No sé muy bien por qué, pero me encanta Portugal para dar pedales. Ojo, hay que andarse con cuidado con las carreteras de cierto tráfico: aún les queda un buen trecho por recorrer en cuanto a respeto al ciclista. Pero, si llevas ruedas gordas y planificas un poco tu ruta para evitar las vías principales, créeme que no te vas a arrepentir. Además, Portugal comparte una importante característica con el resto de la Península Ibérica: en sus algo menos de cien mil kilómetros cuadrados encierra una diversidad impresionante.
Dicho la anterior, como he pedaleado por allí en varias ocasiones, preparaos para una pequeña serie de artículos con el país vecino como protagonista. Aquí, en esta revista, ya habéis podido leer al respecto. No voy a ser el primero que os lo cuente. Disculpad que insistamos. No, no nos está pagando la Administración Pública lusitana. No es publicidad encubierta. Nos sale de dentro. Qué le vamos a hacer. Bueno, vamos con la ruta, que, por cierto, pedaleé entre el 18 de julio y el 12 de agosto de 2021.
La idea central de la travesía tomaba como referencia una de esas rutas que parece obligada en Portugal: hablo de la 'Grande Rota das Aldeias Históricas'. En mi caso, como me conozco, no era cuestión, sin más, de seguir un track 'oficial', sino de buscar otros alicientes con los que aderezar el recorrido, una forma de “hacerlo mío”. Como os digo, vendrán nuevos artículos con las Aldeias Históricas como uno sus hilos conductores, no el único. Así pues, dejadme que en este primer artículo os presente “el concepto”, eso que Manuel Manquiña (Pazos, para más señas) quería explicarle a María de Medeiros (Fátima do Espíritu Santo) en una escena inolvidable de 'Airbag', la película de Juanma Bajo Ulloa que genera odios y amores casi por igual.
El 'concepto' consistió en componer un viaje que girara en torno a cuatro grandes elementos. El primero, la región de Trás-Os-Montes. Eso sí, de la mano de Julio Llamazares, quien publicó a mediados de los 90 un libro de título homónimo, a partir de su viaje por aquellas tierras. La segunda referencia era la ruta en sí de las Aldeias Históricas. Existe mucha documentación de consulta. Si queréis recorrerla, información no os va a faltar, porque la han convertido en un evidente reclamo turístico. El tercer elemento giraba de nuevo en torno a la literatura; esta vez no de viajes, aunque sí que anclada en un pueblo en concreto del norte del Alentejo: Galveias. El escritor portugués José Luis Peixoto le dedicó una preciosa novela a 'su pueblo'. Por último, el cuarto motivo de la ruta añadía otro enclave muy especial para mí, este está ya en España, aunque pegado a la frontera: Cedillo. Pasar por este pueblo de la provincia de Cáceres me conectaba con la infancia, porque de allí llegó mucha emigración al Gran Bilbao en los años 50 y 60 del siglo pasado. De niño, en Urioste, el barrio de Ortuella en el que vivía, conocí a mucha gente venida de Cedillo. Todo lo anterior conformaba un itinerario de 21 etapas a las que añadimos cuatro más de regalo para rodar de nuevo por caminos de la Cicloextremeña, a la que ya dedicamos precisamente el primer capítulo de esta sección de la revista, Rodamos Suave Suave.
Otro detalle que debo mencionar tiene que ver con la equipación que me llevé. Mikel Lizarralde, un buen amigo al que le diagnosticaron esclerosis múltiple hace unos años, anda enfrascado en un proyecto muy majo para dar a conocer la enfermedad y, de paso, recaudar fondos para apoyar la investigación. Había diseñado un conjunto de culotte, maillot y gorra, que fue el que lucimos en esta ruta. Así que va también por él, 'txo'. Si queréis saber más de su proyecto, entrad en https://bizi.eus/
La logística del viaje era sencilla: un primer desplazamiento desde Bilbao hasta Zamora en autobús y luego, una ruta que en 25 etapas iba uniendo puntos de paso obligado. El viaje terminó en Béjar (Salamanca), desde donde retorné de nuevo a casa también en autobús.
Este primer artículo incluye solo la etapa inicial del viaje, la que me llevó hasta Pino del Oro, a las puertas de la región de Trás-Os-Montes, en Portugal. En sucesivas entregas iremos desgranando el resto del recorrido.
Llegué a Zamora a primera hora de la tarde y pensé comenzar con una etapa corta para ir calentando motores. ¿He dicho calentar? Ahora, con la distancia, creo que la etapa más dura de toda la ruta fue esta, la primera. Se trataba únicamente de pedalear en modo 'Verano Azul' hasta la frontera de Portugal para hacer noche en ese pequeño pueblo que citaba antes, Pino del Oro. Poco más de cincuenta kilómetros. ¿Qué podía salir mal? Nada, únicamente que el termómetro al llegar a Zamora marcaba cuarenta grados. Pues ya puedes apechugar, compañero. Suave, suave y buena letra. Ningún sobreesfuerzo, no vaya a ser que en el primer día se nos arruine la fiesta.
Me acerqué al Duero. De la misma forma en que lo hice en 2019. A su paso por Zamora, es un río que me transmite paz. A pesar de los cuarenta grados. Le acompañamos durante unos kilómetros y enseguida lo cruzamos, pero, curiosamente, también fue el protagonista del fin de etapa. Sigue leyendo y lo entenderás.
Salgo de Zamora. Intento pensar que es etapa 'Verano Azul'. Claro, es verano. Claro, es azul porque no hay una puñetera nube. Pero verano azul, aquí, en julio y a primera hora de la tarde en la meseta castellana, no es broma. El Garmin no engaña: cuarenta grados.
Aunque, nada más salir del 'downtown' de Zamora, pierdo de vista el río durante un tramo, me lo encuentro de nuevo enseguida. Una carreterita de a coche cada cinco kilómetros me ofrece vistas agradables. El río sestea tranquilo a mi izquierda. Por fin, le digo adiós. Bueno, le digo hasta luego, porque me lo volveré a encontrar al finalizar la etapa. Sin llegar a entrar en Almaraz de Duero, tras un refrigerio junto a un frontón en el típico chiringuito que solo abre con buen tiempo, me dirijo hacia el noroeste en busca del río Esla. Me lo encuentro embalsado en la presa de Ricobayo. Poca agua. La sequía y las compañías eléctricas: piensa lo peor.
Otro refrigerio. Ya solo queda la última parte de esta primera etapa. Enlazo con la N-122 y, tras un pequeño repecho y un par de kilómetros abrasadores, me desvío por una pista a la izquierda. ¿Alguien dijo árboles o sombra? Tachado. Venga, aprieta un poco, que nos derretimos. ¿Qué decir de este tramo? Calor. Lo siento si me repito.
Pino del Oro, como fin de etapa, tiene todo el sentido. En estos viajes voy ligero de equipaje. No cargo con tienda de campaña ni con todas las exigencias derivadas de esa forma de dormir. Lo mío es lo que llaman 'credit card bikepacking'; o sea, pernoctaciones en hotelitos, casas rurales y similares, tirando de tarjeta de crédito. A mi edad ya no estamos para bromas.
Pino del Oro disponía de un alojamiento muy agradable y no creáis que en esta zona hay mucha oferta. Ah, recordad que estamos en el verano de 2021, con la pandemia del coronavirus todavía muy vigente. De hecho, en Portugal era obligatorio presentar el certificado de vacunación para acceder a los alojamientos.
Volviendo a la ruta, hay que matizar. Pino del Oro fue el fin de etapa, sí; pero a un par de kilómetros queda uno de esos puentes emblemáticos donde los haya: el de Requejo. El Duero, sin llegar todavía a encajonarse como lo hace en la zona de Las Arribes, empieza a exigir cierta obra de ingeniería para cruzarlo. Antes se hacía en barcas, pero ahora el progreso exige asfalto.
Fue una bonita forma de terminar esta primera etapa: Duero al principio y Duero al final. Según parece, el puente de Requejo lo inauguró un tal Abilio Calderón en 1914, por supuesto, con más de una tragedia de por medio entre quienes aportaron su mano de obra. La broma, para llegar hasta el punto concreto de la carretera desde donde se podía fotografiar bien, consistía en afrontar un pequeño descenso que a la vuelta se podía convertir en todo un Tourmalet. Cien metros de desnivel a las cinco de la tarde a pleno sol castellano no son tontería.
Cumplidas las obligaciones con el que, en su época, fue, según Wikipedia, “el puente de mayor luz, 120 m, y el de mayor altura, 90 m, sobre río, de toda España”, solo quedaba hacer la entrada en la casa rural que me hospedaba y luego holgazanear un poco por el pueblo. Enseguida se da uno cuenta de que el granito manda. La zona es rica en este tipo de roca y de ahí que la práctica totalidad de las casas lo empleen. Algo que también veremos en Portugal, por supuesto.
Pero, un momento, Pino ¿del Oro? Todo tiene su explicación. En las afueras del pueblo —mañana pasaremos por allí— existen unas antiguas minas de oro que ya se explotaban en época romana: en los siglos I y II de nuestra era. Un cartel informativo dice así:
La Zona Minera de Pino del Oro es un conjunto minero clasificado en la época altoimperial romana. En su entorno se han detectado los asentamientos de El Picón, La Ciguadeña y Los Castros. Los dos primeros pertenecen al municipio de Pino del Oro y el tercero, a Castro de Alcañices (Fonfría).
Según las investigaciones históricas, parece que en época de Augusto esto de las minas de oro era un no parar. Mantener a flote el sistema monetario del Imperio Romano exigía conseguir materia prima de donde se pudiera. Así que, manos a la obra, que los indígenas me trabajen en la mina, que luego ya vendremos también con impuestos y lo que haga falta. En consecuencia, Pino es del Oro por sus antiguas minas.
La casa rural es el único establecimiento que veo abierto en el pueblo. Apalabramos una cena sencilla, y charlamos un poco con la chica que lo lleva. Cómo no, de aquí también emigró gente para el País Vasco. Bueno, mañana cruzaremos la frontera. ¿Te apetece acompañarme en la ruta? Lo seguiremos contando en el siguiente número de esta tu revista 'Andar en bici'.
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