En este espacio se cuentan 27 historias de personas que han sido o siguen siendo usuarias de los servicios públicos forales encargados de favorecer la inclusión social de la Diputación de Bizkaia. Los testimonios figuran en un libro editado por el Departamento Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación. Conviene asomarse a estas historias de vida de tanta gente que se queda en las orillas de una sociedad que va demasiado deprisa y mira pocas veces hacia quienes deja a sus costados. Los testimonios han sido transcritos con austeridad narrativa, tratando de respetar su tono. Se han respetado también algunas expresiones de jerga que utilizaron mientras se animaban, hacían chistes de su vida, miraban al techo o se emocionaban al borde de la lágrima. El objetivo de la obra es ofrecer ejemplos del destino que se da al dinero público y los efectos beneficiosos que esta inversión tiene en las personas de nuestro territorio, personas que se encuentran en alto grado de vulnerabilidad social.
A mi no me gusta que me ayuden, yo lo que quiero es trabajar
Yo vivía en Alemania. Estaba estudiando, vivía con toda normalidad con unos familiares y con 17 años me fui a ver a mi familia en Portugal. A la vuelta pasé por aquí para ver a mis primos y a mis amigos y me convencieron para quedarme, porque aquí había fiesta y tenían droga con la que trapicheaban. Fui tonto, me quedé, y lo pagué. Muy tonto, porque mi hermano en Portugal no sabía nada de mí hasta que un mes después le llamé y de dije que estaba en Bilbao. Se enfadó, claro. Pero yo me quedé. Conocí la droga aquí. No había visto heroína con mis ojos hasta llegar a Bilbao.
Meterme en la droga es lo peor que he hecho en mi vida. Una vez que te metes es un callejón sin salida. Vendíamos y consumíamos a la vez. Creo que no he sido drogodependiente, pero no ves nada más que la droga. La droga te qui- ta humanidad, te quita solidaridad. Llegué a tener el objetivo de ser la persona que más droga vendía, ni siquiera quería ser rico. Era como una competición.
Martutene
Empezó la rueda de detenciones: me pillan, me sueltan, me pillan me sueltan, hasta que al final voy a la cárcel. Primero estuve en Martutene. Tenía 20 años. Al ingresar ya llevaba droga y después la vendía dentro y luego seguí metiéndola y vendiendo dentro. Pero también paso algo extraño: el día que entré en la cárcel sentí una sensación de libertad que no he olvidado nunca. Es extraño pero así fue.
Una tarde hablando con un chico de Gambia me dijo: “Chico, si tú en la calle vendes droga y aquí vendes droga, ¿cuándo vas a dejar de vender droga?”. Yo le dije: “Si salgo no voy a volver a vender droga más”. Me contestó: “No me engañes. Es mentira, si sigues vendiendo droga aquí dentro saldrás y la venderás. Si quieres dejarlo hazlo aquí, si la dejas aquí, sales limpio”.
Seguimos hablando y me vino un marroquí y me leyó un versículo del Corán que significa “Estás haciendo algo que te parece bien pero que no está bien”. Ese fue el momento. Entonces me puse a pensar, me fui a cenar, me metí a la celda y le dije al compañero: no voy vender más la droga. Llevaba entonces seis meses en la cárcel. Estaba preventivo.
Monterroso
Me cambiaron de Martutene a Lugo, a la cárcel de Monterroso. Ya no vendía droga. Hacía cosas para tener la cabeza ocupada. Empecé a trabajar en la cárcel y a hacer cursos dentro: soldadura, albañilería, auxiliar de enfermería, etc. hasta que ya en mi primer año en Monterroso pedí trabajo dentro de la cárcel y poco a poco me fui convirtiendo en la persona que solucionaba los problemas. Cuando hacía falta alguien, yo ahí estaba.
Empecé en el economato de la cárcel, cuatro meses, en cocina, ocho meses. Un día me vino el subdirector y me propuso ir a enfermería. Creían que no iba a aceptar porque en la enfermería se cobraba menos que en la cocina y, además, no se podía salir. Pero tener oportunidades era importante para mí. Recuerdo que un funcionario me dijo: “Saido, tú eres un tapafuegos en esta cárcel”, je je.
Un día pedí hablar con el psicólogo y le dije que quería tener alguna actividad fuera para poder pedir el tercer grado. Tenía el problema de que mi gente, la que me podía ayudar, estaba en Bilbao y no podía tener un tercer grado si tenía que venir aquí a alguna actividad y regresar a Lugo porque no puedes llegar tarde. Finalmente me recomendaron la asociación Zubia y ellos mismos me ayudaron a conseguir el tercer grado comunicando a la cárcel de Monterroso que tenía una actividad aquí en Bilbao y así fue como me trasladaron a Basauri.
Trabajo
Una de las cosas que hacía aquí era colaborar con el Banco de Alimentos y allí conocí a una persona que me preguntó si quería trabajar. Le dije que sí, por supuesto, y al poco me llamaron. El problema fue que tuve que ir y negociar la hora de entrada porque me resultaba muy difícil salir de Basauri a una hora que me permitiera llegar al trabajo, le dije al jefe que yo las noches las pasaba en la cárcel y que no podía escoger la hora de salida. Se quedó asombrado. Yo le dije que necesitaba el trabajo y que le agradecía tanto si me lo daba como si no, pero que no le podía ocultar la verdad. El jefe se ofreció a recogerme en Basauri hasta que en la cárcel me permitieron salir antes. Llevo ya cuatro meses y muy bien.
Vivo en un piso compartido y trabajo en construcción haciendo de todo. Llevo ocho meses en régimen abierto. Mi futuro... está en manos de Dios pero soy una persona optimista. Lo mejor está por llegar.
Yo vivía en Alemania. Estaba estudiando, vivía con toda normalidad con unos familiares y con 17 años me fui a ver a mi familia en Portugal. A la vuelta pasé por aquí para ver a mis primos y a mis amigos y me convencieron para quedarme, porque aquí había fiesta y tenían droga con la que trapicheaban. Fui tonto, me quedé, y lo pagué. Muy tonto, porque mi hermano en Portugal no sabía nada de mí hasta que un mes después le llamé y de dije que estaba en Bilbao. Se enfadó, claro. Pero yo me quedé. Conocí la droga aquí. No había visto heroína con mis ojos hasta llegar a Bilbao.
Meterme en la droga es lo peor que he hecho en mi vida. Una vez que te metes es un callejón sin salida. Vendíamos y consumíamos a la vez. Creo que no he sido drogodependiente, pero no ves nada más que la droga. La droga te qui- ta humanidad, te quita solidaridad. Llegué a tener el objetivo de ser la persona que más droga vendía, ni siquiera quería ser rico. Era como una competición.