Filólogo y periodista, pero poco, ha ejercido como profesor, traductor y escribidor para terceros. Actualmente dirige e ilustra ÇhøpSuëy Fanzine On The Rocks y prepara la segunda oleada de su Diccionario para entender a los humanos.
Socialismo en clave
Carezco de capacidad intelectual suficiente para entender a los líderes socialistas. Sospecho que no es problema ni de la educación recibida ni de los libros no leídos, sino de mi insolvencia para entender nada de lo que dicen cada vez que hacen declaraciones tras un Consejo Territorial o una reunión en un balneario. Quizá sea un problema suyo, tal vez de comunicación, o intelectual, o de morro; no sé.
Zygmunt Bauman, el pensador de la modernidad líquida, aún no ha acuñado un término para definir la ideología que fluye —no sé si como líquido o como gas— cada vez que abre el pico un líder socialista al terminar un cónclave. Debería estudiar el término «pensamiento flácido» para calificar las ocurrencias que manan de algunos labios inanes, que brotan como los claveles del Día de la Rosa en los ojales marchitos.
Comparecen los líderes regionales del PSOE a presentar una propuesta con reformas constitucionales de bastante interés y a los pocos minutos ya hay uno que pide reformar la Constitución para que el sitio en donde vive sea considerado nación, otro se pone a hablar de las distintas sensibilidades de los territorios y otros se hacen la picha un lío con los derechos histéricos forales. Y que conste que digo picha con exactísima contabilidad de sexo: veintiocho a cuatro.
Cuando quieren templar gaitas, se justifican unos a otros las diferentes interpretaciones del acuerdo que acaban de alcanzar hace quince minutos —y que se supone han firmado y debatido, aunque quizá no comprendido— diciendo que hay que entender las palabras de Fulano o Navarro porque habla «en clave» catalana o asturiana o vasca o canaria o arábigo-andaluza. Es decir, que lo que dice Fulano o Navarro no es verdad porque está vendiéndole la moto a los suyos —como quince minutos antes se la ha vendido a ellos— diciendo que acepta algo que no acepta, o que sí, o que vaya usted a saber, o qué sabe nadie, que decía Raphael. Y al resto no le parece mal que cada uno de ellos hable en su propia región «en clave» territorial, o sea, utilizando un discurso apropiado a la situación electoral de cada terruño, que ya se sabe que las ideas son líquidas, las ideologías gaseosas y los principios flexibles como el cable de un teléfono. Be water, my friend.
No sé lo que pensarán las masas, pero aquí un particular está aburrido de tanto tacticismo, tanta ideología reversible y tantos caminos distintos para llegar a un sitio que no se sabe cual es. Es evidente que el discurso socialista cambia según el territorio, el momento, la audiencia, la altitud sobre el nivel del mar o si el dirigente tiene la regla (regla sin distinción de género, aclaro). A los que somos cortos de entendederas nos resulta difícil comprender, cuando comparece Fulano o Navarro, en qué «clave» está hablando, si nacional, territorial, comarcal, municipal o klingon.
La gran ventaja de principios universales como los Diez Mandamientos o los cinco pilares de la fe islámica es que significan lo mismo en todos los lugares. Sin embargo, cuando un desconcertado individuo sumergido en un pensamiento flácido descubre que el federalismo es asimétrico, la geometría variable, los derechos territoriales, la perspectiva de género y los significados flexibles, experimenta en su cerebro un vértigo conceptual igual al peso del volumen del pensamiento líquido que desaloja y acaba entendiendo que la igualdad es asimétrica, la solidaridad es de geometría variable o retroversible y los derechos torcidos según la perspectiva. A mí no me lo enseñaron así en primero de socialismo, aunque también es cierto que fui mal alumno y no aprobé las prácticas.
Lo cual que dado que el problema es irresoluble por falta de líderes carismáticos con ideas claras, principios universales y discurso unívoco y compartido, y que de entrada no hablen con lengua de serpiente, lo ideal sería que los dirigentes regionales socialistas —y el orden de los factores sí altera el producto— vistieran sus respectivos trajes típicos al hablar en público. Así cuando viéramos a un tipo tocado con barretina, sombrero cordobés o txapela sabríamos que está hablando «en clave de país» y que el socialismo, la socialdemocracia o lo que sea eso tan flexible que conforma su ideología, se lo ha dejado colgado de la percha, junto a la camisa de los mítines. Todo sea dicho por la transparencia y unidad de mercado, o sea.
Carezco de capacidad intelectual suficiente para entender a los líderes socialistas. Sospecho que no es problema ni de la educación recibida ni de los libros no leídos, sino de mi insolvencia para entender nada de lo que dicen cada vez que hacen declaraciones tras un Consejo Territorial o una reunión en un balneario. Quizá sea un problema suyo, tal vez de comunicación, o intelectual, o de morro; no sé.
Zygmunt Bauman, el pensador de la modernidad líquida, aún no ha acuñado un término para definir la ideología que fluye —no sé si como líquido o como gas— cada vez que abre el pico un líder socialista al terminar un cónclave. Debería estudiar el término «pensamiento flácido» para calificar las ocurrencias que manan de algunos labios inanes, que brotan como los claveles del Día de la Rosa en los ojales marchitos.