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Bicicleta y polución: conocer los riesgos y evitarlos con la ruta y la mascarilla

Andar en bicicleta por entornos altamente contaminados no es la mejor opción. Quien no pueda evitarlos debe conocer los efectos que una atmósfera polucionada puede tener en su salud y la forma de intentar minimizarlos siquiera levemente. Quienes llevamos bastantes calendarios gastados podemos recordar la capa de 'niebla' que hace algunos años envolvía algunas de nuestras ciudades. Se apreciaba bien desde puntos de observación algo elevados y era delatada por la suciedad que dejaba en nuestras vías respiratorias a nada que nos moviéramos por sus calles.

Las calefacciones de los edificios, a base de carbón, las fábricas del entorno y los rústicos motores de los vehículos de antaño se encargaban de cargar el ambiente de aquel 'smog'. Aunque la situación ha evolucionado claramente a mejor, hay lugares en los que todavía el problema no está totalmente resuelto y quien escoja la bicicleta como medio de desplazamiento sostenible debe saber a qué se expone. Comenzaremos describiendo nuestras necesidades fisiológicas de aire. 

Una persona adulta, en reposo, precisa entre 6 y 12 litros de aire, aproximadamente, para vivir. A medida que su actividad física se hace más intensa, la ventilación se incrementa de modo progresivo y, en esfuerzos extremos, propios de la competición, pero no del uso de la bici como vehículo, personas corpulentas pueden llegar a respirar hasta cerca de 200 litros de aire cada minuto. Es evidente que cuanto más ventilamos, mayor es la exposición a sustancias contaminantes.

Las sustancias

¿Cuáles son esas sustancias y cómo pueden afectarnos? El dióxido de azufre, o SO2, tristemente famoso ahora por las emanaciones volcánicas recientes, es producido también por la combustión de carburantes fósiles, que tienen azufre en su composición, como el petróleo o el carbón. En la naturaleza se combina con el vapor de agua y es responsable de la devastadora “lluvia ácida”, al formarse ácido sulfúrico. En nuestro organismo, ese dióxido produce una disminución del FEV1, o volumen espiratorio forzado en el primer segundo de la ventilación. Puede que eso parezca solo un dato fisiológico, pero resulta que en las zonas urbanas que presentan concentraciones elevadas de ese gas se ha demostrado que son más frecuentes las enfermedades de tipo respiratorio y también la mortalidad por esa causa.

El NO2 o dióxido de nitrógeno es mucho más agresivo para la capa de ozono que el CO2. Respecto a nuestra salud, si su concentración es alta, irrita intensamente las vías respiratorias

Las partículas en suspensión en el aire, o PM, son otro de los factores agresivos de la polución atmosférica. Se trata de minúsculas partículas, sólidas y líquidas que 'flotan' en el aire y son producidas por fenómenos naturales, como el que nos acerca el polvo del desierto, y por actividades humanas. Se clasifican en función de su tamaño (PM10, PM2,5), siendo más agresivas las más pequeñas, porque al respirarlas penetran más en las vías respiratorias. Suelen producir aumento de la tos, estrechamiento de los bronquios y aumento de los problemas de salud especialmente a las personas que ya son sensibles, como las asmáticas.

El NO2 o dióxido de nitrógeno es otro de los gases causantes de la lluvia ácida, tras combinarse con el vapor de agua. El tráfico de vehículos a motor de combustión que utilizan como combustible derivados del petróleo y ciertas industrias son su principal fuente de origen artificial, siendo la actividad volcánica y los incendios forestales sus fuentes naturales. Valga decir que el NO2 o dióxido de nitrógeno es mucho más agresivo para la capa de ozono que el CO2. Respecto a nuestra salud, si su concentración es alta, irrita intensamente las vías respiratorias, hace que produzcan mayor cantidad de mucosidad y reduce la función pulmonar.

Otro de los gases nocivos que encontramos en ciudades de elevada polución es el monóxido de carbono o CO. Se forma en las malas combustiones y es mucho más peligroso que el dióxido de carbono o CO2, porque incluso a dosis bajas reduce la capacidad de transporte de oxígeno de la sangre, haciendo que todos los tejidos sufran su falta y generando problemas respiratorios severos, pérdida de conciencia o la muerte. 

El ozono es otro de los causantes de la polución. De hecho, es el componente principal de la bruma industrial. Se forma a partir de reacciones entre los gases de combustión del petróleo y sus derivados bajo el efecto de la luz solar. La irritación de las vías respiratorias y el agravamiento de las denominadas enfermedades pulmonares medioambientales (asma, EPOC, etc) son algunos de sus dañinos efectos sobre la salud.

Otro elemento peligroso de la contaminación ambiental es el plomo. Usado como aditivo antidetonante en las gasolinas hasta su progresiva eliminación por el empleo de combustible sin plomo, se pudo comprobar que la presencia de esa sustancia en el aire respirado generaba importantes alteraciones neurológicas y aumento de la tensión arterial.

¿Cuál es el riesgo?

De todo lo anterior se deduce la importancia capital de conseguir una atmósfera limpia en nuestros pueblos y ciudades. Pero, entretanto, ¿cabe decir que corremos un riesgo excesivo al rodar en bici por entornos de alta polución medioambiental?

Diversos estudios realizados en Londres, Países Bajos y Barcelona compararon la influencia de los riesgos con los beneficios. Para ello se utilizó una unidad de medida poco habitual. Se trata del tiempo de vida ganado o perdido por el conjunto de la sociedad que realiza un cambio de comportamiento. Pues bien: comparando los efectos sobre la salud debidos a lesiones, accidentes y polución con los beneficios de movernos de una forma activa y sostenible, se apreció en todos los casos que era mejor usar la bicicleta.

En el caso concreto de Barcelona, si 500.000 personas cambiaran los vehículos de combustión por la bicicleta, el impacto de respirar más contaminantes reduciría su esperanza de vida entre 0,8 y 40 días. A su vez, el aumento de accidentes entre esas personas supondría entre cinco y nueve días de vida media perdida. ¡Pero la mejora de la salud debida a la actividad física supondría una mejora de entre tres y catorce meses de vida extra para ese colectivo!

En cualquier caso y si queremos seguir andando en bici por nuestras ciudades ambientalmente no tan limpias como debieran, ¿qué podemos hacer para reducir los efectos de la contaminación? Si nuestros desplazamientos discurren por zonas “sucias”, se ha comprobado que los niveles de afectación son en torno a un 30% menores en los itinerarios separados del tráfico que en aquellos que se comparten con vehículos públicos o con el tráfico general.

Y cuando no podamos evitarlos mediante una buena planificación de la ruta, siempre podremos recurrir a las mascarillas anticontaminación (estás se deben llevar bien ajustadas a la cara, tienen que tener un filtro de alta calidad y contar con válvulas de exhalación), sabiendo que algunas serán capaces de eliminar de la lista de tóxicos buena parte de las partículas en suspensión. En fin, sabido todo esto, tratemos de pensar que estos condicionantes solo serán precisos hasta que la conciencia, o la economía, nos vuelvan a hacer cuidar un poco mejor al único planeta que tenemos.

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