clasicistas. Pero, distribuidas por todo el casco urbano, hay construcciones para todos los gustos: desde los edificios militares situados en el Monte Buciero; hasta las estatuas, como la de Juan de la Cosa, autor del primer mapa americano, o la de la Virgen del Puerto, que sirve de faro-guía para las entradas y salidas de las embarcaciones, o la del almirante Carrero Blanco en el bonito paseo de la playa y el puerto. Y, por supuesto, es obligado degustar unas sabrosas anchoas o las diferentes conservas y semiconservas que se elaboran en esta villa marinera, no vaya a ser que se nos enfade Revilla.

De nuevo entre marismas nos acercaremos a la extensa y tranquila playa de Berria, tras pasar junto a los muros del Penal de El Dueso, de triste recuerdo durante la Guerra Civil y por el que han pasado personajes tan conocidos como el golpista Sanjurjo, Ramón Rubial, Antonio Buero Vallejo o el mismísimo 'el Lute'. ¿No os parece un poco fuera de sitio esta prisión en un lugar tan privilegiado? La mejor perspectiva de todo el entorno se obtiene en la ascensión al Faro del Pescador, que no está incluida en nuestra ruta pero que os aconsejamos expresamente.

Tras pasar de nuevo por Argoños, nos desviaremos para visitar la marisma de Victoria y el Molino de las aves que está poco antes de Helgueras, barrio de una nueva villa de nuestras siete: Noja, animada localidad turística con las hermosas playas de Trengandín y Ris que han atraído a tantos veraneantes que hoy no la conoce 'ni la madre que la parió', como suelen decir los lugareños. Abandonamos la población por unas nuevas marismas, las del Joyel, y el pequeño núcleo de Soano, perteneciente al municipio de Arnuero. Por cierto, se habla mucho y bien de las nécoras de Noja; nada, por dar pistas.

Al mismo ayuntamiento que Soano pertenece Isla, donde no dejaremos de visitar su coqueta Playa del Sable (tampoco vamos a despreciar una langosta en uno de sus restaurantes) y de encaramarnos al promontorio de la antena de televisión, desde donde gozaremos de un espectáculo sin par sobre la costa cantábrica y los parajes que venimos de visitar. También este rincón costero ha sufrido los embates de la masificación turística, lo que sin embargo no ha sucedido en el núcleo antiguo que da nombre al concejo, cuyo Palacio de los Condes de Isla conserva la magnificencia de antaño. Aquí lo obligado es degustar los famosos pimientos de Isla, carnosos y de sabor excepcional. Tampoco estaría de más que los aficionados a las cuestas os dejéis caer a la Playa de La Arena, en la ribera este de la ría de Ajo: nos agradeceréis la sugerencia a no ser que se os atragante la rampa de reincorporación a nuestra ruta.

Y admirando la majestuosidad del entorno pedaleamos tranquilos hacia Arnuero, la capital del municipio, hoy postergada ante su vecina y rival Isla. El paseo por su ría de Castellanos en busca de las ruinas de su molino es otra gozada que no podéis perderos en un paraje de singular belleza. Luego, ya solo nos queda remontar unos centenares de metros la ría de Ajo para admirar el molino de mareas de la Venera, nombre que comparte con el puente sobre la ría, y desviarnos a ver la joya más importante del románico trasmerano, la parroquial de Santa María de Bareyo: si la encontráis cerrada, no dudéis en pedir que os faciliten el acceso, porque merece de verdad la pena.

Y ya de vuelta en Ajo, no podréis libraros de probar su popular y solicitada paella de Ajo, que cualquiera de los restaurantes de la localidad estará encantado de ofreceros para que os vayáis con el mejor sabor de boca de esta más que interesante ruta por las Siete Villas de Trasmiera.