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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

A ti, sí, el de los brazos cruzados

Sucedió el pasado viernes durante el concierto de Kvelertak, Anthrax y Slayer en la sala Santana 27 de Bilbao, pero no fue algo excepcional. Es una situación que se repite cada vez más frecuentemente y que dice mucho de por qué el Heavy Metal es muy diferente hoy al de hace 25 años. Lo es porque su gente ya no es la misma. Me refiero a esas personas que asisten a un concierto como quien va a la ópera. Les da igual si Slayer están cantando a lo bonito que es arrancar cabezas o si Cannibal corpse describen cómo un zombi mutilado destripa a una bella doncella. Ellos ahí están, brazos cruzados, pies anclados a una sola baldosa del suelo y ni una mínima mueca. De vez en cuando, un comentario al oído a su compañero que, desafiando a la gravedad, flexiona un poco la rodilla en señal de ritmo, y después alguna mirada a la pantalla del móvil. Esa es toda la energía que gastan.

Durante hora y media de descarga impía, la estatuas de los codos permanecen impasibles ante lo que ven y escuchan. Podrían estar viendo a Slayer o una representación de Carmina Burana. Yo creo que si les pones delante un acuario con peces de colores tampoco reaccionarían. No hay un movimiento de cuello ni una exclamación de rabia. Cada vez más habitualmente me rodean en los conciertos y yo me pregunto si no serán figurantes contratados por la sala. Que parezca que hay más público del que debería. Si una música repleta de fiereza, agresividad y adrenalina como es el Heavy Metal te deja impasible, hay dos posibilidades: o el grupo que está sobre el escenario está haciendo el ridículo, o tú tienes un serio problema con la tensión arterial y deberías visitar al médico.

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En este nuevo ecosistema de conciertos metaleros ya es más frecuente que te tropieces con media docena de estatuas de codos que con un 'circle pit'. Eso sí que supone una nueva fase en la evolución de este género y sus fans porque no existe ningún otro movimiento musical en el que los asistentes a un concierto puedan dar mayor espectáculo que el propio artista. Hay cientos de vídeos en Youtube en los que se ve cómo decenas de ardorosos chavales montan auténticos pogos de tamaño descomunal mientras el grupo interpreta alguno de sus éxitos. Yo mismo, que en ocasiones he entrado a un círculo o que he surfeado sobre el público, os puedo asegurar que son experiencias mucho más emocionantes que la de estar de brazos cruzados. Palabra.

Hay versiones extremas de la estatuta del codo, a pesar de todo. Yo tuve a tres delante mientras tocaban Slayer. Son aquellos que no sólo no se mueven, sino que intentan que tú tampoco te puedas mover. Y, si lo haces, se giran con cara desafiante para que te estés quieto. No tengo demasiados momentos al año para descargar ira, así que cuando Tom Araya se dispone a lanzar ese grito-bramida tan placentero que arranca el 'Chemical warfare' yo le sigo. Lo que no me esperaba es que el sujeto de delante se fuera a girar para decirme con su gesto que le estaba molestando. Mis amigos, cargados también de bastante electricidad, se lanzaron a un minipogo casero en el que abrimos un pequeño círculo y al que fui empujado. Cuando salí rebotado hacia delante, las estatutas del codo sacaron sus brazos en modo remo para evitar que les despegara, involuntariamente, los pies del suelo. Hay que ser muy aburrido, chaval, para reaccionar así.

Sólo hay una cosa que me desconcierta más que estés con tu dichoso teléfono de 20 megapixels intentando grabar una canción a 40 metros de distancia para que luego no la vea nadie en Youtube, y es la cara de estos tipos cuando alguien está disfrutando de la música bailando (sirva el verbo bailar para describir lo que hacemos). De todos modos, ya te lo advierto, podrás sacarme los codos, mirarme con cara de cuerno y poner la espalda rígida. Yo voy a seguir liándola. Es lo que tiene el Heavy Metal. Tú quizás deberías probar la ópera.

Sucedió el pasado viernes durante el concierto de Kvelertak, Anthrax y Slayer en la sala Santana 27 de Bilbao, pero no fue algo excepcional. Es una situación que se repite cada vez más frecuentemente y que dice mucho de por qué el Heavy Metal es muy diferente hoy al de hace 25 años. Lo es porque su gente ya no es la misma. Me refiero a esas personas que asisten a un concierto como quien va a la ópera. Les da igual si Slayer están cantando a lo bonito que es arrancar cabezas o si Cannibal corpse describen cómo un zombi mutilado destripa a una bella doncella. Ellos ahí están, brazos cruzados, pies anclados a una sola baldosa del suelo y ni una mínima mueca. De vez en cuando, un comentario al oído a su compañero que, desafiando a la gravedad, flexiona un poco la rodilla en señal de ritmo, y después alguna mirada a la pantalla del móvil. Esa es toda la energía que gastan.

Durante hora y media de descarga impía, la estatuas de los codos permanecen impasibles ante lo que ven y escuchan. Podrían estar viendo a Slayer o una representación de Carmina Burana. Yo creo que si les pones delante un acuario con peces de colores tampoco reaccionarían. No hay un movimiento de cuello ni una exclamación de rabia. Cada vez más habitualmente me rodean en los conciertos y yo me pregunto si no serán figurantes contratados por la sala. Que parezca que hay más público del que debería. Si una música repleta de fiereza, agresividad y adrenalina como es el Heavy Metal te deja impasible, hay dos posibilidades: o el grupo que está sobre el escenario está haciendo el ridículo, o tú tienes un serio problema con la tensión arterial y deberías visitar al médico.