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Se busca estadista

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La convocatoria de las elecciones autonómicas vascas para el próximo 21 de abril y el panorama que se dibuja en Euskadi me ha hecho recordar una de esas célebres citas del ex primer ministro del Reino Unido Winston Churchill: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Pues bien. Creo que un estadista nos vendría de perlas.

Pese a que los politólogos -al igual que sociólogos y economistas- somos más habilidosos interpretando y analizando lo que ya ha sucedido que tratando de vaticinar lo que sucederá mañana, parece que hay indicios razonables que apuntan a que estos comicios pueden suponer, ciertamente, un punto de inflexión en nuestra historia reciente.

El pistoletazo oficioso al inicio de la campaña electoral lo dio el PNV al anunciar un cambio de candidato -Imanol Pradales por Iñigo Urkullu-, noticia que fue torpemente gestionada y administrada por un partido, el de Andoni Ortuzar, que presenta síntomas de agotamiento y de distanciamiento de la realidad social.

Por mucho que durante la campaña se empeñen en comparar la retirada de Urkullu con la del patricio romano Cincinato, lo cierto es que no tienen nada que ver. Cincinato había abandonado la política y se dedicaba a la agricultura cuando fue llamado por el Senado para otorgarle poder absoluto con el objetivo de sacar a Roma de un atolladero militar. Cumplida su misión, renunció a todos los honores y retornó a su retiro agrícola.

A diferencia del apoyo unánime con que contó Cincinato por parte del Senado romano, la nefasta gestión de la sustitución de Urkullu trasluce, por un lado, la existencia de intrigas en el seno del PNV; y, por otro, un cuestionamiento de la labor realizada al frente del Gobierno vasco por el actual lehendakari. Es posible, además, que algún estudio demoscópico interno haya animado a Ortuzar a darle el sorpresivo empujón a Urkullu.

Por primera vez, parece que se resiente la tradicional hegemonía electoral del PNV en Euskadi. El tambaleo está provocando nerviosismo en las filas 'jeltzales', cuya reacción está siendo obsesionarse, de manera enfermiza, con con la única formación que realmente puede poner en cuestión su liderazgo: EH Bildu. Seguramente, en Euskadi se esté caminando hacia un bipartidismo sin mayorías absolutas, lo que recrudece el enfrentamiento entre las dos fuerzas principales. Cosas de la normalización democrática de la política vasca.

Sea como fuere, el PNV llega a estas elecciones con uno de sus grandes activos muy desgastado. El 'activo' de la buena gestión que siempre había vendido la formación de Ortuzar ha quedado en entredicho ante una ciudadanía que, en su día a día, ha padecido el deterioro de Osakidetza; ha asistido con indignación y perplejidad al macarrismo de ciertas actuaciones de la Ertzaintza; y se ha admirado con el polifacetismo de amigotes del partido, que valen lo mismo para un roto que para un descosido.

El caso más paradigmático de versatilidad lo encarna Jonan Fernández, un tipo amable que ha llevado el concepto de ‘hombre del Renacimiento’ a la categoría de meme. Desde 2013 ha servido al lehendakari del PNV como secretario general para la Paz y la Convivencia, como secretario general de Derechos Humanos, Convivencia y Cooperación, como mero asesor; o como secretario general de Transición Social y Agenda 2030. Dirige las políticas de juventud y reto demográfico del país e, incluso, fue el coordinador de las políticas autonómicas contra la pandemia de la COVID-19 y ejerció de portavoz en esta materia, ensombreciendo a la consejera del ramo. Fascina y acompleja a partes iguales.

Aun siendo un perfil digno de estudio, lo cierto es que este polifacetismo pone de manifiesto una manera de hacer las cosas por parte del PNV, que prioriza el amiguismo sobre el interés público. De hecho, es posible que el caso no pasara de chascarrillo si no fuera por que el deterioro de los servicios públicos es evidente.

Tan es así, que el propio candidato del PNV, Imanol Pradales, promete ahora mejorar Osakidetza cuando durante esta legislatura de Urkullu han estado defendiendo a capa y espada que no hay recortes en el sistema público vasco de salud, que todo funciona bien y que sólo se trata de interioricemos un cambio cultural en nuestra relación con el sistema sanitario.

Ahora Pradales nos promete atención primara en los ambulatorios de Osakidetza en 48 horas, cuando hoy en día eso es imposible hasta en atención telefónica. Más allá de la escasa credibilidad que tiene esta propuesta viniendo del PNV -¿por qué no lo ha hecho hasta ahora?-, me gustaría haber visto la cara de Urkullu o de la consejera Gotzone Sagardui al escucharla.

Por su parte, EH Bildu llega a los comicios con una trayectoria electoral ascendente y como única alternativa real al modelo actual. Su candidato, Pello Otxandiano, es una novedad, pero el grueso de la lista de la coalición soberanista repite. Pese al desgaste que puede tener en ciertos sectores la confusa postura mantenida por EH Bildu con respecto a la Ley de Educación, lo cierto es que parece que Otxandiano puede atraer un nuevo caudal de votos, al ofrecer un discurso más transversal que alimenta las ansias de cambio.

Queda por ver en qué medida la propia fortaleza de EH Bildu puede activar un voto del miedo al cambio que promete Otxandiano, algo a lo que, sin duda, recurrirán el resto de partidos tradicionales, con su irresistible recurso a una ETA que, fuera de periodos electorales, sólo es recordada por Ayuso y por Vox.

Al margen de los dos grandes protagonistas de esta contienda electoral -PNV y EHBildu-, tenemos a grupos que, con una representación mucho menor, pueden jugar un papel determinante en el nuevo Parlamento. Es es caso del PSE-EE. En las anteriores elecciones autonómicas cosechó un mal resultado (11 parlamentarios) que sirvió a los socialistas, no obstante, para integrarse en un Gobierno vasco de cuya acción parece renegar ahora su candidato Eneko Andueza, de forma tan ridícula como hiperactuada.

Andueza, después de casi una década de Gobierno del PNV con los socialistas, nos ha regalado una precampaña bajo el lema “cambiar de guion”, lo cual envía un mensaje confuso. El PSE-EE, que viaja acomodado en el sidecar de la moto que pilota el PNV, considera que dicha colaboración con los 'jeltzales' ha sido “fructífera y positiva” para el país, pero quiere un cambio de guion. El problema es que, con el peso que tiene, el cambio es imposible si no es apoyando a un grupo notablemente mayor (como PNV o EH Bildu), cuya complicidad no está buscando el candidato Andueza, precisamente.

Así las cosas, y tan condicionados como suelen estar los resultados de los socialistas vascos por la salud de su partido matriz, el PSOE, hay muchas posibilidades de que Andueza haga buenos los resultados de Idoia Mendia. Podría haber un espacio a la izquierda del PSE-EE que captara el voto que se escape de los socialistas, pero hace tiempo que ese espacio optó por el suicidio asistido, de forma que presenciamos una pugna entre Podemos y Sumar por ver quién pierde mejor. Parecen seguir pensando, como decía Churchill, que “el éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. La realidad, sin embargo, es muy tozuda y lo cierto es que en política hay una fina línea que separa el entusiasmo del desengaño, y este mundo empieza a estar curado de espanto.

Finalmente, tenemos en liza a la derecha clásica española -PP y VOX-, que no se juega nada y que sólo aspira a tener algún escaño más para poder “vender” la moto “en Madrid” de que electoralmente les va bien, incluso donde no les va bien. Como en Euskadi, afortunadamente. Las próximas generaciones lo agradecerán. ¿Dónde está el estadista?

La convocatoria de las elecciones autonómicas vascas para el próximo 21 de abril y el panorama que se dibuja en Euskadi me ha hecho recordar una de esas célebres citas del ex primer ministro del Reino Unido Winston Churchill: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Pues bien. Creo que un estadista nos vendría de perlas.

Pese a que los politólogos -al igual que sociólogos y economistas- somos más habilidosos interpretando y analizando lo que ya ha sucedido que tratando de vaticinar lo que sucederá mañana, parece que hay indicios razonables que apuntan a que estos comicios pueden suponer, ciertamente, un punto de inflexión en nuestra historia reciente.