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La importancia de un bar

Cuando un movimiento popular es hegemónico, no necesita conquistar espacios. Simplemente, todos le pertenecen. En el caso de la música, cuando un estilo es preponderante, lo impregna todo: Internet, televisión, radio, bares, autobuses o publicidad. Si te gustan esa clase de canciones, no tienes problemas: suenan en todas partes y las puedes escuchar casi sin percibir que están sonando. Si vas a la peluquería, seguramente allí estarán de fondo; en el centro comercial, también, y hasta en los auriculares del tipo que va a tu lado en el metro.

Sin embargo, si lo que te gusta es la música de minorías que, además, no tiene ningún interés en lograr ser mayoritaria, hay que buscar determinados momentos del día para poder disfrutarla. En tu coche, en tu teléfono, en tu casa… Si alguna vez aparece alguna canción en un lugar público, entonces tendrás una anécdota que contarles a tus amigos. Es más, seguramente ellos te lo contarán a ti si ven algún resto de tu estilo musical en algún espacio conquistado.

En el caso concreto del Metal, ser los raros de clase o del trabajo complica las cosas, especialmente cuando uno quiere relacionarse con otras personas en el marco de su música. Porque, al igual que las relaciones sexuales, practicarlas uno mismo puede estar bien, pero con otros suelen resultar más satisfactorias. Es decir, ponerse Slayer en casa mola, pero ir a un concierto es una sensación muy superior. Entre la soledad de tu casa y los conciertos, hay un paso intermedio: un lugar público en el que suene buena música. Y, entonces, sólo puedes buscar un bar.

Quienes leais esto y vivais en pueblos pequeños sabréis de qué hablo. En todos los pueblos hay una iglesia, pero no en todos hay un bar en el que pongan Sepultura. Hace un tiempo, todas las ciudades tenían un templo (o varios), más o menos siniestro, en el que los metaleros se podían reunir cada noche a discutir de sus cosas –que, por otra parte, casi siempre son las mismas-, pero esos espacios están menguando. Es difícil encontrar un garito jevi.

Es más, uno se da cuenta de lo raros que somos cuando viaja e intenta enterarse de dónde está el bar melenudo del lugar. Generalmente, se encuentra locales que no mejoran en nada lo que tiene cerca de su casa. A mí me ha pasado buscar el referente del Metal en Nueva York (Duff’s bar) y comprobar que, para ser Nueva York, ya podía ser más impresionante. Todos han oído hablar del Underworld de Londres, y han leído crónicas de conciertos míticos allí registrados y, cuando cumples el objetivo de entrar, por fin, no puedes evitar preguntarte si era necesario perder una tarde entera en ir alli sólo por curiosidad, porque tampoco es para tanto. Pero, qué hostias, allí has estado y puedes presumir de ello.

Hoy en día, no sé si porque los millenials se reúnen en lonjas o porque, efectivamente, como dice Gene Simmons, el Rock está enfermo terminal, esos bares ya no son lo que eran, si es que los hay. Pero los que resisten, acumulan una serie de anécdotas y recuerdos que no has logrado en ningún otro local de ocio. Allí suelen estar los personajes que uno siempre aprecia encontrar. En el caso de Bilbao, este sábado hay un garito que cumple años, siete exactamente, y no sólo resiste, sino que es un referente. La villa es una de las pocas localidades que aún mantiene un circuito vivo de locales en los que suena música de la que pone las pilas. Junto a ElMetal de Ramón (calle Iturribide), Las Ruedas (en la misma calle), el Zerua, o esa rara avis del centro bilbaíno que es el Azzurro del mítico Sergio, el Skulls perfila un ambiente encantador. En su misma calle, el Hell’s bells permite completar una ruta en cuyo itinerario, además de copas, suele haber abrazos, fotos de esas (casi siempre ridículas) en las que sacas los cuernos con cara de panoli, aunque pretendas parecerte a un guitarrista molón, y conversaciones en las que normalmente metes la pata porque intentas aparentar más conocimientos musicales de los que jamás tendrás.

Unai empezó su aventura hace siete años, y no sólo aguanta sino que su clientela, y esto es extraño, está conformada por una mezcla intergeneracional que permite ver en ella a calvos y a peludos, a puretas y a recién llegados, a despistados y a otros que parecen estar atornillados a la barra. El tasquero es un tipo rápido al que difícilmente cogerás en un renuncio, y si los tabiques del pub hablaran, se les notaria la risa floja al haber visto a tantos fichajes galácticos pasar por delante.

El Skulls celebra este sábado siete años sirviendo copas y poniendo música, y yo no podré estar porque algunos catalanes quieren hacer cosas, que diría Rajoy. Eso sí, estaré el siguiente sábado, poniendo música, y echándome unas buenas risas. Porque yo no sé si eres de bares, pero si lo eres, y te gusta el Rock duro, debieras conocerlo (igual que los que he mencionado antes). Porque si algún día nos faltan los bares, lo único que nos quedará será ver vídeos en Youtube y darle a Me gusta a comentarios de Facebook, pero a ver dónde y con quién te sacas un selfie poniendo cuernos como si fueras James Hetfield.

Cuando un movimiento popular es hegemónico, no necesita conquistar espacios. Simplemente, todos le pertenecen. En el caso de la música, cuando un estilo es preponderante, lo impregna todo: Internet, televisión, radio, bares, autobuses o publicidad. Si te gustan esa clase de canciones, no tienes problemas: suenan en todas partes y las puedes escuchar casi sin percibir que están sonando. Si vas a la peluquería, seguramente allí estarán de fondo; en el centro comercial, también, y hasta en los auriculares del tipo que va a tu lado en el metro.

Sin embargo, si lo que te gusta es la música de minorías que, además, no tiene ningún interés en lograr ser mayoritaria, hay que buscar determinados momentos del día para poder disfrutarla. En tu coche, en tu teléfono, en tu casa… Si alguna vez aparece alguna canción en un lugar público, entonces tendrás una anécdota que contarles a tus amigos. Es más, seguramente ellos te lo contarán a ti si ven algún resto de tu estilo musical en algún espacio conquistado.