Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
Ministro de Sanidad es poca cosa, Alfonso
Alfonso Alonso llegó a alcalde de Vitoria sin tiempo de haber aprendido a ser concejal, así que alcanzar el Ministerio de Sanidad tras comprar ibuprofeno en una farmacia no debería ser un gran problema para él. Aunque quizás lo sea para nosotros. En todo caso, el reto no parece demasiado complicado, sobre todo si se trata de sustituir a Ana Mato, que es como sustituir a Julio Salinas en el partido contra Italia. Es difícil hacerlo peor.
Alonso fue el inventor de lo que años más tarde se vino en llamar el PP pop. Un Partido Popular de gente joven, más moderna y sin aquel bigote de Martínez-Pujalte. Un PP que vocalizaba mejor que Fraga y que apoyaba el matrimonio gay frente a los carcas del partido. Alonso capitaneaba a aquellos Beatles de derechas que fruncían el ceño cuando les preguntabas si eran de derechas. De centro, somos de centro, del centro centrista mismo, te respondían. La típica respuesta que enfada a Hermann Tertsch.
De Alonso se ha dicho que es un animal político, que es como decir nada. Un político sin ambición es como un directivo del IBEX sin la pensión blindada. Los políticos nacieron para alcanzar el poder, aunque en el caso de Alfonso Alonso, fuera el poder el que le alcanzara a él: Alonso fue alcalde de Vitoria cuando el llamado a serlo era otro compañero más veterano pero menos fotogénico. Los telediarios se impusieron a la experiencia. Luego vino la ola de Zapatero a ayudarle y en 2007 perdió la alcaldía frente a los socialistas. Nunca una derrota fue tan dulce y no la de Felipe González.
El premio de la derrota fue una prometedora carrera política en Madrid y olvidarse de los quebraderos de cabeza que provoca poner mal una rotonda. El tiempo y Soraya Sáenz de Santamaría le han dado lo que tanto deseaba: un ministerio. Alfonso Alonso, ministro de Sanidad. Eso es un nombre para un ministro. Si eres de la secreta, te quieres llamar Narváez y, si eres ministro, Alonso, que tuitea Juan Tallón.
Alonso es capaz de abrazarte una tarde y a la mañana siguiente darte la mano sin mirarte a los ojos, lo cual exige gran pericia para hacerlo sin golpear en el estómago. Para algunos es timidez. Para otros, soberbia. Y en último término es una de las características de Alonso, esa dualidad que le permite ser a la vez el empollón y el travieso. El serio y el irónico. O llevado a la práctica: sacar un día del atolladero a miles de jóvenes levantando viviendas de protección oficial en Vitoria y luego marcarse un pelotazo con el centro comercial más grande del norte de España o hacerle un favorcillo de unos cuantos millones de euros al expresidente del Deportivo Alavés, una historia que todavía colea y que investiga el Tribunal de Cuentas del Estado.
La rebeldía de aquellos años mozos de alcalde saliéndose del pleno del Congreso para no votar lo que exigía su partido es ya historia. En los Ayuntamientos, a los alcaldes se les conceden ciertas excentricidades para defender la ciudad antes que al partido (siempre que al final el partido siga gobernando pese a las excentricidades de su alcalde). Pero en Madrid estas imprudencias no se perdonan. Un día te levantas somnoliento o de resaca, votas sin querer contra la disciplina del partido, y al día siguiente estás haciendo cola en Doña Manolita.
Alonso ha aprendido que en Madrid se prospera como en el Ejército: obedeciendo. Lo que se tenga que hacer, se hará, parafraseando a Rajoy. Si hay que mantener a miles de inmigrantes sin asistencia sanitaria, los dejará a las puertas del médico de cabecera sin despeinarse. Que el copago afecta a las familias más fastidiadas, tampoco es para tanto. ¿La ayuda a la dependencia ha sido podada? Oye, menos es nada.
Aunque si tiene que hacer lo contrario y suprimir el copago, ayudar a los extranjeros y los dependientes, también lo hará. La idea es no salirse del carril y cumplir el guión que escriben en Moncloa, que es como se llega a la meta en el Partido Popular. O a presidente del Gobierno en España. Porque, Alfonso, esto de ministro de Sanidad para un año es poca cosa. Para una vez que los vitorianos pisamos el Consejo de Ministros, tiene que ser para presidirlo, hombre.
Alfonso Alonso llegó a alcalde de Vitoria sin tiempo de haber aprendido a ser concejal, así que alcanzar el Ministerio de Sanidad tras comprar ibuprofeno en una farmacia no debería ser un gran problema para él. Aunque quizás lo sea para nosotros. En todo caso, el reto no parece demasiado complicado, sobre todo si se trata de sustituir a Ana Mato, que es como sustituir a Julio Salinas en el partido contra Italia. Es difícil hacerlo peor.
Alonso fue el inventor de lo que años más tarde se vino en llamar el PP pop. Un Partido Popular de gente joven, más moderna y sin aquel bigote de Martínez-Pujalte. Un PP que vocalizaba mejor que Fraga y que apoyaba el matrimonio gay frente a los carcas del partido. Alonso capitaneaba a aquellos Beatles de derechas que fruncían el ceño cuando les preguntabas si eran de derechas. De centro, somos de centro, del centro centrista mismo, te respondían. La típica respuesta que enfada a Hermann Tertsch.