Este blog pretende ser la primera ventana a la publicación de los futuros periodistas que ahora se están formando en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la UPV/EHU. Son las historias que los propios estudiantes de periodismo proponen a nuestros lectores.
Roller derby: feminismo y sororidad a golpes y sobre patines
En el comedor del Restaurante El Ciervo, en el Casco Viejo de Bilbao, resuenan las risas de las chicas que, senadas frente a sus platos de espaguetis a la boloñesa, conmemoran aquel partido en el que Machakaflakas les enseñó a volar. Rozarla, a ella, una de las jugadoras más conocidas del panorama nacional, acarreaba salirse de la pista en aquel encuentro en Valencia en el que, por cierto, perdieron. Para esta tarde, presagian el mismo final: “Nos meterán una paliza que fliparemos”, se ríen. Ellas, Insubmises, llegan desde Cataluña para enfrentarse a las bilbaínas Botxokillers en un partido de roller derby, un deporte revolucionario gestionado por mujeres que resurgió en Texas bajo dos pilares: la autogestión y el empoderamiento de la mujer. La base para lograrlo: patines, golpes y sororidad.
El roller derby logra compatibilizar estos tres elementos. La sororidad se practica entre las jugadoras de cada equipo y entre equipos mediante la integración y el trabajo colectivo. “Tenemos que apoyarnos para poder funcionar”, explica 'Kroket', que no concibe una caña sin su croqueta. Pero la cosa cambia en el campo, donde asumen que, como en la vida, recibirán golpes. Van a caer. Y va a tocar levantarse. El trofeo se lo llevan siempre tatuado en la piel: rasguños y moratones.
Insubmises, el equipo que come espaguetis en el restaurante bilbaíno, nació hace cinco años cuando, dos amigas de Reus (Tarragona), aburridas del gimnasio, se debatían entre dos opciones: vóley o roller derby. 'Exterminio', la partidaria del vóley, explica por qué se decantaron por la segunda: “Como la Nuri es más cansina que yo pues decidimos su idea”. Juntaron a un grupo de amigas con un rasgo común: ninguna sabía patinar. La plaza de una rotonda de Reus testimonió aquellos inicios en los que a duras penas se sostenían sobre los patines. “Allí comenzamos a entrenar, en la pista de básquet, mientras los adolescentes comían pipas mirándonos”, cuenta 'Exterminio', mientras recuerda cómo se las arreglaban para seguir adelante. Comenzaron por contactar con chicas que habían jugado al hockey. “Tenían mucho dominio del patín y podían enseñarnos”. Más tarde, Caperu, una roller-jugadora veterana del equipo de Barcelona, se comprometió desinteresadamente a acercarse a Reus para entrenarlas una vez por semana. “Aquí fue cuando aprendimos de verdad. Nos enseñó el juego y la estructura”, rememora. Una muestra de que “la sororidad se practica tanto dentro del equipo como entre equipos”, como apunta 'Helter Skelter'.
En sus esfuerzos por encontrar un espacio en el que entrenar en condiciones un club les ofreció una pista. A cambio: comprar el equipo. “Les dimos las gracias y les dijimos que seguiríamos a nuestro rollo en nuestra rotonda”, evoca Exterminio, que subraya la idea de ir por libre y no seguir las órdenes de un director en un deporte marcado por la horizontalidad: “Es una muestra de que el equipo se conforma como asambleario y autogestionado desde el principio. Queríamos hacerlo todo entre nosotras, aunque fuera más complicado”. Para complicados, aquellos comienzos en los que el alcalde de un pueblo les cedió la pista del patio de un colegio. El calentamiento: pasar la escoba para quitar las pequeñas piedras que escupen los suelos de cemento. Mientras tanto, se levantaban polideportivos ligeros en Reus. Una vez acabados, el Ayuntamiento hizo un llamamiento para su uso y subvención el año pasado. Año que coincidió con el “boom” del feminismo y los deportes femeninos. Y allí estaban ellas, primer equipo de roller de la provincia de Tarragona y tercero de Cataluña. “Se frotaban las manos con nosotras pensando en toda la publicidad que harían”, cuenta Exterminio. Publicidad o no, tras cinco años, gozan, al fin, de una pista en condiciones.
El bautizo
'Exterminio' es su nombre de guerra, su nombre derby. Todas pasan por un proceso bautismo para hacerse con el suyo. 'Dos', joven homosexual que colabora como árbitro, hace su propia lectura: “Te hace sentir parte de una comunidad y a su vez tiene que ver con romper las costuras del sistema. Es una vivencia de las personas trans que, en su mayoría, tienen que ponerse uno nuevo. ¿Por qué no lo hacemos todes?”. Para otras es su alter ego, su “yo” en la pista. En este ritual, la futura apodada cuenta su historia y convive con el equipo que, tras unos días, pone una o varias propuestas sobre la mesa. Para la joven que hoy come nerviosa los espaguetis -es su primer partido- una anécdota precedió su insignia. Se encerró en el baño de su casa para calcar la rutina matutina de su padre. Cogió su cuchilla y afeitó su imberbe cara. Su piel: la de una niña de tan solo cinco años. Para colmo se quedó encerrada. Sus padres tuvieron que echar la puerta abajo para descubrir el sonriente y ensangrentado rostro de su hija. Acabó en el hospital. Esta historia de hace 21 años determinó su apodo: 'Kutxilla'.
No hay que remontarse dos décadas atrás para labrar los inicios de este deporte en España, al que, en 2010, dieron vida unas tinerfeñas. Aunque en 2015 nacieron equipos mixtos y masculinos, sigue siendo mayormente femenino. “Es el roller derby, no el roller derby femenino”, deja claro 'Polvorilla'. Dos no jugaría en la liga masculina: “Yo no quiero tocarme con los señores si no es en mi cama”, se ríe. Se lo planteará el día que los hombres se hayan “deconstruido un poco”, aunque, para ello, dice, habrá que esperar. Victu, que no falta a ningún partido, ha sido jugador de fútbol. “Es un deporte muy noble”, comenta, sobre el roller. Una nobleza que observa difícil entre hombres: “Con los chicos costaría porque se calientan y van a los árbitros que si me quejo aquí, que si me quejo allá…”.
Tras la comida, las integrantes de Insubmises se aglutinan en la entrada del Pabellón de Zorroza. Tienen su propio grupo de 'supporters', Reducte Insubmís, que espera a que el semáforo cambie de color para cruzar el paso de cebra que les separa del Bar Arsenio, donde harán la previa, colmando las mesillas redondas de la terraza de vasos de cerveza y licor de hierbas. Las chicas cruzan la puerta del pabellón y siguen las flechas de los DIN A4 pegados a las paredes con un escrito: ‘Roller Derby’. 'Kamikaze' las para a mitad de camino: “Los vestuarios están hacia allí, tomad las llaves”. Es fácil localizarlo. Su escudo, pegado con celo, las recibe en la puerta. Al entrar se disponen, a lo largo de las banquetas de madera, un pin y una pegatina del equipo local en el sitio que corresponde a cada jugadora, debajo de cada colgador. Les han dejado, también, una cesta con plátanos, galletas y otros deleites; además de una nota de bienvenida en catalán. No es anecdótico que los equipos locales reciban con mimo a las visitantes. Una 'rollercostumbre' más. Las primeras en llegar se cambian y se preparan para el calentamiento previo al partido.
Colaboración voluntaria
Los que se preparan también son los árbitros -algunos llegados desde Barcelona- que, en círculos, conversan en el pabellón que alberga la pista de Hockey. Se requiere de una previa y minuciosa labor de coordinación de entre los once o hasta quince que se precisan en cada partido. Entre ellos, hay hombres. Su trabajo, voluntario. No cobran. Es más, se costean el viaje. Para uno de ellos, 'Dos', contribuir en el roller derby es militancia: “Aquí los hombres tenemos que asumir la función que en la sociedad hacen ellas: la de sustento. Somos indispensables y hacemos el trabajo invisible para que esto funcione”.
El objetivo es cuidar al resto, como cuando te tienes que sacar el carnet de coche para conducir. Es importante para que ni caigan ni hagan caer
En el mismo pabellón, donde terminan las escaleras que conducen a la grada, unos labios ríen bajo unas gafas de pasta. “Me llaman 'el Judío' porque soy el que cobra”. Es Manu, colocado frente a la mesa sobre la que yace un improvisado puesto de ropa que una 'freshie' del equipo bilbaíno ha preparado con mimo, separando las camisetas con símbolos del equipo por tallas y colores. En la misma mesa, Insubmises ha montado también el suyo. Las chicas se presentan. “Es que a mí me encantan las plantas”, carcajea 'Ortiga'. Son 'freshies', palabra derivada del inglés 'fresh meat' -carne fresca- y con la que se identifica a las jugadoras en proceso de ingresar en el equipo. Deben entrenar por lo menos tres meses antes de enfrentarse a la prueba práctica y teórica que les permitirá jugar los partidos. Hay un motivo, explica Victu: “El objetivo es cuidar al resto, como cuando te tienes que sacar el carnet de coche para conducir”. “Es importante para que ni caigan ni hagan caer”, remarca. No obstante, la palabra 'freshie' está en vías de extinción. La sustituirá 'rookies', novata en inglés. “Ahora hay mucho vegano y este nombre no gusta”, dice Victu. 'Kroket', por su parte, cree que “es machista, es hablar de la mujer como de un pedazo de carne”.
Autofinanciación
El tiempo corre. A media hora del comienzo del partido el Judío cobra las entradas a los primeros en llegar que, por el momento, pasan indiferentes por delante de los puestos. Cero euros de caja son un problema, también en el roller. En este deporte totalmente autofinanciado los ingresos se recaudan del 'merchandasing' -venta de camisetas y bolsas con diseños que confeccionan ellas mismas-, de las cuotas de las jugadoras, del patrocinio de empresas locales y de las entradas. Los fondos, a su vez, sirven de ayuda para aquellas jugadoras que no pueden costearse los desplazamientos que implican los encuentros.
Los acompañantes ya han acabado la previa en el bar y, animados, suben las escaleras seguidos de más afición. 'El Judío' les cobra los tres euros de la entrada. “¿Dónde está la pelota?”, bromea Antoni, un skin de patillas largas. El grupo explora la grada en busca del mejor lugar para ellos y su pancarta, que dibuja a mano: “Reducte Insubmís, desde 2019”. Insignia que lucen también en sus camisetas. Como ellas, han labrado sus propios códigos: “Para hacerte con una tienes que haber venido, al menos, a tres partidos”, explica el skin, mientras estira los bandos de la prenda. 'Dos' valora su labor: “Realizan este proceso de acompañamiento: funciones de curas, de sostener y de animar”. Se ríe: “Algún día entraremos a debatir si lo están haciendo suficientemente bien”. Bien o mal, uno de ellos alza la voz. Los aplausos le siguen.
Ellas, en el campo; ellos, en las gradas
Las jugadoras entran al pabellón y se deslizan hacia la pista. Algunas se giran y envían sonrisas rojas, verdes y amarillas al público. No. No son sus dientes, sino protectores bucales; uno de los elementos de equipamiento indispensables, junto con las muñequeras, las rodilleras, las coderas, el casco y los patines. Toda protección es poca. Dónde lucirán esa vez los moratones es aún una incógnita.
Se acerca el momento. La grada, casi completa. En el centro un precinto a rayas negras y amarillas dibuja el “0” que delimita el campo de juego. En la valla de atrás cuelgan las banderas de dos realidades que son parte del corazón del roller: la LGTB+ y la trans. Para jugar, a las personas trans “no se les pide ningún tipo de justificación ni quirúrgica ni hormonal, como en otros deportes”, explica 'Kroket'. Los estatutos de la WFTDA (Women’s Flat Track Derby Association), organismo que desde 2004 marca las pautas del roller derby, especifican que en la liga femenina cualquier persona “que se identifique como una mujer transgénero, intrasexo y/o de género expansivo (no binario)” puede patinar en el equipo femenino. Además, se incorpora el lenguaje neutro “para que estén y se sientan representadas”, señala 'Helter Skelter'.
Puedes dar un golpe de culo u hombro siempre que tengas las extremidades pegadas al cuerpo, lo que no puedes usar como tal es la extremidad
Un equipo a cada lado de las banderas. El proyector refleja sobre una tela blanca un marcador que, por el momento, señala un 0-0. En la pista, Señor Rojo y Yola Mato -árbitros- pasean sus camisetas a rayas mientras bailan sobre sus patines. Todo está a punto. Al menos, eso parece. Pero, de repente, estalla el sonido de la música y el círculo que pronuncia su grito de guerra: “¡Vermell sang, negre nit, Insubmises sempre al pit!”, se deshace para reagruparse de nuevo en la pista en la que dan vueltas cogidas las unas con las otras. Una voz presenta a las jugadoras por su número y su nombre. Entre presentación y presentación: aplausos. Presentadas, el corro vuelve a las banquetas para ceder el turno a BotxoKillers, que arremete con una coreografía que sorprende en la grada. La primera corre hacia la pista y el resto se le une formando una cadena. Casi a cuclillas dan vueltas mientras con el tronco realizan movimientos cortos de arriba abajo. “¡Esto lo entran, eh, estas chicas!”, interrumpe alguien. Carcajadas. Ambos equipos se chocan las manos. Ahora sí.
Cinco jugadoras de cada equipo se colocan en la pista. Las 'jammers', que lucen una estrella en el casco -una por equipo- se colocan a un lado de la línea. Al otro, las bloqueadoras se amarran por los hombros y construyen muros humanos sobre ruedas. Una árbitra levanta la mano y anuncia: “¡Five seconds!”. Pasado el tiempo, el silbato de su boca emite el sonido que da paso al caos: “Piiiiiip”. Las dos patinadoras cruzan la línea. Golpes. Bloqueos. Culazos. Caer. Levantarse. Una lucha cuerpo a cuerpo en un deporte sin pelota, dicen. Porque pelota hay, y es humana: la 'jammer', que dispone de dos minutos -jamm- para esquivar a las bloqueadoras rivales que tratan, no solo de impedir su paso, sino también de facilitarlo a su pelota humana. Requiere estrategia. La primera vuelta no suma, la segunda, sí: un punto por cada bloqueadora rival adelantada. “Puedes dar un golpe de culo u hombro siempre que tengas las extremidades pegadas al cuerpo, lo que no puedes usar como tal es la extremidad”, explica Victu. La violencia tiene reglas.
Integración
Botxokillers se desmarca rápidamente y a poco del comienzo el marcador ya alcanza el ‘52 – 16’ a su favor. Su 'jammer' sortea con habilidad a las bloqueadoras. “La gracia está en una 'jammer' ágil, y a la 64 le sobra agilidad”, se comenta en la grada. Grandes, pequeñas, bajas y altas. Jóvenes y más mayores -cuarenta y cuatro tiene 'Lagertha', de Insubmises-. Como cuenta Victu, cada cuerpo tiene sus ventajas y sus desventajas: “Da igual la edad y el físico que tengas, lo importante es lo bien que patines”. La inclusividad del deporte no deja a nadie al margen. Su pareja, 'Kamikaze', luce algo de tripa. Está de tres meses. El embarazo “es compatible con el roller, igual que lo es con la vida”, cuenta, haciendo especial hincapié en que estar embarazada “no significa estar enferma”. Eso sí, lo principal y prioritario es dejar de hacer contacto físico en un deporte en el que, de todos modos, “siempre hay tareas que realizar”. Dinamiza el grupo de 'rookies', ocupa el cargo de 'Line Up' -decidir qué 5 jugadoras saldrán a la pista en cada 'jamm'- y atiende llamadas. No es la única. En el equipo hay tres embarazadas más.
En el pabellón resuenan de los gritos de la grada. Animan. Se ríen. La grada se decanta claramente con Botxokillers. 'Reducte Insubmís' improvisa canciones para su equipo. Canciones que no logran modificar el marcador que sentencia un claro triunfo para las bilbaínas: 256 a 54.
La rivalidad ha terminado. Botxokillers se funde en un grito de celebración. Los dos equipos se unen, se abrazan y se felicitan. La música a todo volumen. Algunas ondean a modo de capa la bandera trans y la LGTB+. El campo se convierte en una pista de coreografías improvisadas. Las jugadoras levantan un túnel con sus cuerpos y brazos e invitan a los árbitros a pasar por debajo.
El segundo set ha terminado. A 'Helter Skelter', la pelota humana de Insubmises, le duele la cabeza. Escudriña cada rincón de su pequeño cuerpo -metro y medio- y señala con el índice los lugares que mañana se teñirán de morado. Tienen que ejercitarse no solo físicamente, también mentalmente. “Si te enfadas por lo que sea, has de aprender a gestionarlo y poder generar vínculos con las del otro equipo”, explica, con la cabeza puesta en el momento más esperado. Es fuera de la pista. Le llaman 'after party' o tercer set.
Fuera de pista
A las coloridas camisetas de las equipaciones que marcaban divisiones les ha remplazado ropa casual y de calle. Con cerveza o vino en la mano se abrazan, beben y charlan. “Comentamos jugadas, hablamos de cómo nos organizamos, de nuestra situación en el equipo y cogemos ideas las unas de las otras. Hay mucho compañerismo”, explica una 'roller' de ojos claros. El ambiente está cargado de bueno rollo. Las bilbaínas han escogido un pub del Casco Viejo para la celebración. En una barra sirven bebidas, en la otra hay pintxos y tortillas de patatas.
El roller derby no es solo el partido, es todo lo que implica
Es el momento de la entrega de premios. De cada equipo se elige a las tres mejores 'rollers'. Las jugadoras se galardonan mutuamente con tarros de mermelada casera. Hay dos jugadoras que aún no lo saben, pero hoy las obsequiarán también. Las invitan a subir a la tarima mientras su equipo les lanza miradas expectantes. Abren los regalos. El garito se abarrota de aplausos, risas y manos levantadas. A lo lejos ondean el presente: bodis de bebé con el número de jugadora de las futuras mamás. La prenda será vestida por una generación que nace en un mundo más feminista del que era cuando sus madres vinieron al mundo. Ellas, 'Kamikaze' y 'Extermino', lo trabajan a través del deporte. “El roller derby no es solo el partido, es todo lo que implica”, defienden. Una implicación que conlleva cuidarse, mimarse y apoyarse. Cuando se calzan los patines se empoderan. Al descalzárselos practican la sororidad. Patines de cuatro ruedas que, a su paso, no solo tiñen de morado sus cuerpos. También su lucha.
El origen, en Estados Unidos
Estados Unidos. Años 30. Leo Seltzer creó las carreras con patines con el objetivo de poner a prueba la resistencia de los y las patinadoras. Fueron un gran éxito. En el 37 se le antojó poner una nueva norma: pidió a los árbitros que no penalizaran los golpes. Daon Runyon, periodista deportivo, quedó maravillado el primer día con la nueva normativa. Runyon y Seltzer se asociaron y sentaron las bases de lo que hoy conocemos como roller derby. Pasó de ser un deporte de resistencia a un deporte de codazos y peleas sobre ruedas. Los 40 fueron los años de gloria y el 'boom' de este deporte que cesó con el inicio de la segunda guerra mundial. Murió definitivamente en los 70. A principios de siglo, un grupo de mujeres de Austin (Texas) lo resucitó. Desde entonces no ha parado de crecer. Actualmente tiene más de 450 ligas por todo el mundo.
En el comedor del Restaurante El Ciervo, en el Casco Viejo de Bilbao, resuenan las risas de las chicas que, senadas frente a sus platos de espaguetis a la boloñesa, conmemoran aquel partido en el que Machakaflakas les enseñó a volar. Rozarla, a ella, una de las jugadoras más conocidas del panorama nacional, acarreaba salirse de la pista en aquel encuentro en Valencia en el que, por cierto, perdieron. Para esta tarde, presagian el mismo final: “Nos meterán una paliza que fliparemos”, se ríen. Ellas, Insubmises, llegan desde Cataluña para enfrentarse a las bilbaínas Botxokillers en un partido de roller derby, un deporte revolucionario gestionado por mujeres que resurgió en Texas bajo dos pilares: la autogestión y el empoderamiento de la mujer. La base para lograrlo: patines, golpes y sororidad.
El roller derby logra compatibilizar estos tres elementos. La sororidad se practica entre las jugadoras de cada equipo y entre equipos mediante la integración y el trabajo colectivo. “Tenemos que apoyarnos para poder funcionar”, explica 'Kroket', que no concibe una caña sin su croqueta. Pero la cosa cambia en el campo, donde asumen que, como en la vida, recibirán golpes. Van a caer. Y va a tocar levantarse. El trofeo se lo llevan siempre tatuado en la piel: rasguños y moratones.