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Sobre este blog

Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.

Militancia veraniega

Elena Zudaire

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Sobre este blog

Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.

A la espera de que nuestros queridos representantes públicos deshojen la margarita de los gobiernos locales y forales, dotemos hoy a esta columna de un aire más prosaico aunque no menos importante y hablemos de la idiosincrasia climatológica de Vitoria que, en esta epoca del año, es más puñetera que nunca.

Superado el mes de mayo y cumplido con el afamado refrán que nos recomienda que hasta el día 30 no nos quitemos el sayo, Vitoria y sus vitorianicos abordan el mes de junio con la esperanza de que, por fin, el calorcito se instale en sus vidas. Constancia de que Lorenzo visita Vitoria haberla, hayla. Sin embargo, el astro rey tiende a calentarnos el coco y confundirnos el termostato cuando menos lo esperamos. Por ejemplo, enero suele ser un mes que cuenta con unos cuantos dias torrantes en los que el abrigo sobra para, a veces incluso horas después, caerte un nevadón que colapsa la autopista y nuestras vidas.

Abril o mayo, que de por sí ya son meses más primaverales, se convierten en la época de mayor crueldad climatológica: la lluvia y el frío más otoñales no nos dejan soltar gabardinas y chambergos hasta que llega esa semana en la que al salir de casa hay 4 grados y cuando sales del trabajo hay 25. Es el momento más divertido para deleitarse con la moda vitoriana. El momento en que nos ilusionamos porque estamos convencidos de que, esta vez sí, la primavera se instalará de verdad para dar paso al verano. La semana en la que osamos guardar toda la ropa de invierno en el camarote -ritual vitoriano casi tan tradicional como la romería a Olarizu-, días en los que hay quienes se calzan sandalias y dejan valientes al aire sus dedos amoratados a causa frío, días en los que nos quejamos en la cola del pan de calorazo que hace como si estuviéramos viviendo en Sevilla para, de nuevo horas despues, tener que tragarnos nuestras palabras cuando el termómetro vuelve a desplomarse y nos pilla con el plumas recogido en el trastero.