(Bilbao, 1959). Ha sido guionista de radionovelas de humor, cómic (El Víbora, Cimoc...) y numerosas series de televisión (Farmacia de guardia, Turno de oficio...). Ha publicado los libros de relatos, novelas históricas juveniles. Su novela Voracidad fue Premio Euskadi de Literatura 2007. Ha sido traducido al francés, alemán, italiano, ruso, búlgaro, noruego y euskera. Es columnista de opinión en el diario El Correo y otros periódicos de Vocento. Dirige el festival La Risa de Bilbao, Semana Internacional de Literatura y Artes con Humor.
Por qué bala de plata
Para ilustrar mi colaboración en este diario digital âal que le deseo tan larga y placentera vida como la de Hugh Hefnerâ me han diseñado ese bonito friso ‘western in blue’ con un ‘cowboy’ solitario que cabalga con parsimonia hacia el crepúsculo, o el amanecer âla botella de ‘bourbon’ medio llena, mejorâ, entre grandes cactus y una de las monumentales mesas de las películas de John Ford al fondo. Como cinéfilo de fuste que soy amo el ‘western’ y su estética, así que me complace la imagen. Aunque el único personaje ficticio del Oeste que recuerdo que usaba balas de plata era el hortera Llanero Solitario, un ‘ranger’ de Texas, o sea, un facha, que vestía un comprometido y ceñidito atuendo azul cielo que, unido a su sombrerazo blanco y a la ambigua relación con su amigo Toro, fornido piel roja, le hubiera supuesto un lugar de honor en el coro gay Village People. El Llanero ‘kitsch’ usaba balas de plata porque eran más ligeras que las de plomo y por tanto más rápidas. Así procuraré que sean estas columnas con humor, a veces negro y siempre ácido, rápidas y ligeras.
Bala de plata es también como suele llamarse al rey, perdón, presidente de la república de los cócteles, el ‘dry martini’. Brillante y frío como una bala de plata y seco como una buena blasfemia. El ‘dry martini’, revuelto con paciencia y mimo en vaso mezclador, nada de agitado en coctelera, James Bond no tenía ni puta idea. Y muy seco, con escasísimo vermut blanco Noilly Prat; Churchill decía que bastaba con que un rayo de sol atravesara la botella de vermut e incidiera en la copa cónica llena de ginebra inglesa. Bala de plata entonces como símbolo y metáfora de lo culto, internacional y cosmopolita, alejado de la densa sombra de la boina y el autismo intelectual.
Y bala de plata, en fin, porque es la única munición capaz de tumbar, de neutralizar a un hombre lobo. Balas de plata formadas por palabras que procuraré certeras contra tanto licántropo de voracidad insaciable y ningún escrúpulo que nos muerde los zancajos y no se molesta ni en disimular bajo la impostación de la piel de cordero. Y balas de plata contra hienas carroñeras, raposas roba gallinas, ratas, buitres, cuervos repartidores de hostias y oscurantismo, sapos sectarios, cucarachas a las que el perdón no convertirá en flores, babosas, ácaros del polvo, bacterias de la putrefacción y parásitos en general. Contra todos estos últimos bastaría con el plomo escrito convencional, pero soy rumboso y manirroto. Que corra la plata.
Para ilustrar mi colaboración en este diario digital âal que le deseo tan larga y placentera vida como la de Hugh Hefnerâ me han diseñado ese bonito friso ‘western in blue’ con un ‘cowboy’ solitario que cabalga con parsimonia hacia el crepúsculo, o el amanecer âla botella de ‘bourbon’ medio llena, mejorâ, entre grandes cactus y una de las monumentales mesas de las películas de John Ford al fondo. Como cinéfilo de fuste que soy amo el ‘western’ y su estética, así que me complace la imagen. Aunque el único personaje ficticio del Oeste que recuerdo que usaba balas de plata era el hortera Llanero Solitario, un ‘ranger’ de Texas, o sea, un facha, que vestía un comprometido y ceñidito atuendo azul cielo que, unido a su sombrerazo blanco y a la ambigua relación con su amigo Toro, fornido piel roja, le hubiera supuesto un lugar de honor en el coro gay Village People. El Llanero ‘kitsch’ usaba balas de plata porque eran más ligeras que las de plomo y por tanto más rápidas. Así procuraré que sean estas columnas con humor, a veces negro y siempre ácido, rápidas y ligeras.
Bala de plata es también como suele llamarse al rey, perdón, presidente de la república de los cócteles, el ‘dry martini’. Brillante y frío como una bala de plata y seco como una buena blasfemia. El ‘dry martini’, revuelto con paciencia y mimo en vaso mezclador, nada de agitado en coctelera, James Bond no tenía ni puta idea. Y muy seco, con escasísimo vermut blanco Noilly Prat; Churchill decía que bastaba con que un rayo de sol atravesara la botella de vermut e incidiera en la copa cónica llena de ginebra inglesa. Bala de plata entonces como símbolo y metáfora de lo culto, internacional y cosmopolita, alejado de la densa sombra de la boina y el autismo intelectual.