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El drama nacional de tener que pagar las horas extras

Perdón, ¿pero no habíamos quedado en que el currela español es siestero y con tendencia genética al escaqueo, que si puede se pasa la mañana leyendo el Marca, que enferma sospechosamente, que el café se le alarga tanto como la última de los Vengadores y no hay charla motivacional que lo saque de su zona de confort? A mí los portavoces empresariales, los coachers y los eufemismos laborales en inglés que publican los periódicos habían terminado por convencerme de que los trabajadores en España éramos lo suficientemente jetas para meter menos horas que las que estipulan nuestros contratos y que, por nuestra irresponsabilidad, la economía estaba al borde del abismo, mientras los dueños de las empresas se jugaban su patrimonio para darnos trabajo de forma desinteresada y, a veces, por nuestra culpa se veían obligados incluso a veranear en Benidorm con la chusmilla.

Pero fue llegar el Gobierno de Pedro Sánchez y anunciar que en España las empresas estarían obligadas a registrar las jornadas laborales de sus trabajadores, y los primeros en quejarse no fueron los trabajadores vagos sino los afanosos empresarios -y sus portavoces mediáticos- que empezaron a ver problemas por todos los sitios. Que si el teletrabajo no se puede controlar, que si el mismo café para todos no funciona, que si va a suponer un caos y un perjuicio. Que vaya drama nacional. Que si la abuela fuma.

La cosa es que hay muchos empresarios a los que no les gusta contar las horas que curran sus trabajadores porque sus trabajadores curran más de lo que deberían currar y muchas veces ni siquiera lo pagan. En España se hacen 2,96 millones de horas extras a la semana sin cobrar. Es la estafa perfecta. Pero no una estafa conseguida con las artimañas de un tahúr. No es un engaño sofisticado. Es una estafa provocada por el miedo que impera en el mercado laboral español. El miedo a sufrir represalias o ser despedido. El miedo que han inoculado los recortes sucesivos de los derechos laborales en las últimas décadas. En esencia, un miedo muy mafioso y muy matón.

En todo caso, lo que tampoco entiendo es por qué los ricos, si ya están forrados, tienen que hacer trampas para conseguir más dinero. Ya lo dice Victoria Prego. Si es muy rico, no tiene razones para robarte, aunque en este caso estemos hablando de ricos que se están enriqueciendo más todavía robando a sus propios trabajadores. Porque, sí, hacer trabajar a la gente más horas y no pagárselas es robar. Y el atraco no es sólo a sus empleados, lo es también a la sociedad en su conjunto. Horas no pagadas, horas sin cotizar a la Seguridad Social.

Al enterarse de los planes de Pedro Sánchez, los empresarios -que no se chupan el dedo y además saben que el sindicalismo mayoritario en España está maniatado por su dependencia económica del Estado- empezaron a mover sus fichas hasta conseguir que el PSOE renunciara a sus planes iniciales. De hecho, la CEOE se vanagloria de haber conseguido descafeinar el decreto de Moncloa: el Gobierno no establece el mecanismo para el registro de las horas, queda en manos de la negociación colectiva y, en último caso, de los empresarios. Vamos, que los empresarios van a tener la última palabra.

Pero, en todo caso, a partir de este domingo la ley obliga a contar las horas y registrarlas, lo que en cierta medida puede facilitar que alguno de los empresarios ladrones sea atrapado por las autoridades. Claro que no deberíamos ser excesivamente duros porque, parafraseando a la monologuista Díaz Ayuso, hablar de empresarios ladrones es ofensivo para el que está deseando enriquecerse siendo un empresario ladrón que no paga las horas extras.

Perdón, ¿pero no habíamos quedado en que el currela español es siestero y con tendencia genética al escaqueo, que si puede se pasa la mañana leyendo el Marca, que enferma sospechosamente, que el café se le alarga tanto como la última de los Vengadores y no hay charla motivacional que lo saque de su zona de confort? A mí los portavoces empresariales, los coachers y los eufemismos laborales en inglés que publican los periódicos habían terminado por convencerme de que los trabajadores en España éramos lo suficientemente jetas para meter menos horas que las que estipulan nuestros contratos y que, por nuestra irresponsabilidad, la economía estaba al borde del abismo, mientras los dueños de las empresas se jugaban su patrimonio para darnos trabajo de forma desinteresada y, a veces, por nuestra culpa se veían obligados incluso a veranear en Benidorm con la chusmilla.

Pero fue llegar el Gobierno de Pedro Sánchez y anunciar que en España las empresas estarían obligadas a registrar las jornadas laborales de sus trabajadores, y los primeros en quejarse no fueron los trabajadores vagos sino los afanosos empresarios -y sus portavoces mediáticos- que empezaron a ver problemas por todos los sitios. Que si el teletrabajo no se puede controlar, que si el mismo café para todos no funciona, que si va a suponer un caos y un perjuicio. Que vaya drama nacional. Que si la abuela fuma.