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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Crisis en la política (o Crisis en las Izquierdas)

Asistimos, y no es una exageración, a una profunda crisis de la Política en España. Los actores no ejecutan bien su papel por varias razones: por sus escasas dotaciones ideológicas e intelectuales, por la excesiva prisa que demuestran constantemente para conquistar el Poder (el Gobierno) que les incita a defender el “pan para hoy” con urgencia aunque lleve a sufrir el “hambre para mañana”, y por la caída en picado de la credibilidad de las tradicionales formaciones de las izquierdas (anarquismo, comunismo, socialismo, e incluso liberalismo). Y es esta última razón la que más amenaza en España, mientras las derechas pactan, cambalachean y se transigen entre sí para repartirse el poder y los órganos de Gobierno. Cuenta la Biblia que quienes mataron a Cristo, después de culminar su fechoría, se repartieron las vestimentas. Como buenas gentes asimilables actualmente a las derechas, primero mataron al Redentor y después se repartieron lo superfluo. Así lo han hecho las derechas en Andalucía, sin importarles las ignominiosas y bárbaras pretensiones de Vox. Y así lo volverán a hacer en toda España si la aritmética se lo permite.

Las izquierdas discuten entre sí sobre “galgos o podencos”, como si ese debate les revistiera de dignidad. Unas izquierdas son capaces de exigir a las otras esfuerzos importantísimos (que muchas veces dificultan luego los acuerdos definitivos), dando a entender que están compitiendo por la autenticidad ideológica, aunque esa lucha les dificulte a unos y a los otros ser útiles para las vidas de los ciudadanos. Este modo de obrar termina aposentando a las diferentes izquierdas en la oposición, donde se las ven y se las desean para mostrarle los dientes a las derechas que gobiernan sin escrúpulos. Es cierto que las izquierdas deben ser rigurosas a la hora de ejercer el Gobierno para que no se convierta en un arbitrario modo de imponer el poder, pero parar los pies a las derechas debe constituir para las izquierdas una urgencia, toda vez que atenuar los riesgos derivados de una legislatura (una o más) de gobierno de las derechas supondrá siempre un tiempo y unas energías perdidas en las izquierdas.

No caben los remilgos: la dimensión ética de las izquierdas está bastante por encima de la de las derechas. Ello a pesar de que las formaciones políticas, casi sin distinción, se han visto invadidas por trapicheros sin principios ni ideología. Pero las izquierdas, por definición, han puesto siempre el objetivo en las condiciones de las vidas de las personas, en sus dignidades, y no en engordar el Capital para que sea repartido sin orden ni concierto entre las élites de aventajados, sin un compromiso de igualdad ni siquiera de equidad, como corresponde al modo de hacer de las derechas capitalistas.

Sin embargo, no vivimos buenos tiempos. Las izquierdas se acuchillan entre ellas porque quieren prevalecer. Las derechas no obran del mismo modo porque lo que desean es mandar a cualquier precio, e imponer sus intereses a los de toda la sociedad. Esta, que parece una crisis instrumental o estratégica, no es así realmente, porque a las izquierdas les aflige una crisis, a la vez ideológica y estratégica, que las impide mostrarse como soluciones y no como problemas. La lucha por el Gobierno ha de emprenderse desde el convencimiento de que hay un “enemigo” (o contrincante) al que hay que derrotar. Para las izquierdas ese “enemigo” son las derechas. Hay veces, en Política, en que el fin justifica los medios, porque dejar pasar, incluso con respeto y cortesía, a las derechas en Andalucía, -que algunos consideran un prolegómeno de lo que puede suceder en toda España-, es bautizar con agua bendita a un desaprensivo como el popular Casado, y a unos bárbaros como los cafres de VOX. ¿No cabía otra solución? ¿No debía haberse intentado otra alternativa?

Habrá que llevar a los dirigentes de los partidos democráticos españoles a Suecia para que aprendan. No me cabe ninguna duda de que los partidos políticos, en España, atraviesan una crisis profunda, en buena medida porque las ideologías en que se sustentan han perdido eficacia y credibilidad, y porque las estrategias que activan para llegar a la Moncloa están más basadas en la mera conquista del poder (para imponerse exclusivamente desde él), que en la llegada al Gobierno para construir una sociedad mejor, más justa e igualitaria.

Asistimos, y no es una exageración, a una profunda crisis de la Política en España. Los actores no ejecutan bien su papel por varias razones: por sus escasas dotaciones ideológicas e intelectuales, por la excesiva prisa que demuestran constantemente para conquistar el Poder (el Gobierno) que les incita a defender el “pan para hoy” con urgencia aunque lleve a sufrir el “hambre para mañana”, y por la caída en picado de la credibilidad de las tradicionales formaciones de las izquierdas (anarquismo, comunismo, socialismo, e incluso liberalismo). Y es esta última razón la que más amenaza en España, mientras las derechas pactan, cambalachean y se transigen entre sí para repartirse el poder y los órganos de Gobierno. Cuenta la Biblia que quienes mataron a Cristo, después de culminar su fechoría, se repartieron las vestimentas. Como buenas gentes asimilables actualmente a las derechas, primero mataron al Redentor y después se repartieron lo superfluo. Así lo han hecho las derechas en Andalucía, sin importarles las ignominiosas y bárbaras pretensiones de Vox. Y así lo volverán a hacer en toda España si la aritmética se lo permite.

Las izquierdas discuten entre sí sobre “galgos o podencos”, como si ese debate les revistiera de dignidad. Unas izquierdas son capaces de exigir a las otras esfuerzos importantísimos (que muchas veces dificultan luego los acuerdos definitivos), dando a entender que están compitiendo por la autenticidad ideológica, aunque esa lucha les dificulte a unos y a los otros ser útiles para las vidas de los ciudadanos. Este modo de obrar termina aposentando a las diferentes izquierdas en la oposición, donde se las ven y se las desean para mostrarle los dientes a las derechas que gobiernan sin escrúpulos. Es cierto que las izquierdas deben ser rigurosas a la hora de ejercer el Gobierno para que no se convierta en un arbitrario modo de imponer el poder, pero parar los pies a las derechas debe constituir para las izquierdas una urgencia, toda vez que atenuar los riesgos derivados de una legislatura (una o más) de gobierno de las derechas supondrá siempre un tiempo y unas energías perdidas en las izquierdas.