Filólogo y periodista, pero poco, ha ejercido como profesor, traductor y escribidor para terceros. Actualmente dirige e ilustra ÇhøpSuëy Fanzine On The Rocks y prepara la segunda oleada de su Diccionario para entender a los humanos.
Modelos retrógrados
La centrifugación, queridos niños, consiste en separar sólidos y líquidos por medio de un movimiento mecánico de rotación acelerada. Las partículas más densas se sedimentan mientras que los líquidos se desplazan hacia el exterior del eje de rotación. Así funciona el centrifugado de la lavadora, se separan los isótopos de uranio o se obtienen tras molienda algunos aceites de oliva que ciertos caraduras pretenden luego vendernos como “virgen”.
Siempre he lamentado que las disciplinas conocidas como Humanidades (historia, filosofía, antropología, política…) no pudieran disponer de medios mecánicos de batalla, como sierras, martillos, barrenos o centrifugadoras. Podríamos tomar así cualquier fenómeno, no sé, los nuevos secesionismos y euroescepticismos europeos o las revoluciones árabes y, tras someterlos a sierra, martillo y barreno, introducirlos en la centrifugadora para ver cómo decantan las ideas y se separan las chorradas líricas, digo líquidas. Quedaría sustanciado el meollo ideológico en un sedimento reconocible y clasificable por sus grados de consistencia, acidez, toxicidad y hasta color.
—Ha salido de color marrón grisáceo.
—Eso va a ser nacionalismo mezclado con algo. Aumente las revoluciones. El nacionalismo es lo más pesado; una vez decantado échelo al cubo marrón grande. Luego centrifugue el resto, a ver qué encontramos ahí.
Lamentablemente no hay técnicas tan objetivas y, ante la ausencia de motosierras para desbrozar los perifollos, hay que devanarse las meninges para distinguir las ideas de fondo, en caso de que las haya. Aunque también se puede utilizar un mecanismo inverso, un modelo preventivo. Por ejemplo, declarar como venenoso cualquier producto social o político que tenga en su composición más de una cuarta parte de elementos tóxicos. O, no sé, que un Gobierno o Parlamento conformado mediante una selección del personal por medio del fusilamiento no es homologable a los estándares ISO y DIN. Yo creo que nos evitaríamos así muchos desengaños y mucha palabrería.
A mí, por ejemplo, me cuesta creer el relato simplificado de que en Ucrania se esté produciendo un enfrentamiento entre una visión paneuropea y un zarismo prorruso. Mediante el modelo mecánico, una vez centrifugada la información ideológica y económica, lo que aparecen son restos decantados claramente marrones que permiten interpretar el enfrentamiento étnico como una lucha entre dos nacionalismos por el monopolio del botín. Y mediante el modelo preventivo, es fácil aventurar que un gobierno conseguido tras un golpe de estado contra un gobierno elegido en las urnas (sea o no el presidente electo un chorizo) sólo puede ser el germen de un desastre.
La solución es siempre el sistema democrático. Ya sé que el personal más bizarro suele preferir las soluciones armadas, pero es por falta de lecturas, carencia de empatía y exceso de testiculina. Ya me gustaría no tener que haberlo dicho, pero es que el contrato me impide mentir.
La transición española, por mucho que les pese a los nacionalismos monotemáticos, sigue siendo un buen modelo de convivencia incluso para Ucrania. No es normal que en un país con un 30% de población de idioma ruso, el único idioma oficial sea el ucraniano. Ya sé que se ha dado la vuelta la tortilla, pero quizá no sea momento de hacer tortillas, que siempre hay que romper huevos. Quizá sea menos traumático optar por modelos de respeto cultural, por sistemas de poder distribuido y por un sistema constitucional sólido y consensuado, para que todo el mundo se sienta representado sin tener que recurrir al kalashnikov.
No digo esto, francamente, con la intención de que lo lean en Kiev. Tampoco tengo mucha confianza en que las palabras sirvan para mucho si no van acompañadas de grandes argumentos disuasorios. Pero sí me conformaría con que algunos de los que nadan y guardan la ropa se decidiera algún día a nadar en pelotas defendiendo firmemente el modelo democrático y autonómico como un gran sistema de encaje, de equilibrios y de convivencia, pese a todas sus disfunciones. Porque la alternativa vienen siendo los modelos ucranianos, sirios o egipcios de resolución de conflictos. Modelos que pasados por la centrifugadora tienden a sedimentar en un gran marrón.
La centrifugación, queridos niños, consiste en separar sólidos y líquidos por medio de un movimiento mecánico de rotación acelerada. Las partículas más densas se sedimentan mientras que los líquidos se desplazan hacia el exterior del eje de rotación. Así funciona el centrifugado de la lavadora, se separan los isótopos de uranio o se obtienen tras molienda algunos aceites de oliva que ciertos caraduras pretenden luego vendernos como “virgen”.
Siempre he lamentado que las disciplinas conocidas como Humanidades (historia, filosofía, antropología, política…) no pudieran disponer de medios mecánicos de batalla, como sierras, martillos, barrenos o centrifugadoras. Podríamos tomar así cualquier fenómeno, no sé, los nuevos secesionismos y euroescepticismos europeos o las revoluciones árabes y, tras someterlos a sierra, martillo y barreno, introducirlos en la centrifugadora para ver cómo decantan las ideas y se separan las chorradas líricas, digo líquidas. Quedaría sustanciado el meollo ideológico en un sedimento reconocible y clasificable por sus grados de consistencia, acidez, toxicidad y hasta color.