En el capítulo anterior nos habíamos quedado en Macedo de Cavaleiros, justo a punto de cenar en la Churrascaria Pica-Pau. Julio Llamazares le dedicó una entrañable reseña en su libro de viajes por Trás-os-Montes. Así que allá nos fuimos a conocer aquel lugar tan peculiar. Los novecientos escudos de hace casi treinta años se habían actualizado, pero la esencia del local seguía intacta. Un restaurante de pueblo. Me atendió el marido de aquella niña que Llamazares citaba en su libro Trás-os-Montes. La vida continuaba igual, con aceitunas de aperitivo junto a unas indescifrables lindezas de cerdo. La cortesía exigía la ingesta completa. Que fuera lo que Dios quisiera.
De vuelta a la ruta, el camino me llevaba, por fin, a la Grande Rota das Aldeias Históricas de Portugal. Haz una búsqueda en la red de redes y enseguida entenderás de qué va el asunto. No obstante, tuve tiempo aún de acercarme a Balsamão, “un convento surgido en el XVII en torno a una vieja ermita, relacionada a su vez con una antigua leyenda: 'una lenda de batalha entre mouros e cristãos'”. Allí me despedí de Llamazares, junto a la estatua de Frai Casimiro, polaco para más señas, y fundador de la orden de los Padres Marianos de la Inmaculada Concepción. Pues eso.
Mogadouro fue el final de aquella etapa. Imagina el río al que me llevaba de nuevo la ruta. El Duero otra vez, ese que a este lado de la frontera llaman Douro. Arriba del pueblo, la 'torre do relógio'. Y los restos del 'castelo', por supuesto. En las calles se escucha el mirandés, un dialecto del asturleonés que goza de reconocimiento oficial. Lo hablan 15.000 personas, todas ellas en municipios de alrededor de Miranda do Douro y Vimioso, por donde pasamos en la segunda etapa de esta ruta.
Continúo junto al río, que fluye allá abajo, encajonado entre laderas de viticultura heroica. Pasan los kilómetros junto al Parque Natural Internacional del río, camino esta vez de Freixo de Espada à Cinta y luego hacia Vila Nova de Faz Côa. La orografía del terreno no permite muchos descansos. Son tierras bastante recónditas, con pueblos dispersos aquí y allá. De vez en cuando, alguna salida de tono, como una espectacular pista de un intenso color naranja-rojizo, cerca de Torre de Mancorvo. El hierro es el hierro. El cromatismo me recuerda a esa zona por la que tan habitualmente pedaleo: los Montes de Triano, en la que un día fue la zona minera de Bizkaia.
Vila Nova de Faz Côa cuenta con cierta infraestructura turística: un centro de interpretación del arte rupestre de la zona. Paleolítico Superior y cosas así. Todavía sin inventar la rueda, vamos. Pero al margen del edificio en sí, las vistas son espectaculares. El Duero sigue siendo mucho Duero. Esa noche termino de leer 'En tu vientre', mi segundo libro de José Luis Peixoto. Y 'Galveias' espera. Pero eso lo contaré un poco más adelante, en este mismo artículo.
Por fin entro en el territorio de las 'aldeias históricas'. Castelo Rodrigo va a ser mi bautismo en plena ruta del GR-22. Me tomaré algunas licencias, pero voy a poder tachar de la lista nada más ni nada menos que nueve de las doce 'aldeias'. Me despido del Duero en Barca D’Alba, adonde llego, literalmente, entre viñedos, y tomo la carretera que me sube hasta el Alto de la Sapinha.
Castelo Rodrigo, como primera de las 'aldeias històricas', me anticipa la que será norma habitual de estos encantadores pueblos: 'cuestón' de agarrarse los machos para llegar arriba. En este caso, un falso llano de un kilómetro al 12 %. Saramago se encontró un Castelo Rodrigo con “media docena de personas, todas de edad avanzada, mujeres cosiendo a la puerta, hombres mirando al frente, como quien se descubre perdido”. Yo apenas vi un alma. Algún que otro turista. Gracias, cómo no, a la COVID-19.
Para entender por qué existen estos pueblos defensivos debemos remontarnos a finales del siglo XIII. Allí andaban unos y otros: que si este pueblo es de la Corona de Castilla y León o de Portugal. Pues nada, a levantar 'castelos' aquí y allá, no vaya a ser que me pilles desprevenido. Bien en lo alto, para que vea si osas aproximarte.
A Castelo Rodrigo le siguen en mi peregrinaje Marialva y Trancoso. Las malas lenguas dicen del primero de estos dos que el rey de Portugal, D. Alfonso II, en 1217, regaló la población a una amante suya, D.ª María Alva, que daría origen al nombre de la aldea. Para qué andarnos con tonterías, puestos a regalar, ahí te va el pueblo entero. Otra vez, arriba entre las calles empedradas, apenas si me encuentro con dos o tres turistas despistados. No nos engañemos: esta forma de recorrer las 'aldeias' es un lujazo. Trancoso, por su parte, es mucho más pueblo que Castelo Rodrigo y Marialva. Eso sí, la receta es la misma: piedra para regalar, 'pelourinho', 'castelo', iglesias y 'capelas' varias, calles estrechas… y casi ningún turista.
La siguiente etapa nos conduce a otro lugar emblemático de Portugal: la 'Serra da Estrela'. La idea es hollar el punto más alto del país. Cosas de ciclistas, ya sabéis. El destino es Manteigas para, desde allí y tras un día de semidescanso, afrontar la subida. Antes paso por la necrópolis de São Gens, que está a un par de kilómetros de Celorico da Beira, con sus tumbas esculpidas en la roca y una piedrita de espectaculares dimensiones que mantiene un equilibrio que ni la 'bolideira' de hace unos días. De camino a Manteigas tachamos otra 'aldeia': Linhares da Beira. Esta vez creo que veo a unos siete turistas. Empieza a ser preocupante la masificación. Hay que apretar. Toca subir y subir. Menos mal que arriba hay un columpio. Sí, un columpio.
Manteigas queda encajonado en el valle del Zêzere. Allí hago dos noches porque me regalo un día de semidescanso: casi sesenta kilómetros y 826 metros de desnivel acumulado lo merecen a estas alturas del partido. La razón es doble: acercarme a otra 'aldeia', Belmonte, y visitar también Centum Cellas. Le dejo a Saramago que te lo cuente:
Presiente el viajero que la solución estará en los terrenos circundantes, porque es de suponer que este edificio no habrá surgido aquí aisladamente, por una especie de capricho. Bajo estas tierras labradas se encontrará tal vez la respuesta, pero mientras no sea posible garantizar trabajo serio y metódico, dinero pronto y protección suficiente, es mejor dejar en paz a Centum Cellas.
De vuelta a la ruta, pedaleo por el Parque Natural da Serra da Estrela. Manteigas se encuentra en lo que fue un valle glaciar. En mi subida hacia Torre, la cima Coppi, tomaré conciencia de esta orografía tan peculiar. Mi GPS me dice que me quedan 1.542 metros de desnivel por ascender. Un paseo. Dejo atrás el 'Poço do Inferno' y la 'Covão de Ametade'. Sigo y sigo hacia arriba. Hasta el final: Torre. Y en la cima, ¿qué? Pues algo así como un centro comercial. Quizá había mejores formas de proporcionar encanto al lugar.
El día amanece frío, gris y con niebla en Sabugueiro, donde pernocto tras una bajada fulgurante desde Torre. Mi pie izquierdo hace cosas raras. Sobre la bici, bien; a pie, algo peor. Cosas de ciclistas, insisto. Sin embargo, el destino lo cura todo: Piódão espera. Eso sí, con una pequeña 'turistada' a cuestas, pero el sitio es coqueto hasta decir basta. Forma parte de la ruta de las 'aldeias históricas', aunque no tenga 'castelo'. Me alojé en Casa da Padaria. No suelo hacer publicidad de los alojamientos, pero allí me trataron con mucho cariño. Apúntatelo.
A partir de Piódão, tierras solitarias. Vaya novedad. Pero más aún, ¿vale? Y minas extrañas, como las de la Aldeia de São Francisco de Assis, de wolframio. Hay mucha historia tras este mineral, con la Segunda Guerra Mundial de por medio. Vienen luego más 'aldeias históricas': Castelo Novo, Monsanto, Idanha-a-Velha. Y una visita a Hans y Corien, en Pedrogão de São Pedro. Son buena gente de los Países Bajos que se han venido a esta parte de Portugal a continuar su vida. Un verdadero gusto pasar un rato con ellos. Muchas gracias.
Un apunte para Idanha-a-Velha, una 'aldeia' diferente. Los romanos, sencillos ellos, la tenían por 'Civitas Igaedinorum' y estaba integrada en Lusitania. Se aprovechaba de una situación geográfica privilegiada porque por ella pasaba todo el tráfico de cuadrigas, bigas y todo tipo de carros y carretas entre Emerita Augusta y Bracara Augusta (Mérida y Braga). Atascos día sí y día también, que los romanos, otra cosa no, pero venga de rodar por sus calzadas. De la época quedan los restos de un templo y algunas estructuras del foro, unas posibles termas, una vía que pudo ser el 'decumanus maximus' y una necrópolis. Hoy es puro abandono.
Y llegamos a Galveias, el pueblo de José Luis Peixoto. Fue leer su libro, de título homónimo, y animarme a pedalear hasta aquí. Llamazares para la zona de Trás-Os-Montes, Saramago y su 'Viaje a Portugal' para las 'aldeias históricas' y Peixoto como aliciente último. Esta también es una manera de (intentar) entender la ruta que pedaleas, ¿no? Hasta la siguiente entrega, que será la cuarta y última de esta serie.
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