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Ardanza, un hombre de otro tiempo

Vicelehendakari con Ardanza, líder del PSE-EE y exministro —
8 de abril de 2024 21:22 h

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Hay una injusta tendencia, estrategia mejor diríamos, a descalificar gran parte de nuestra Transición y a devaluar los frutos de aquellos primeros años de nuestra democracia. José Antonio Ardanza pertenecía a aquella generación que construyó nuestra democracia y nuestro autogobierno.

Fue alcalde de su pueblo, Mondragón, en las primeras elecciones democráticas de 1979. Y, poco tiempo después, diputado general en Gipuzkoa. De pronto, el mundo interno de uno de los partidos más sólidos del país se fracturó, se escindió y el viejo Partido Nacionalista Vasco se dividió en dos fuerzas enfrentadas: el PNV de Xabier Arzallus y la EA de Garaikoetxea. El terremoto coloca a Ardanza como lehendakari en 1985, gobernando con un grupo parlamentario dividido. Pocos recuerdan lo que sufrió.

En 1986 convocó elecciones y las perdió. El PSE tuvo 19 diputados y el PNV 17. Se negocia una coalición y los socialistas cedemos la presidencia. ¿Por qué? Nos lo preguntaban todos. Porque necesitábamos un gran pacto de todas las fuerzas democráticas contra la violencia y porque era imprescindible que el PNV fuera el líder de la deslegitimación política y social de la violencia.

Vuelvo a las críticas al pasado. España estaba sufriendo un ataque a su democracia sistemático, provocador y masivo, con atentados día sí y día también y su respuesta al terrorismo era deficiente y solitaria. El Estado estaba aislado y la espiral acción-represión ideada y practicada por ETA la estaban ganando los ideólogos de la violencia. El pacto de Ajuria Enea fue la gran consecuencia de aquel Gobierno de coalición. Desde entonces, el lehendakari Ardanza se convirtió en el presidente de un Gobierno vasco que convocaba y vertebraba la reacción social al terrorismo y lideraba a todas las fuerzas políticas vascas, a todos los partidos políticos vascos democráticos, en su unidad contra la violencia.

Ardanza fue ese hombre que, llamado por su partido para resolver las crisis internas, lideró un nuevo y pragmático PNV. Llamado a liderar el rechazo del nacionalismo vasco a la vía armada y al terror, lo hizo con convicción y firmeza. Llamado a gobernar con los socialistas vascos, expresó la pluralidad identitaria de la sociedad vasca, pactando con nosotros tres Gobiernos de coalición durante casi doce años.

Él protagonizó, además, los años del desarrollo autonómico más importante: la llamada segunda fase del autogobierno vasco, cuando se transfirió la Sanidad (Osakidetza), se fijaron los cálculos del Cupo, se culminó la implantación de la Ertzaintza en todo el territorio del país, etcétera. Su acción política nacionalista siempre estuvo dentro del Estatuto de autonomía y de la Constitución.

Su pragmatismo le llevó a gestionar los intereses del país con una mirada moderna y eficiente. Él siempre supo que el futuro de la comunidad tenía que superar el monocultivo del hierro para pasar a manejar la fibra de carbono y los centros tecnológicos. Por eso, puede ser calificado también como el constructor de la Euskadi moderna de hoy. Muchas de las críticas de aquel pasado no suelen tener en cuenta las circunstancias y los problemas de aquel pasado. Por eso hay que recordarlas, para apreciar a los hombres buenos que hicieron posible lo que hoy tenemos.

Ardanza fue uno de ellos.

Agur Lehendakari.

Hay una injusta tendencia, estrategia mejor diríamos, a descalificar gran parte de nuestra Transición y a devaluar los frutos de aquellos primeros años de nuestra democracia. José Antonio Ardanza pertenecía a aquella generación que construyó nuestra democracia y nuestro autogobierno.

Fue alcalde de su pueblo, Mondragón, en las primeras elecciones democráticas de 1979. Y, poco tiempo después, diputado general en Gipuzkoa. De pronto, el mundo interno de uno de los partidos más sólidos del país se fracturó, se escindió y el viejo Partido Nacionalista Vasco se dividió en dos fuerzas enfrentadas: el PNV de Xabier Arzallus y la EA de Garaikoetxea. El terremoto coloca a Ardanza como lehendakari en 1985, gobernando con un grupo parlamentario dividido. Pocos recuerdan lo que sufrió.