Periodista de formación, publicista de remuneración. Bilbaíno de paraguas y zapatos de cordones. Aficionado a pasear con los ojos abiertos pero mirando al frente y no al suelo, de ahí esta obsesión con las baldosas.
Una ciudad que se gusta
Sobre este blog
Periodista de formación, publicista de remuneración. Bilbaíno de paraguas y zapatos de cordones. Aficionado a pasear con los ojos abiertos pero mirando al frente y no al suelo, de ahí esta obsesión con las baldosas.
Dicen los psicólogos que una condición necesaria para que una persona sea feliz es que se guste a sí misma. Algo así les pasa también a las ciudades. Reconocerlas como un lugar “disfrutable” es una actitud de su ciudadanía que de verdad impulsa a las ciudades que tienen la suerte, o el buen juicio, de gustarse. Pronto tendremos la noche blanca y estos últimos días Bilbao acogió una nueva edición del triatlón, que es una cosa festiva y vistosa pero también muy tremenda, en la que los participantes, hombres y mujeres, se pegan una pechada que ni sé cómo es posible que lleguen vivos a la meta después de nadar casi dos kilómetros, hacerse otros 90 en bici y, para rematar, 21 kilómetros más a la carrera. Espeluznante.
Pero de esas tres agotadoras pruebas -les digo la verdad- la que más me desasosiega a mí es la de natación. Cuando un bilbaíno de mi generación ve cualquier cosa viva dentro o sobre las aguas de la ría, les juro que no podemos reprimir un estremecimiento. Nuestra memoria aún se mantiene bien contaminada de la imagen de cloaca a cielo abierto que siempre tuvo el Nervión para nosotros así que cientos de personas nadando como un gran banco de mubles, bajo el puente de la Salve, nos parecerá algo espectacular pero nos inquieta siempre por dentro porque, aunque ya sepamos que no hay peligro, el susto lo traemos de serie.
El alcalde saliente, Ibon Areso, que el sábado pasó la makila al que acabamos de estrenar, ha dicho muchas veces, y con toda la razón, que la transformación de Bilbao empezó con la regeneración de la ría. El más prolongado en el tiempo de todos los proyectos y uno de los más caros, si no el que más. El plan de saneamiento ha sido, con mucho, la inversión medioambiental más importante de la historia del País Vasco. Sin ese cambio, que empezó nada menos que en 1979, la transformación más visible de Bilbao hubiese sido imposible.
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