La pregunta que recorre la mente de quienes visitan el Memorial por los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York es dónde estaban cuando los aviones atacaron las torres gemelas del World Trade Center de Manhattan. En Vitoria, los promotores del nuevo Memorial de las víctimas del terrorismo en España, inaugurado por el jefe del Estado, Felipe VI, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el lehendakari, Iñigo Urkullu, y cuya visita es gratuita, pretende que broten otras: “¿Cómo pudo ocurrir?”, “¿Qué habría hecho yo en esas circunstancias?” o “¿Qué puedo hacer para que no se repita”. Se lee en el folleto que se entrega a los visitantes que este museo tiene “un archivo triste” pero también que “es necesario conocerlo porque contiene un enorme valor pedagógico”.
El centro, ubicado en el antiguo edificio del Banco de España de Vitoria -que antes aún fue teatro-, tiene como punto más destacado la reproducción del zulo de Arrasate-Mondragón en el que ETA retuvo durante 532 días al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. En realidad, son dos los zulos. Uno se puede ver desde arriba, mediante una claraboya. Al segundo, mediante visita concertada, se puede acceder por una portezuela de pequeño tamaño. Deliberadamente, genera una sensación de claustrofobia. Deliberadamente, viene acompañado de algunas reflexiones de la víctima durante su cautiverio, todas ellas trufadas por la desesperación. Deliberadamente, se muestra que estaba oculto bajo un mecanismo mecánico en una nave industrial perfectamente integrada en la vida del pueblo y visible desde los balcones de las viviendas cercanas.
Se trata de una estancia de tres metros de largo, dos y medio de ancho y menos de dos de alto. Sus paredes estaban desprovistas de toda iluminación natural o visión al exterior. Solamente unos pósteres las decoraban y la luz provenía de una bombilla vieja. Tenía una minúscula mesa con un poco de agua y una bandeja para la comida. Estaba pegada al camastro para 'descansar'.
El Memorial divide la visita en un repaso a la historia del terrorismo, a los discursos y prácticas de odio, a la “respuesta al terror” de la sociedad, de las fuerzas de seguridad y de la Justicia y, finalmente, pone voz a las víctimas, que son 1.453 asesinados -en los paneles faltan por incorporar las dos últimas, David Beriain y Roberto Fraile- y 4.977 heridos. Hay un pasillo en completa oscuridad con tantos cristales como muertos. Los paneles trilingües -castellano, euskera e inglés- señalan a ETA como el principal perpetrador. Pero se concede un espacio importante a la nueva amenaza que constituye el yihadismo y que ya se ha cobrado decenas de vidas en Madrid en 2004 y en Barcelona en 2017, o incluso a españoles que vivían o estaban en el extranjero. De hecho, hay una sala con una exposición temporal sobre el 11-M que incluye las iniciales a gran tamaño de todos los muertos. Están apiladas. Si fuesen esparcidas por el suelo, podrían ocupar todo el espacio del ala con la muestra.
El Memorial recupera organizaciones ya extintas como el GRAPO, el MPAIAC, Terra Lliure o el Batallón Vasco Español y otros grupos de extrema izquierda y de extrema derecha y denuncia la actividad del GAL, banda de la que se reseña que fue “promovido por varios altos cargos del Gobierno socialista” de Felipe González junto con miembros de la Policía Nacional y de la Guardia Civil. Hay víctimas de los GAL que dan por vez primera su testimonio en este centro. En la cronología, se detiene singularmente en los años de plomo del inicio de la década de 1980 y en las personas secuestradas. Hay un trozo del armario en el que Publio Cordón, finalmente asesinado por el GRAPO, iba poniendo una muesca por cada día que pasaba encerrado.
Parte del material expuesto procede de donantes, desde el robot de los artificieros de la Policía Nacional hasta la cartera con restos de sangre del jefe del cuerpo de Miñones de Álava, Jesús Velasco, cuya esposa, Ana María Vidal-Abarca, creó la primera asociación de víctimas. También se exponen decomisos policiales. Hay armas y explosivos que utilizó ETA. Hay documentación falsa que empleaban los terroristas. Hay planos con los croquis de las acciones y atentados. Hay grabaciones de llamadas con avisos de bomba. Hay incluso un evolutivo de las cartas de extorsión en las que el sistema se fue perfeccionando desde un texto a máquina de escribir a un documento a ordenador con marca de agua y código alfanumérico por el cual la organización tenía fichados a sus 'contribuyentes' como si fuera Hacienda.
Explica Gorka Angulo, responsable de Comunicación del Memorial, que no hay imágenes crudas de cadáveres pero que tampoco se oculta el sufrimiento para que adquiera su verdadera dimensión. Desde el curso que viene, las puertas quedarán abiertas a escolares. El banco de testimonios suma más de 1.000 voces. Sería imposible escuchar todos los relatos en un solo día. Algunas familias han cedido incluso vídeos caseros de la vida cotidiana de sus muertos. La visita termina con un vídeo de Fernando Buesa, socialista y que había sido vicelehendakari y a quien ETA mató en 2000, bailando en una boda. “Tenían una vida”.
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