Periodista. Entre rebote y rebote 'cambió' el baloncesto por la actualidad.
El valor de la política
Son tiempos de desafección y de recelo hacia la clase política. Unas sensaciones que no se han construido sin más, sino que están basadas en la cantidad de malas experiencias padecidas por la ciudadanía. Los flagrantes casos de corrupción que azotan a casi todos los partidos han hundido la confianza de la sociedad en sus representantes públicos. Un rechazo que viene por la repugnancia que producen las corruptelas y también por la falta de respuesta inmediata y tajante de los partidos que prefieren proteger a los suyos y defenderse de manera pueril atacando a los demás.
Tampoco ha ayudado a la buena imagen de la política una gestión de los recursos basada en demasiadas ocasiones en clientelismos o en delirios de grandeza. Todo esto y la falta de líderes capaces de tener visión de conjunto y proyectos de país claros han alejado al común de los mortales de lo que hace no tantos años era la ilusión de la democracia.
Pero, aunque ahora sea un discurso difícil de defender, la política funciona y es necesaria. Es la política la que ha construido la sociedad de bienestar que ahora se tambalea. Es la política la que ha tejido la protección social. Y es la política, con opciones electorales para todos los gustos, la que tiene que defendernos. En un mundo cada vez más gobernado por los capitales es necesario reforzar las instituciones públicas que protejan y defiendan los derechos de las personas. Solo la política es capaz de sumar las voluntades de cada individuo para tejer una sociedad en la que se potencie la equidad y se atienda a los más débiles, que cada día son más.
Los partidos tienen que reflexionar, sí. Tienen que reinventarse y dotarse de un discurso coherente y propio a los tiempos en que vivimos. Pero que la crisis, el cambio de modelo social y la globalización les haya pillado a traspié no significa que no sirvan. Al revés, ahora la política y el voto son más necesarios que nunca.
Son tiempos de desafección y de recelo hacia la clase política. Unas sensaciones que no se han construido sin más, sino que están basadas en la cantidad de malas experiencias padecidas por la ciudadanía. Los flagrantes casos de corrupción que azotan a casi todos los partidos han hundido la confianza de la sociedad en sus representantes públicos. Un rechazo que viene por la repugnancia que producen las corruptelas y también por la falta de respuesta inmediata y tajante de los partidos que prefieren proteger a los suyos y defenderse de manera pueril atacando a los demás.
Tampoco ha ayudado a la buena imagen de la política una gestión de los recursos basada en demasiadas ocasiones en clientelismos o en delirios de grandeza. Todo esto y la falta de líderes capaces de tener visión de conjunto y proyectos de país claros han alejado al común de los mortales de lo que hace no tantos años era la ilusión de la democracia.