Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.
Salburua: Sodoma y Gomorra
El barrio de Salburua amenaza con convertirse en Sodoma y Gomorra. La posible apertura de un negocio de intercambio de parejas ha alterado el ramalazo puritano de más de 1.200 personas que a través de Change.org han expresado su tajante negativa a que semejante antro ensucie las inmaculadas miradas de los más pequeños. Porque, según quienes han fomentado esta iniciativa, ése es el problema: el local se abrirá frente a un parque infantil y ejercerá su actividad a plena luz del día, con lo que los niños pueden llegar a ser testigos de actos súper impuros.
Vitoria me enternece cuando, como toda ciudad pequeña, se escandaliza ante la llegada de algo nuevo. Es nuestro gen pueblerino (dicho con todo el cariño) el que se eriza ante lo desconocido e intenta protegernos. Me vienen a la memoria la planta de recogida neumática de Coronación (menudo pitote se armó y hoy ni siquiera nos damos cuenta de que está ahí), la mezquita de Zaramaga (polémica alimentada además por nuestro actual y querido alcalde) o aquel albergue de jóvenes problemáticos que alguien intentó abrir en Lakua. Y cuando el asunto del que se trata, además, viene adobado de cierta componente sexual del tipo que sea, ese gen pueblerino se convierte además en beato inquisidor.
Los locales destinados al intercambio de parejas existen en muchas otras ciudades como Madrid o Barcelona y otras más parecidas a Vitoria por tamaño como Logroño y Valladolid, no se vayan ustedes a pensar que por ser la localidad más pequeña sus habitantes carecen de imaginación. Desde el desconocimiento y hasta donde parece, suponen una alternativa a quien quiere darle otro aire a su relación y distan bastante de ser prostíbulos ni lugares donde la gente se arranca la ropa en la puerta a plena luz del día para dar rienda suelta a sus más bajas pasiones. Más bien, procuran ser espacios discretos a donde el y la que lo desee acudan libremente a materializar sus fantasías lejos de las miradas del vecindario, habitualmente cotilla. El local de futura apertura detalla en su web sus servicios y su decálogo de comportamiento pero el que se cumpla o no dependerá de sus clientes. Y de su gestor, claro está. Si es una persona seria que cumple un objetivo lúdico, seguro que no habrá ningún problema. Si es un impresentable o la cosa se le va de las manos, obviamente los habrá y será necesario solucionarlos.
También entiendo a los padres que se preocupen por lo que vean sus hijos. Sin embargo, a veces creo que los niños son la excusa perfecta que nos sirve de parapeto para ocultar los motivos verdaderos, esto es, que no te apetece que algo así se abra al lado de tu portal por lo que sea, razones variopintas: me parece una inmoralidad que la gente se intercambie la pareja; estoy seguro de que va a haber más de una pelea porque a más de uno/a no le va a gustar que su pareja se vaya con otro/a; no me apetece tener despedidas de soltero/a al lado de la puerta de mi casa (no sé qué tiene que ver el intercambio de parejas con ello, pero se me ocurre que puede existir ese temor)… Amén de las dudas del tipo ¿cómo será la puerta de entrada? ¿Tendrá un falo luminoso como reclamo? ¿Será obvio que ahí dentro se hace lo que se hace? ¿Qué le contesto a mi hijo si algún día me pregunta qué es eso del intercambio de parejas? O, permítanme la broma, ¿qué me diría mi pareja si, ya que lo tenemos al lado de casa, se lo propongo un día? Porque en realidad quizá lo que suceda sea que no tenemos ni idea de cómo funciona el negocio (ni tenemos interés en saberlo) y directamente lo relacionamos con un puticlub. Aun así, los firmantes aseguran que ellos no juzgan lo que se haga dentro. Faltaría más. Simplemente piden al Ayuntamiento que prohíba la apertura del local, así, directamente.
De momento, los promotores de la idea también han iniciado su recogida de firmas para lo contrario, esto es, poder ejercer la actividad. Un local que nos escandaliza en una ciudad en la que, por ejemplo, paseamos con nuestros hijos en fiestas y vemos borrachos meando en la calle o echando la pota en el peor de los casos. Que nos perturba en una sociedad donde los niños, habitual y desgraciadamente, ven demasiadas cosas que no deberían para su edad. Nunca olvidaré la escena de la que fui testigo un domingo de verano en un restaurante. Un niño que no tendría más de diez años jugaba con su amigo a un videojuego en el que descuartizaban con un abanico de herramientas a cual más horrenda a una persona atada de pies y manos. Los padres charlaban amigablemente mientras tomaban café, satisfechos de que los pequeños estuvieran entretenidos. Seguramente tengamos que preocuparnos para con nuestros hijos de otras cosas mucho más importantes que de un local de intercambio de parejas que igual abre en nuestro barrio dormitorio. Mirando el lado positivo, bueno saber que hay tanta unión para recoger firmas; estaría bien que existiera también para otros asuntos.
El barrio de Salburua amenaza con convertirse en Sodoma y Gomorra. La posible apertura de un negocio de intercambio de parejas ha alterado el ramalazo puritano de más de 1.200 personas que a través de Change.org han expresado su tajante negativa a que semejante antro ensucie las inmaculadas miradas de los más pequeños. Porque, según quienes han fomentado esta iniciativa, ése es el problema: el local se abrirá frente a un parque infantil y ejercerá su actividad a plena luz del día, con lo que los niños pueden llegar a ser testigos de actos súper impuros.
Vitoria me enternece cuando, como toda ciudad pequeña, se escandaliza ante la llegada de algo nuevo. Es nuestro gen pueblerino (dicho con todo el cariño) el que se eriza ante lo desconocido e intenta protegernos. Me vienen a la memoria la planta de recogida neumática de Coronación (menudo pitote se armó y hoy ni siquiera nos damos cuenta de que está ahí), la mezquita de Zaramaga (polémica alimentada además por nuestro actual y querido alcalde) o aquel albergue de jóvenes problemáticos que alguien intentó abrir en Lakua. Y cuando el asunto del que se trata, además, viene adobado de cierta componente sexual del tipo que sea, ese gen pueblerino se convierte además en beato inquisidor.