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Las tres apariciones marianas del capitán Carranza y el mito del euskera en la batalla de Guadalcanal

La publicación del trabajo sobre el mito del uso del euskera en la batalla de Guadalcanal en las páginas de la Revista Saibigain en 2017 (“El enigma del mito y la historia. Basque code talkers en la Segunda Guerra Mundial. La OSS y el Servicio Vasco de Información. La Organización Airedale”) por parte de dos de los autores de este blog, Pedro J. Oiarzabal y Guillermo Tabernilla, a pesar de haber tenido en su momento bastante revuelo mediático, parece haber pasado de soslayo por la historiografía vasca. Como si no hubiese existido o, lo que es peor aún, porque no la deja en buen lugar, nadie se atreviese a sondear por las cuestiones más polémicas de una colaboración con “el amigo americano” en un largo periodo que fue mucho más allá de la Segunda Guerra Mundial (SGM). Nosotros podemos entender perfectamente que haya quien se encuentre cómodo en su zona de confort dejándose mecer por cuestiones de este tipo (al fin y al cabo, para eso están los mitos), pero más preocupante es que alguien pueda pensar como Jesucristo en el huerto de los olivos: “Señor, aparta de mi este cáliz”.

Este ejemplo, por su naturaleza religiosa, nos viene muy bien como punto de arranque de una vida ficticia, la del capitán Ernesto o Frank Carranza, que está rodeada de cierta mistificación a tenor de lo poco que sabemos de él: una suerte de misterio en el que hay creer como auto de fe. Al fin y al cabo, esto entronca con algunas afirmaciones que hemos oído, más cercanas a la posverdad que a la propia historiografía (y mucho menos académica), que parecen insistir en convencernos de lo contrario de lo que parece, como si lo que todos ven blanco fuese en realidad negro. Veamos pues que sabemos de este personaje y porque su vida, o más bien sus apariciones (tres para ser más exactos), coinciden con períodos relevantes de la historia contemporánea vasca.

De este modo, también pondremos en evidencia el choque entre una analogía religiosa teatralizada (o casi, de ahí lo de “apariciones marianas”, en una especie de obra en tres actos) y la ciencia empírica, basada en la metodología científica con la que pretendimos hace ahora dos años deconstruir el mito, demostrando la no existencia real de este personaje y el porqué de la razón de ser de un hombre llamado Carranza. Otra cosa es que fuese una suerte de alias o identidad creada por la inteligencia vasca y su oficina de propaganda, cuestión que dejamos al criterio del lector porque de momento no podemos aportar más.

Recordemos que Ernesto o Frank Carranza, de origen vasco—mexicano, era el supuesto artífice y jefe de los Basque code talkers, o marines estadounidenses de origen vasco formados en transmisiones al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, todos ellos con dominio del idioma vasco, procedentes de Idaho, Montana, Nevada y Oregón. Este conocimiento del euskera era fundamental, ya que el relato se basaba en que las fuerzas armadas norteamericanas hicieron uso de esta lengua de modo codificado con el objetivo de transmitir ordenes claves y confundir a los radioescuchas japoneses en fecha tan temprana como la batalla de Guadalcanal, que dio comienzo el 7 de agosto de 1942, cuando apenas hacía 8 meses que los Estados Unidos (EEUU) habían entrado en la Segunda Guerra Mundial. Eso es, en síntesis, lo que cuenta este mito de carácter épico y/o identitario. A pesar de que ninguno de los protagonistas del mismo (Nemesio Aguirre, Fernández Bacaicoa y Juanana) ha podido ser identificado hasta la fecha entre ninguna de las familias de la comunidad vasco—navarra en los EEUU y que sabemos que el Cuerpo de Marines necesitó mucho tiempo para formar a los primeros radioperadores procedentes de las poblaciones nativas norteamericanas (además de otras pruebas de su no existencia que han sido tratadas por los autores del citado trabajo), muchos han sido los historiadores y periodistas que lo han dado por bueno; el último de ellos, en 2018, fue Manuel Villatoro en las páginas del ABC. De hecho, se trataba de una noticia que surgía con cierta periodicidad en la prensa cual serpiente de verano. Pero hoy no hablaremos de esto, que requeriría un análisis aparte, sino de las apariciones de Carranza en virtud de la fecha en que fueron publicadas en los medios de comunicación, es decir, de las fuentes reales del mito. Esa es la verdadera diferencia con respecto al artículo que publicamos en 2017. Apenas una cuestión de orden para hablar de lo mismo, sí, pero con la perspectiva que nos dan los más de dos años que ya han pasado desde la publicación del trabajo sobre los Basque code talkers.

La primera aparición mediática del capitán Carranza fue en 1952 en Euzko Deya (boletín oficial mensual del Gobierno Vasco, edición de México D.F.), a través de un artículo de un desconocido (sin duda un pseudónimo) Ramón de Arrieta que llevaba por título 'En Euzkera dio la orden del desembarco de Guadalcanal' y automáticamente se hizo eco del mismo la Revista General de Marina, publicación militar franquista que repetía, casi idénticas, estructuras gramaticales y semánticas. Una maniobra de contrapropaganda de la inteligencia del régimen que no hubiera tenido más relevancia si no hubiese sido por todos aquellos que la han ido repitiendo desde entonces hasta convertirla en una especie de mantra. Ambos textos se limitaban a dar por bueno un relato del que el propio Carranza era la única prueba, añadiendo que este había pasado recientemente por San Sebastián de camino a Wiesbaden para ponerse al mando del Décimo Regimiento de Transmisiones de las fuerzas de ocupación americanas en Alemania.

Para la revista franquista, como no podía ser menos y a modo de contra—narrativa, la hazaña del vasco—mexicano se reinterpretaba en el contexto de los éxitos navales del imperio español. Obviamente, cada cual iba a lo suyo, pero ¿qué sucedía en 1952? La Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), la agencia que crease “Wild” Bill Donovan durante la Segunda Guerra Mundial, ya hacía años que había desaparecido, dando paso a una nueva realidad en inteligencia que se llamaba CIA. Ello había supuesto un tránsito de agentes veteranos de la OSS y de su sucesora la SSU (Strategic Services Unit) hacia el nuevo escenario de la Guerra Fría, en el que los EEUU veían a España como aliado estratégico del bloque occidental. Para entonces, ya hacía tiempo que el Gobierno en el exilio del Lehendakari José Antonio Aguirre había reestructurado el Servicio Vasco de Inteligencia y Propaganda (SVI), bajo los auspicios de la OSS, en una nueva organización secreta, denominada “Organización Airedale” por sus amigos americanos.

Aguirre, como leal aliado de la inteligencia norteamericana desde al menos 1942, es obvio que no veía con buenos ojos esta realidad, que significaba de facto apuntalar al régimen dictatorial del General Francisco Franco en un contexto internacional. De hecho, en el período de un año (septiembre de 1953) se firmarían los pactos de Madrid, a través de los cuales los norteamericanos instalarían cuatro bases militares en España. Ese es el contexto de la aparición del capitán Carranza. ¿Fue el rescate de esta figura una llamada velada de atención del Gobierno Vasco a la inteligencia norteamericana, reafirmando su compromiso con la causa aliada y sus objetivos anticomunistas? La traición estaba servida. La segunda aparición mediática de Carranza (o la tercera, según se mire), que no era tal pues se trataba de una reacción a las anteriores, vino de la mano de un artículo de Juan de Hernani (José Rodríguez Ramos) en el Diario Vasco de San Sebastián, que en su número del 26 de diciembre de 1952 se hacía eco del supuesto paso del vasco—mexicano por la ciudad. Era lo lógico, después de aludir tanto a la Bella Easo, pero no se aportaba ninguna pista de lo que hizo allí, con quien habló o que compañías frecuentó. Las vidas de los agentes de inteligencia siempre se nos muestran opacas e impenetrables, y si son ficticios mucho más.

Pero dilucidar a Carranza no piensen que es cuestión fácil, pues sorprendentemente se hizo carne en el testimonio de Maritxu Anatol (1), en lo que constituye su tercera y última aparición mediática, aunque lo hizo con muchísimo retardo, nada menos que 27 años después. Fue el 25 de abril de 1979 a través de un artículo publicado en el periódico Deia por Vicente Escudero que llevaba por título '110 vascos y 90 andaluces conquistaron Guadalcanal en 1942'. El periodista, con el que los autores intentaron contactar si ningún éxito, juntaba ambas historias, la de Guadalcanal y el testimonio de Anatol, quien refería haber visto a Carranza en la frontera al mando de 50 soldados norteamericanos hispano hablantes en un momento no precisado entre 1944 y 1945 izando las banderas de Francia y los EEUU. No tenemos motivos para dudar del testimonio ocular de Anatol, que situamos en el marco de la Universidad Americana de Biarritz, un centro que pretendía dar salida a los soldados norteamericanos veteranos de la SGM en su nuevo tránsito hacia la vida civil de posguerra. ¿Qué hacía el héroe de Guadalcanal en territorio vasco, en la frontera franco—española? ¿Fue un agente encubierto de la OSS? ¿Colaboró con el SVI? De repente, como en “El hombre que mató a Liberty Valance” (John Ford, 1962), la leyenda se convirtió en relato histórico. Era la evidencia material de la participación de los Basque code talkers en Guadalcanal.

La oportunidad de retomar el personaje en el diario del Partido Nacionalista Vasco Deia, en 1979, cuando los vascos estaban a punto de recuperar el estatuto de autonomía perdido en la guerra de 1936, rodeaba al personaje de cierto halo de teatralidad, como si se pretendiese escenificar el final de una época marcada por la derrota, el exilio y la larga noche del franquismo. Pero esta tercera y última aparición del personaje tenía todos los ingredientes para confirmarnos en esta idea, ya que también nos informaba Escudero de la muerte de Carranza, sin esquela ni tumba en que llorarle (a pesar de que las buscamos denodadamente), pero por todo lo alto, pues lo hizo trágicamente atropellado por un automóvil en la 5ª Avenida de Nueva York, que acogió (en el número 630) tanto las oficinas de la OSS como las de la delegación del Gobierno Vasco (en el número 30).

Es como si su cita con el destino estuviese ya programada en una suerte de macabro videoblog virtual donde el personaje vuelve a la vida para fallecer de nuevo a través de un artículo que redundaba en el mito de Guadalcanal, cuya orden se dio en euskera, sin que, desgraciadamente, el periodista aportase ninguna prueba para corroborar tales afirmaciones. Más de lo mismo, sí, pero con la diferencia de que este era el final del último acto. Ya no habría más Carranzas. Se bajaba el telón de la historia con muchos de los protagonistas aún vivos y se hacía de un modo visual y notorio en la prensa controlada por el nacionalismo vasco. ¿Esto puso el fin definitivo a las relaciones entre la CIA y el Gobierno Vasco?

Hace tiempo que colocamos una “X” con cinta adhesiva en la ventana de nuestra oficina, a la espera de que un “Garganta Profunda” desvele las incógnitas que encierran las tres apariciones de Carranza y su significado político en la historia de las relaciones internacionales del Gobierno Vasco en el exilio. Tenemos derecho a saber la verdad. Nosotros le seguimos buscando, aunque sabemos que esa búsqueda es del todo infructuosa, porque creemos que esa historia es importante para construir el relato que va desde 1945 hasta 1979, si bien corresponderá a otros llegar más lejos. No lo van a tener nada fácil.

(1) Maritxu Anatol Arístegui nació en Irun en 1909 y trabajaba en la agencia de aduanas de su familia, que tras el estallido de la Guerra Civil se instaló en Hendaia, pues tenían doble nacionalidad. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para la Red Cometé, que ayudaba a pasar a España a aviadores aliados y a judíos. Fue detenida por los nazis en 1943 y liberada al final de la SGM, regresando a Hendaia, donde dirigió su propia agencia de aduanas.regresando a Hendaia, donde dirigió su propia agencia de aduanas.

La publicación del trabajo sobre el mito del uso del euskera en la batalla de Guadalcanal en las páginas de la Revista Saibigain en 2017 (“El enigma del mito y la historia. Basque code talkers en la Segunda Guerra Mundial. La OSS y el Servicio Vasco de Información. La Organización Airedale”) por parte de dos de los autores de este blog, Pedro J. Oiarzabal y Guillermo Tabernilla, a pesar de haber tenido en su momento bastante revuelo mediático, parece haber pasado de soslayo por la historiografía vasca. Como si no hubiese existido o, lo que es peor aún, porque no la deja en buen lugar, nadie se atreviese a sondear por las cuestiones más polémicas de una colaboración con “el amigo americano” en un largo periodo que fue mucho más allá de la Segunda Guerra Mundial (SGM). Nosotros podemos entender perfectamente que haya quien se encuentre cómodo en su zona de confort dejándose mecer por cuestiones de este tipo (al fin y al cabo, para eso están los mitos), pero más preocupante es que alguien pueda pensar como Jesucristo en el huerto de los olivos: “Señor, aparta de mi este cáliz”.

Este ejemplo, por su naturaleza religiosa, nos viene muy bien como punto de arranque de una vida ficticia, la del capitán Ernesto o Frank Carranza, que está rodeada de cierta mistificación a tenor de lo poco que sabemos de él: una suerte de misterio en el que hay creer como auto de fe. Al fin y al cabo, esto entronca con algunas afirmaciones que hemos oído, más cercanas a la posverdad que a la propia historiografía (y mucho menos académica), que parecen insistir en convencernos de lo contrario de lo que parece, como si lo que todos ven blanco fuese en realidad negro. Veamos pues que sabemos de este personaje y porque su vida, o más bien sus apariciones (tres para ser más exactos), coinciden con períodos relevantes de la historia contemporánea vasca.