Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

A pedales por el centro de Portugal: la Ecopista do Dão, una antigua vía de tren, la primera que se conoció en Viseu

Una ruta por el centro de Portugal

Andar en bici / Julen Iturbe-Ormaetxe

0

Comenzamos el día desayunando en nuestro fantástico alojamiento en Vouzela: Casa das Ameias. No había excusa: podíamos cargar a discreción nuestras particulares baterías musculares a base de carbohidratos, proteínas y grasas saludables. ¡El problema era contenerse! Tras la ingesta, preparamos las bicis. Conformamos un equipo de cuatro ciclistas. Además de quien escribe, pedalearemos junto a Ángel, el alma mater de esta revista, y disfrutamos también de la guía, Rita Caetano, de A2Z, a quien esta vez se ha unido Paulo, del Vasconha BTT Vouzela.

Desde Vouzela nos vamos en furgoneta hasta Viseu, que es donde comienza la Ecopista do Dão. Si recordáis, en nuestra ruta anterior llegamos hasta Viseu por la Ecopista do Vouga. Pues bien, desde ahí, desde Viseu, parte esta otra ecopista que finaliza en Santa Comba Dão. El primer tramo, hasta Figueiró, se abrió a ciclistas y peatones en 2007, mientras que la apertura definitiva de los casi 50 kilómetros de la ecopista al completo se llevó a cabo en 2011. 

Quizá convenga hacer un poco de historia. Vamos a pedalear por una antigua vía de tren que tuvo el honor de ser la primera que se conoció en Viseu. Se inauguró un 25 de noviembre de 1890, “solo” hace 133 años. Se cerró al tráfico de pasajeros un siglo después, en 1990. Cien años son unos cuantos, ¿no? Así pues, bien merece nuestro respeto. Hoy no hay trenes que lleguen o partan de Viseu. Nuestras bicis rinden homenaje a tiempos pretéritos. En nuestra visita al muy recomendable Museo Ferroviario de Macinhata do Vouga vimos cómo allí guardan silencio las antiguas locomotoras de vapor que circularon por estas vías. El pasado sigue presente si lo mantenemos en la memoria. Vente con nosotros a pedalear por una ruta con un pavimento perfecto. Te servirá cualquier tipo de bici, incluyendo las de ruedas finas de carretera.

Sabedores de esa historia, pedaleamos los primeros kilómetros muy animados. Viseu llega a los 100.000 habitantes y eso se nota a pesar de que es un lunes cuando nos ponemos en marcha. La antigua vía de tren recupera tránsito a base de ciclistas y peatones. Como tenemos por costumbre, saludamos siempre: Bom día! Y sí, nos esforzamos por alargar la “i”: Bom diiiiiia! 

La Ecopista do Dão juega con un particular código de colores. El suelo luce una gama cromática diferente según el municipio por el que transitamos. Viseu se ha adjudicado el rojo, que se extiende hasta el túnel de Parada. Son 19 kilómetros de un color más o menos tradicional para lo que se estila en los carriles bici. También habitual, aunque quizá menos, el segundo tramo se tiñe de verde y nos conduce hasta algo más allá del kilómetro 37. Por fin, quizá la nota más innovadora ¡y resultona! la encontramos en el tramo final hasta Santa Comba Dão. Ahí una fotogénica variedad de color azul contagia alegría para pedalear: el suelo se tiñe de añil. 

Poco a poco nos vamos despegando de la ciudad y nos internamos en bosques y trincheras excavadas a veces entre paredes rocosas. Nos topamos con la estación de Tondelinha, que sucumbe al paso del tiempo entre una vegetación que se la va comiendo poco a poco. Afrontamos alguna que otra recta que permite levantar la mirada hacia el horizonte. Nos espera el humilde apeadero de Travassós de Orgens. Cerca, un panel nos recuerda de nuevo por dónde circulamos y cuál es la historia de esta vía ferroviaria.

En esas, un numeroso grupo de cicloturistas nos adelanta. Desde aquí hasta el final nos los volveremos a encontrar en varias ocasiones. La ecopista invita a un pedaleo tranquilo, con paradas frecuentes. Por tanto, ya habrá ocasión de volver a saludarlos. 

Atravesamos el túnel de Figueiró y vemos cómo a nuestra derecha se nos pega durante un corto tramo la carretera nacional 337. Desembocamos así en una de las infraestructuras más relevantes de esta ecopista: el viaducto de Mosteirinho, atribuido nada más y nada menos que a Gustav Eiffel, quien, por cierto, residió en Portugal algunos años y “repartió” su arte por otros puentes tan emblemáticos como el de Luis I sobre el río Duero en Oporto. El de Mosteirinho alcanza casi 200 metros de largo. Su suelo, de rejilla metálica, pide a gritos precaución, sobre todo si hay humedad de por medio. Aprovechamos para hacer unas cuantas fotos. El pelotón de cicloturistas que nos adelantó antes también se ha detenido a observar con detalle la construcción.

Si el renovado viaducto metálico evidencia el progreso, el pequeño apeadero de Mosteirinho, que queda al otro lado del puente, con su estructura de madera, nos retrotrae en el tiempo. Un tejado asimétrico, a dos aguas, servía para cobijar a quienes esperaban la llegada de las locomotoras. Da la sensación de estar ante una parada de autobús en la que la marquesina ha jugado con el tiempo para reivindicar que, antes que el cristal y los plásticos, hubo un mundo que vivía de la madera, el agua y el carbón. Seguimos ruta. Le decimos adiós a Mosteirinho porque nos queda todavía bastante para Santa Comba Dão. Descansa tranquilo, tú que eres testigo del supuesto progreso.

Si estás leyendo este artículo en primavera o verano y decidieras venirte a pedalear por la Ecopista do Dão, quizá te asegures la bonanza del clima. Nosotros, en cambio, la recorrimos en otoño y la ruta nos ofreció en esa época un verdadero festín de castañas que alfombraban el suelo en muchos tramos. Así que era imposible resistirse a fotografiarlas, recubiertas como estaban de su caparazón espinoso de color verde intenso. Tras preguntarlo varias veces y obtener siempre la misma respuesta, ya te lo podemos asegurar: ¡son comestibles y buen alimento para el ciclista! Nutricionalmente, por cada 100 gramos, 40 son agua, 40 son hidratos de carbono, 5 son grasas y 4 son proteínas. Además, también tienen un alto contenido en fibra: 7 gramos.

Tras exprimir nuestro lado artístico en busca de la mejor fotografía castañera, enseguida llegamos a una nueva estación, la de Torredeita. Allí ha quedado varada no solo una de las locomotoras de vapor que recorrían la línea, sino también tres vagones. Han sido asaltados por grafitis, tan consustanciales a las modernas infraestructuras ferroviarias. Habrá quien vea en ello un sacrilegio o quien asuma que el arte de la pintura libre ilegal coloniza determinados espacios en busca de una reivindicación intrínseca a su ser. El caso es que si miras fotografías de esta estación en Internet podrás comparar el antes y el después. Cuando pedaleamos por allí, los grafitis adornaban los vagones y la locomotora.

La ecopista nos dirige ahora a una zona de vides, que se alinean, disciplinadas, a la izquierda de la vía. La mano del hombre busca, de nuevo, sacar provecho de la tierra. 

Enseguida llegamos a la estación de Farminhao, donde han decidido parar nuestros colegas cicloturistas. Entre nuestras cuatro bicis y las suyas se conforma una buena exposición de artefactos ciclistas. El edificio de la estación se ha reconvertido en un animado café, Station Alive, que presume de fast food internacional: ofrece menú Kebab, hamburguer, cachorro y tosta mista. La bici da hambre, no hay duda. Tras las fotos de rigor y alguna que otra animada conversación con nuestros congéneres cicloturistas, seguimos ruta, que asistiremos al primer cambio de color.

El túnel de Parada o Santa Catarina –de casi 200 metros e iluminado– hace las veces de línea divisoria. Se entra por él rodando sobre una pista de color rojo y se sale haciéndolo sobre otra de color verde. Magia. Poco más adelante, en Parada de Gonta, la estación, reconvertida también en bar, se ofrece a los cicloturistas, pero nosotros seguimos y tras la de Sabugosa, llegamos a la de Tondela, con la Sierra de Caramulo vigilante allá al fondo. Nos espera un amigo. No es mal sitio, desde luego, porque un poco antes de llegar a esta estación, que queda a la derecha, se ubica otro establecimiento, Ninho d’Arara, que esta vez ofrece no solo servicio de cafetería, sino también alojamiento. Desde allí nuestro amigo nos avisa: ¿no escucháis sonido de aves? Hay una explicación: la Associação Columbofilia Tondela queda justo al lado. También hay un servicio de alquiler de bicicletas, aunque cuando pasamos por allí estaba cerrado. Ah, y para que no perdamos referencias, una lúcida señal nos indica la distancia a diversas capitales europeas.

A partir de aquí, tras cruzar la N2, accedemos a una zona más montañosa y solitaria. Y de repente, en una recta, esta vez sin túnel que haga magia, de nuevo cambiamos el color del suelo por el que ruedan nuestras bicicletas. Del verde pasamos a un añil muy vistoso y que casa bien con la vegetación que lo rodea. Entretenidos con los cambios de colores, nos sorprende, por fin, el río Dão, que aparece a nuestra izquierda. Al principio queda bastante escondido tras los árboles, pero luego se deja ver sin timidez alguna. 

En una suave curva de la ecopista, que en este tramo va protegida por un vallado de madera a cada lado, nos damos de bruces con un buen lugar para detenernos de nuevo y disfrutar de la vista. Cómo no, invita a la fotografía y allí nos volvemos a topar con nuestros ya casi íntimos colegas cicloturistas. Es un buen momento para el recuento: no falta nadie, ¿no? Pues somos 14 velocipedistas disfrutando de la Ecopista do Dão, una pequeña multitud. Nuestro compañero Paulo, del Vascohna BTT Vouzela, nos presta su botellín para que lo “retratemos”. Negro y amarillo sobre un fondo difuminado en verde y azul.

El río Dão parece languidecer mientras sus aguas, más bien escasas, ralentizan su curso y dan pie a algunas zonas de baño. Nace en Aguiar da Beira (Barranha), en la Serra do Pisco, a unos 757 m de altitud, en la Región del Planalto Beirão, cerca de Trancoso (uno de los Pueblos Históricos de Portugal de los que ya hemos escrito en otra ocasión en nuestra revista), y desemboca en el Mondego tras un recorrido de 92 kilómetros. Un panel informativo nos añade información: “Su recorrido noreste-suroeste aprovecha una importante falla geológica, fenómeno natural responsable del resurgimiento de aguas minerales sulfurosas que dan origen a las Caldas da Cavaca, las Termas de Alcafache, las Termas de Sangemil y al manantial sulfuroso de Granjal”.

Nosotros nos plegamos a su manifiesta placidez mientras nos despedimos de los diez esforzados de la ruta que tanta compañía nos han dado en nuestro pedalear por esta ecopista. 

Avanzamos hasta la estación de Treixedo y cruzamos el río por otro puente de similar aspecto al de Mosteirinho: el Ponte do Granjal, que deja ver las aguas embalsadas en la presa de Aguieira. De nuevo se trata de una estructura metálica con un suelo en forma de rejilla que permite ver lo que hay debajo. Sí, lo habéis adivinado: imposible resistirse a hacer unas cuantas fotografías. Y eso incluye alguna que otra toma desde las alturas. Todo sea porque ciclistas, puente y río compartan escena.

No será, de todas formas, el último de los puentes con esa estructura. Tras una zona de robles, casi ya en la misma estación de Santa Comba Dão, donde termina la ecopista, han levantado otro tras un tramo en obras. Al igual que en Viseu, aquí luce todavía el depósito de agua para las locomotoras de vapor. 

Por nuestra parte, solo nos queda inmortalizar el momento de la llegada. Han sido 50 kilómetros desde Viseu en los que hemos podido disfrutar de esta Ecopista do Dão. Desde esta estación de Santa Comba Dão circulan trenes hacia Coimbra y la costa (Aveiro o Figueira da Foz) y también hacia el interior en dirección a Guarda.

Hicimos el regreso hasta Vouzela en la furgoneta. Claro que primero nos permitimos una pequeña recompensa.

Disfrutamos de una fantástica comida en 3 Pipos, un restaurante mencionado en la Guía Michelín por su oferta gastronómica regional de la Beira Alta. Luego aprovechamos la tarde para visitar la torre medieval de Alcofra, una de las tres que se conservan en el municipio de Vouzela. La construcción de este tipo de torres y atalayas se llevó a cabo en los siglos XII y XIII, con una función de vigilancia, pero también como símbolo de dominio y autoridad. Suelen presentar un modelo cuadrangular con tres o cuatro pisos. Abajo quedaban los almacenes, mientras que por la entrada se accedía directamente al primer piso, lugar en el que el señor recibía a las visitas. Más arriba, en los pisos superiores, quedaban los aposentos.

Para terminar el día, antes de volver a nuestro alojamiento en Vouzela, nos acercamos a la enorme estatua de la Senhora Milagrosa. Se trata de una escultura del artista Luís António Queimadela de unos 15 metros de altura ubicada en lo alto de la colina de una antigua cantera, junto a la laguna de Campia. Y, claro, le pedimos a la virgen volver a pedalear en otra ocasión por estas latitudes. Ya os contaremos. La jornada, no obstante, terminó en el restaurante Margarida, en Vouzela, un lugar también especial en el que la magia de la música nos acompañó. Caprichos del destino.

Etiquetas
He visto un error
stats