Filólogo y periodista, pero poco, ha ejercido como profesor, traductor y escribidor para terceros. Actualmente dirige e ilustra ÇhøpSuëy Fanzine On The Rocks y prepara la segunda oleada de su Diccionario para entender a los humanos.
La pobreza
Lo peor es la pobreza. No la pobreza a la que se llega, sino la pobreza en la que se nace. Uno puede llegar a ser pobre con dignidad, como esos hijos débiles que no aprendieron a ganarse la vida y cada día van renunciando a una cosa más y venden el piano y la biblioteca y la copa de plata y la última silla, hasta que les pasa como al burro del gitano, que cuando por fin aprenden a vivir sin comer y sin beber, van y se mueren.
Pero la pobreza de nacimiento es otra cosa. Es una roña que no sólo se pega al cuerpo sino que consume cada gramo de pensamiento. La pobreza no es felíz, aunque pueda ser entretenida. La pobreza empuja a buscarse la vida como sea, pero no es cierto que el trabajo pueda sacarte de ella, se necesita más. Se necesita cierta inteligencia o cierta predisposición al aprendizaje o que alguien se moleste en rescatarte de la miseria y te dote de las herramientas para trascender a la existencia mecánica. Será posible trabajar toda la vida y acumular cierto bienestar, pero si nadie hizo el trabajo de enseñarte qué cosas son las importantes, seguirás siendo un bruto y, lo peor, transmitirás la brutalidad.
Los ricos y los acomodados no entienden la pobreza, pero no es por maldad, sino por ignorancia. Cuando acceden a ella por un revés de la fortuna, salvo que sean viejos o estén muy enfermos, son capaces de volver a salir porque tienen las herramientas intelectuales necesarias. Si llegan a pobres nunca lo son del todo, pues en su cabeza bulle el conocimiento y la cultura, el saber hacer, el saber estar, el saber a quién recurrir, la capacidad de volver a empezar. Por eso muchos llegan a creer que los pobres que son incapaces de sacar la cabeza del agujero, lo son de manera voluntaria, por vagancia, o por enfermedad o por vicio. Pero yo he visto pobres que a los quince años eran ya cadáveres vivientes, candidatos a una muerte estúpida o a una existencia brutal y marginal que eran incapaces de ver más allá de sus narices e imaginar un futuro que no dependiera de un golpe de fortuna.
Los ricos no entienden a los pobres y cuando hacen sociología les salen chistes como el de la niña rica a la que piden en el colegio que escriba una redacción sobre la pobreza: «Era una familia muy pobre, muy pobre. El padre era pobre, la madre era pobre, los niños eran pobres, el mayordomo era pobre, las criadas eran pobres, el chófer era pobre... ¡todos eran pobres!». Les podrás contar que pasaste tu infancia comiendo entrañas y berzas y ellos lo interpretarán como afición gastronómica. Podrás explicar que pasaste frío porque no había dinero ni para comprar carbón y ellos te contarán lo mal que lo pasaron para pagar la hipoteca del chalé, que apenas les llegaba para la suscripción a las revistas.
También los piadosos suelen confundir la pobreza con la austeridad, que es como confundir la anorexia con el fitness. La austeridad es una pobreza sin miseria y con objetivos, una forma de estar en el mundo. Por el contrario, la pobreza es una forma de malestar, una carencia de lo necesario que alimenta la insanía. Aunque lo decía con más gracia mi amigo Jon: «no es justo vivir así sólo porque mis padres decidieron ser pobres».
De la pobreza, en fin, se sale a base de escuela, de conocimiento y de rabia. Hay métodos más rápidos y más cruentos, pero suelen salir mal.
Lo peor es la pobreza. No la pobreza a la que se llega, sino la pobreza en la que se nace. Uno puede llegar a ser pobre con dignidad, como esos hijos débiles que no aprendieron a ganarse la vida y cada día van renunciando a una cosa más y venden el piano y la biblioteca y la copa de plata y la última silla, hasta que les pasa como al burro del gitano, que cuando por fin aprenden a vivir sin comer y sin beber, van y se mueren.
Pero la pobreza de nacimiento es otra cosa. Es una roña que no sólo se pega al cuerpo sino que consume cada gramo de pensamiento. La pobreza no es felíz, aunque pueda ser entretenida. La pobreza empuja a buscarse la vida como sea, pero no es cierto que el trabajo pueda sacarte de ella, se necesita más. Se necesita cierta inteligencia o cierta predisposición al aprendizaje o que alguien se moleste en rescatarte de la miseria y te dote de las herramientas para trascender a la existencia mecánica. Será posible trabajar toda la vida y acumular cierto bienestar, pero si nadie hizo el trabajo de enseñarte qué cosas son las importantes, seguirás siendo un bruto y, lo peor, transmitirás la brutalidad.