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Crisis y castigo
Las situaciones de crisis económica son momentos idóneos para impulsar dinámicas dirigidas a recomponer las relaciones sociales, particularmente las relaciones de fuerza entre los distintos grupos sociales. Siempre ha sido así. Nada mejor que una buena crisis, ya sea “real o percibida”, para imponer una agenda de reformas a una población en estado de 'shock'. También la actual crisis se ha revelado como un colosal dispositivo disciplinario construido en torno a la idea de austeridad presentada como un relato moral. En su libro 'Austeridad: Historia de una idea peligrosa' (Crítica, 2014), Mark Blyth, profesor de economía política de la Universidad de Brown, caracteriza así este relato disciplinador y moralizante:
“«Hemos gastado demasiado», dicen los que se hallan en la cima económica, desdeñando con notable despreocupación el hecho de que ese «dispendio» no ha sido sino el coste de tener que salvar sus activos con las arcas públicas. Y al mismo tiempo, lo que esas personas que viven de forma muchísimo más holgada que el común de los mortales y que muestran muy poco interés en contribuir al pago de los platos rotos le están diciendo a los ciudadanos que ocupan las posiciones inferiores de la escala de la renta es que tienen que «apretarse el cinturón»”.
Anglófono de formación pero francófilo de corazón por muchas cosas, yo confiaba en poder seguir diciendo eso de que “siempre nos quedará París”. Pero empujada por su nuevo primer ministro Manuel Valls, Francia ha sido la última en sucumbir ante este discurso moral-disciplinador: “No podemos vivir por encima de nuestras posibilidades”, ha sentenciado el franco-catalán, haciendo pasar por ejercicio de responsabilidad lo que no es otra cosa que una rendición definitiva, con armas y bagajes, del socialismo galo. Por cierto: parece que Valls acompañará a Elena Valenciano en un acto electoral en Barcelona el próximo día 21, en el que pedirán “un giro en la política económica en Europa”. ¿Giro hacia dónde? No creo que Valls sea el mejor compañero de viaje si el socialismo español aspira a reencantar a su electorado más crítico.
El destacado sociólogo germano Ulrich Beck ha denunciado la imposición por parte de Alemania de sus medidas económicas en el marco de una “plantilla moral”, lo que convierte a estas medidas en “una política evangélica, fundamentalista, de revelación”. Se han impuesto políticas que ya se habían demostrado no sólo ineficaces a la hora de generar crecimiento económico, sino atroces desde la perspectiva del sufrimiento humano que provocan. Pero no hay redención sin sufrimiento y la Europa del sur ha pecado mucho. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y ahora toca penar.
Lo que ocurre es que eso de las posibilidades es muy relativo. El día en que me siento a escribir estas líneas me he enterado por la prensa de que existe una urbanización ubicada entre Estepona y Marbella en la que la casa más sencilla cuesta 10 millones de euros: La Zagaleta se llama el exclusivo enclave. También hoy, y también por la prensa, he sabido que un tal Paco Roncero, uno de esos chefs estrellados que tan buen papel hubieran hecho en el Palacio de Versalles preparando sus delicatesen para regocijo de María Antonieta, va a servir en Ibiza una cena que costará 1.500 euros por cabeza. Hay otro mundo de posibilidades, pero está en este. Si hemos vivido por encima de nuestras posibilidades hay que reconocer que esas posibilidades sobre las que hemos vivido han resultado ser más bien reducidas. Nada que ver con vivir en La Zagaleta ni con cenar en Chez Roncero.
Las situaciones de crisis económica son momentos idóneos para impulsar dinámicas dirigidas a recomponer las relaciones sociales, particularmente las relaciones de fuerza entre los distintos grupos sociales. Siempre ha sido así. Nada mejor que una buena crisis, ya sea “real o percibida”, para imponer una agenda de reformas a una población en estado de 'shock'. También la actual crisis se ha revelado como un colosal dispositivo disciplinario construido en torno a la idea de austeridad presentada como un relato moral. En su libro 'Austeridad: Historia de una idea peligrosa' (Crítica, 2014), Mark Blyth, profesor de economía política de la Universidad de Brown, caracteriza así este relato disciplinador y moralizante:
“«Hemos gastado demasiado», dicen los que se hallan en la cima económica, desdeñando con notable despreocupación el hecho de que ese «dispendio» no ha sido sino el coste de tener que salvar sus activos con las arcas públicas. Y al mismo tiempo, lo que esas personas que viven de forma muchísimo más holgada que el común de los mortales y que muestran muy poco interés en contribuir al pago de los platos rotos le están diciendo a los ciudadanos que ocupan las posiciones inferiores de la escala de la renta es que tienen que «apretarse el cinturón»”.