(Bilbao, 1959). Ha sido guionista de radionovelas de humor, cómic (El Víbora, Cimoc...) y numerosas series de televisión (Farmacia de guardia, Turno de oficio...). Ha publicado los libros de relatos, novelas históricas juveniles. Su novela Voracidad fue Premio Euskadi de Literatura 2007. Ha sido traducido al francés, alemán, italiano, ruso, búlgaro, noruego y euskera. Es columnista de opinión en el diario El Correo y otros periódicos de Vocento. Dirige el festival La Risa de Bilbao, Semana Internacional de Literatura y Artes con Humor.
Fornicadora
Como es sabido, el sentido del gusto se complementa con el del olfato para percibir los sabores de todo lo que nos metemos a la boca, el gusto para paladearlos. Mi abuela Mari carecía totalmente de olfato, no era capaz de oler ni amoniaco con lejía y todo le sabía igual. Decía que le sacaba parecido gusto a un chusco de pan de la víspera que a su yantar favorito, las abominables cabezas de cordero que rustía en el horno; una de las imágenes traumáticas de mi infancia; partidas en dos, con los sesitos demediados, un ojo abúlico en cada mitad y una risa siniestra y simétrica como de calavera calcinada en el desierto. Quién sabe si en ese rasado de sabores a mi abuela todo le sabía a pan duro o a cabeza de cordero. O quizá a un tercer alimento, tal vez noble, pato a la naranja o caviar, que nunca probó ni supo que existía. Intuyo muy de lejos que en esto del gusto insípido o surrealista de mi abuela hay una metáfora de calado filosófico.
Pero aun contando con el discernidor olfato para percibir los sabores, según los puristas desde que se inventó el cultivo en invernadero y el bidé ya nada sabe como antes. Aunque los ‘bon vivant’ franceses intentaron compensarlo con un conjuro cosmopolita. Aseguran que cuando mejor sabe una dama es después de beber dos copas de Dom Pérignon y caminar cien metros por los Campos Elíseos calzada con zapatos de tacón de aguja. Mas parece ser que hay que tener cuidado con lo de besar los distintos labios femeninos con fruición y tañer campanillas en trémolo, pues te puedes pillar un cáncer de lengua peor que si fumaras en pipa. Ahí está Michael Douglas, reputado pilonero, para corroborarlo.
Sabores, olores y gustos venéreos, todo un subjetivo submundo. En mi mili, en las oficinas de reclutamiento de Barcelona, los dos mejores entretenimientos de mi conmilitón, el turolense Corsino, eran espiar a Satirón, el lavandero, un pequeño gaditano lujurioso como un mono a quien le gustaba meneársela en el apestoso cuarto de las sábanas sucias, y comerse los pelos del coño que le mandaba su novia por carta. Esto último requiere una explicación. A Corsino, que era uno de los albañiles del acuartelamiento, le parecía chic escribir a su novia a máquina y me pedía que lo hiciera yo, más o menos al dictado âme dejaba añadir de mi cosecha algún pinito poético romántico que dejaba la misiva niquelada y a Corsino entusiasmadoâ. De este modo me enteré de que le decía que ya se había cosido los galones de cabo primero, era soldado más raso que la llanada alavesa, y de lo de las peticiones de pelitos del pubis, que le daba vergüenza revelar, aunque yo le aseguraba que en mi labor de mecanógrafo era como un confesor obligado por el secreto. Así, la novia le enviaba en cada sobre un surtido de pendejos negros y rizados que ponían a Corsino más caliente que el mosquetón de Daniel Boone. Los olisqueaba y me decía que le olían a tomillo, a jara y a no sé qué más, los besaba y terminaba por engullirlos en pleno paroxismo, muy ciego de canutos. Con lo cual siempre tenía que pedir nueva remesa. Me enseñó una foto de la novia. Era tendente al hirsutismo, con una sola ceja, unida en el entrecejo, que recordaba a la gaviota del PP. No parecía correr el riesgo de quedarse pelona por mucho que le metiera tijera al monte de Venus o felpudo para consolar a su amado.
Y es que los olores o perfumes naturales o cosméticos son muy sugerentes y comprometidos; embriagadores e hipnóticos. Según ha dicho un melillense islamista que lanza arengas incendiarias, las mujeres musulmanas que se ponen perfume son fornicadoras. Está claro que lo de pasarse en Ramadán todo el día sin comer nada y sin beber ni agua no es bueno para el discurrir de la mente. Sin saberlo, el puritano ha dado con una campaña publicitaria osada que podría calar. Fornicadora, el perfume de la mujer fatal segura de sí misma.
Y si se suma Fornicadora al Dom Pérignon y el paseíto con zapatos de tacón de aguja por los Campos Elíseos, gran celebración oral.
Como es sabido, el sentido del gusto se complementa con el del olfato para percibir los sabores de todo lo que nos metemos a la boca, el gusto para paladearlos. Mi abuela Mari carecía totalmente de olfato, no era capaz de oler ni amoniaco con lejía y todo le sabía igual. Decía que le sacaba parecido gusto a un chusco de pan de la víspera que a su yantar favorito, las abominables cabezas de cordero que rustía en el horno; una de las imágenes traumáticas de mi infancia; partidas en dos, con los sesitos demediados, un ojo abúlico en cada mitad y una risa siniestra y simétrica como de calavera calcinada en el desierto. Quién sabe si en ese rasado de sabores a mi abuela todo le sabía a pan duro o a cabeza de cordero. O quizá a un tercer alimento, tal vez noble, pato a la naranja o caviar, que nunca probó ni supo que existía. Intuyo muy de lejos que en esto del gusto insípido o surrealista de mi abuela hay una metáfora de calado filosófico.
Pero aun contando con el discernidor olfato para percibir los sabores, según los puristas desde que se inventó el cultivo en invernadero y el bidé ya nada sabe como antes. Aunque los ‘bon vivant’ franceses intentaron compensarlo con un conjuro cosmopolita. Aseguran que cuando mejor sabe una dama es después de beber dos copas de Dom Pérignon y caminar cien metros por los Campos Elíseos calzada con zapatos de tacón de aguja. Mas parece ser que hay que tener cuidado con lo de besar los distintos labios femeninos con fruición y tañer campanillas en trémolo, pues te puedes pillar un cáncer de lengua peor que si fumaras en pipa. Ahí está Michael Douglas, reputado pilonero, para corroborarlo.