Una penitencia como cualquier otra: de Ginebra a Bilbao en bicicleta por la vía Podiensis

Hay que escarbar en la memoria. Estamos en 2006. Sí, ya tengo una bici de doble suspensión; era un adelantado a la época. Todavía no se veía a mucha gente con semejante artefacto. Pero no, todavía no llevaba GPS en la bici. ¿Eso qué suponía? Pues suponía, por ejemplo, un manillar con mapas a la vista para intentar no perderse demasiado. Fotocopias en papel. ¡Qué tiempos!

He repasado las crónicas que escribí en su día en mi blog y las he actualizado. Eran tiempos en los que había que localizar cibercafés, bibliotecas, tiendas de ordenadores y otros tugurios para mantener al día la bitácora del viaje en Internet. Nada de smartphones con conexión 4G, 5G ni nada similar. Se sufría para publicar. Teclados inhóspitos (la ñ ausente del abecedario francés) y precios a veces desorbitados por unos tristes minutos de conexión. Taxímetro en marcha y a escribir como buenamente podías.

Claro que jugaba con ventaja. Aunque seguramente en 2006 no se contaba con la misma infraestructura que en 2022 para pedalear por rutas balizadas, cualquier vía del Camino de Santiago ha sido siempre sinónimo de “ruta fácil de seguir”. 

Un par de años antes había llevado a cabo mi primer intento. Me fui hasta Le Puy-en-Velay y desde allí comencé a pedalear con la idea de terminar la ruta en Bilbao a través de la vía Podiensis. Sin embargo, una tendinitis en la rodilla me tumbó al quinto día y aquel proyecto tuvo que finalizar en Cahors.

Desde Francia llegan cuatro grandes vías del Camino de Santiago. Si las repasamos de oeste a este, una, la más pegada a la costa atlántica, es la que pasa por Tours y enlaza en la Península Ibérica con nuestro Camino del Norte, ese del que escribimos en el número anterior de la revista. Hacia el este, una segunda vía procede de Vezelay. Después viene la que toma como referencia Le Puy-en-Velay y, finalmente, la cuarta, la más conocida, es la que viene de Arles, en la Provenza, muy cerca de la costa mediterránea. De estas alternativas, una de las más populares, no cabe duda, es la vía Podiensis, la que viene de Le Puy-en-Velay y que pasa también por Conques, otra de las mecas de la peregrinación jacobea en el país vecino. 

Pues bien, como ya sabemos que el ciclista es el único animal capaz de tropezar n veces con la misma piedra, no pude sino repetir el intento de la vía Podiensis. Y como penitencia extra, nada de comenzar en Le Puy-en-Velay. Mejor añadir kilómetros a la ruta e inaugurarla en Ginebra (Suiza). A fin de cuentas, el GR-65 (el GR que incluye todas las vías citadas) contaba con una variante que salía de allí y que se suele conocer como la vía Gebennensis. Así pues, como Francia es, sobre todo, 'un país balizado', allá que me animé: pedalearía desde el lago Leman con su flamante 'jet d’eau' hasta el Botxo. Unos 1.500 kilómetros. Vamos, como el típico día que sales a por el pan con la bici y te lías. Una forma como otra cualquiera de practicar francés.

El viaje de ida, desde Hendaya hasta Ginebra, fue todo en tren. Tengo escaneado el billete: salida en el Corail Lunea 4678 el 14 de julio de 2006 (fiesta nacional en Francia) a las 18:31 y llegada prevista al día siguiente a las 8:54. La reserva decía: “Adulte, Non Fumeur, Classe 2, Voit 87, Place No 23, Vélo”. Fue así como, con precisión milimétrica y un transbordo en Lyon, llegamos a Ginebra. Solo quedaba volver poco a poco en bici; prisa no había.

Fueron en total 18 etapas. Recuerdo que no llevaba precisamente muy buena forma, así que mi idea era ir de menos a más. En rutas largas, si las haces con cabeza, cada día que pasa te va regalando una mejor condición física. O sea, se trataba de pedalear unas etapas iniciales más llevaderas y luego ya las iríamos complicando. Traducido: en mi primer día, Ginebra-Bessey en 'solo' 108 kilómetros. ¿De menos a más? “Julen, ¿a quién quieres engañar?”. A ver, a ver, no fue mi culpa que el pueblo elegido como final de etapa estuviera en fiestas y no hubiera una triste cama libre a la que arrastrar el cuerpo. La primera en la frente. Hubo que buscar un plan B y añadir unos cuantos kilómetros al plan original. En fin, las cosas hay que tomárselas como vienen.

Las primeras cuatro etapas supusieron la dosis extra respecto al plan anterior, aquel que había intentado dos años antes. Esta vez, por tanto, llegué a Le Puy-en-Velay con 360 kilómetros en las piernas y curiosamente en circunstancias parecidas: una tormenta en toda regla. Este tramo desde Ginebra es solitario en gran parte. Vi peregrinos a cuentagotas, aunque también debo decir que elegí algunos tramos alternativos de asfalto. Le Puy-en-Velay es, lógicamente, el lugar de salida oficial de la vía Podiensis. En consecuencia, solo a partir de ahí se encuentran hordas peregrinas. Que no, que no; a excepción del tramo que se aproxima a Conques, esta vía del Camino de Santiago es muchísimo más tranquila que las opciones peninsulares: cuanto más cerca de la tumba del santo, más bullicio y algarabía. La vía Podiensis es un remanso de paz.

En rutas largas, si las haces con cabeza, cada día que pasa te va regalando una mejor condición física. O sea, se trataba de pedalear unas etapas iniciales más llevaderas y luego ya las iríamos complicando

Volviendo a la ruta, mis recuerdos se han quedado fijados en algunos lugares concretos. Por ejemplo, las planicies del Aubrac, herbosas, onduladas y sin apenas árboles. Las aprovechan en invierno como pistas de esquí de fondo. A unos 1.300 metros de altitud recuerdo un terreno encantador para pedalearlo sin prisa. La otra cara de la moneda eran los valles. En especial el del río Lot. Desde el Aubrac se descendían mil metros hasta St-Come d’Olt. Muy agradable cuando, como me sucedió a mí, el viaje coincide con una ola de calor.

Tengo en la retina todavía una imagen del pulsómetro (entonces llevaba un Polar de muñeca) cuando marcaba 45 grados. Quedaba poco para alcanzar Figeac y casi muero en el intento. El mismo día que me permitió callejear a primera hora y con temperatura agradable por Conques, me 'regaló' aquel suplicio vespertino. Si el descenso hacia St-Come d’Olt en el valle del Lot había sido fantástico, este segundo hacia el mismo valle, ahora camino de Figeac, consistió en pedalear frente a un inmisericorde secador de pelo que expulsaba aire caliente como si no hubiera un mañana.

La ruta fue también sinónimo de maizales y girasoles. Pedalear a cotas bajas entre suaves colinas ofrecía esta diversión. Los maizales te podían provocar alguna que otra inquietud, si la imaginación echaba mano de cierta película de terror. En cambio, los girasoles ofrecían casi siempre una versión muy alegre y fotogénica. Claro, solo hacía falta sol, pero aquel verano de 2006 no se quedó precisamente corto a la hora de ofrecer a la piel oportunidad de generar vitamina D. 

Otra buena experiencia tuvo que ver con los albergues. Aunque mi opción de alojamiento suele ser otra, tuve la oportunidad de hacer noche, por ejemplo, en el encantador 'gîte' de Castet-Arrouy. Limpieza exquisita, huéspedes amables, tranquilidad, unas instalaciones muy bien mantenidas; en fin, si todos los albergues fueran este, no tendría duda en usarlos más a menudo. Lo comento porque —aunque de todo habrá, por supuesto— las vías masificadas del Camino de Santiago quizá traigan consigo otro tipo de experiencias. Pero para gustos están los colores. Será que estoy hecho un 'señorón'.

El paso de los Pirineos se lleva a cabo a través del puerto de Somport, en lo que se ha convenido en denominar Camino de Santiago Aragonés. Lo recuerdo como una enorme subida por el lado francés, con noche en el Hôtel des Voyageurs en Urdos, a menos de diez kilómetros de la cima. El enorme túnel que la atraviesa queda para los vehículos a motor. Mis dos piernas tuvieron que pedalear por la vieja carretera nacional bastante por encima de la cota a la que queda el túnel. Y si decía que era enorme la subida por el lado francés, también lo sería la bajada hasta Jaca. Todo lo que se sube, se baja.

Desde Jaca hasta Bilbao la opción fue sencilla: dar buena cuenta de las flechas amarillas que conducían a Sangüesa y luego más adelante enlazar en Puente La Reina con el concurrido Camino Francés. Porque si eso sucede en verano, son palabras mayores. La autopista hacia Santiago de Compostela reúne un tráfico denso en comparación con la ruta desde Ginebra por la vía Podiensis. 

Todavía hubo tiempo de pasar por Torres del Río y pernoctar allí a cuerpo de rey. La culpa fue de los padres de un amigo, que tenían casa en el pueblo. Solo quedaban dos etapas: una terminó en Haro; poco antes, en Santo Domingo de la Calzada, dije adiós definitivamente al Camino de Santiago. La última etapa, la decimoctava, me devolvió al lugar del que partí: el garaje de mi casa en Bilbao.

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