Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Diferencias de sexo y diferencias económicas
Hace poco tiempo debí cometer un error de cierta entidad cuando intervenía en un programa televisivo. Me lo ha recordado una buena amiga, dado que yo no había caído en la cuenta de mi posible error. Cuando me refería a la tan traída y llevada amante del Rey emérito, Corina, la puse el calificativo de “golfa”. Mi error fue, al parecer, no haberle aplicado idéntico calificativo al Rey ya finiquitado Juan Carlos I. Sin duda, no era aquel el momento porque no estábamos refiriéndonos a él. Desde luego que si me hubiera referido a él le hubiera dedicado el mismo calificativo, pero con una rabia mayor, pero en la ocasión se hablaba de ella y de Villarejo. De modo que, de lo que siento por la abominable actuación del Rey con sus escarceos de pillaje amoroso y monetario (siempre interrelacionados), no deben quedar dudas. Ni siquiera después de su huida a ese “lugar sin nombre” (y por tanto sin ubicación precisa) cubre sus miserias.
Pero mi amiga criticó mi omisión porque pensó que yo admitía que el Rey, por ser hombre, hiciera abusos y excesos con una mujer a la que, por serlo, tachaba de golfa. Nada más lejos de la realidad. Empieza a ser algo agobiante que se supervisen los términos que se usan en las conversaciones con microscopio, o telescopio incluso, sin detenerse a interpretar las palabras en el contexto en que se usan. No es igual lo que se expresa en un medio escrito que lo que se dice en una conversación, por muy serios que sean ambos pasajes, porque la conversación va acompañada de gestos y formas de expresión oral que ayudan a interpretar lo dicho, y los textos escritos suelen ser leídos e interpretados sin que su autor y protagonistas puedan explicar o añadir nada.
Vivimos tiempos difíciles de interpretar. Si hubiera llamado “golfo” al Rey emérito, sin referirme a nadie más, seguro que nadie me hubiera reconvenido ni exigido que usara el mismo apelativo para su acompañante Corina. Es verdad que en nuestra sociedad se sigue usando un lenguaje que discrimina, siquiera en las formas, a la mujer respecto del hombre, pero no suele ser el lenguaje lo más importante, sino las leyes y costumbres que, aún, discriminan a la mujer. Mujeres u hombres, unas y otros, se trata de ciudadanas/os, de personas que tienen que disfrutar de los mismos derechos y tratamientos, aunque no falten los pasajes o momentos en que hombres, absurdos y desequilibrados en sus convicciones, aún crean en su superioridad como si se tratara de pertenecientes a un sexo “superior”. E igualmente se dan casos en que hay Mujeres que hacen valer sus derechos, no tanto para reclamarlos cuando se sienten perjudicadas, sino para extremarlos y desacreditar a los hombres.
No somos iguales, es evidente. Tenemos determinadas posibilidades tan específicas del sexo de cada cual, que solo una interpretación desapasionada (o quizás apasionada, tanto da) de nuestras potencialidades y funciones puede conducirnos a creer en la igualdad entre hombres y mujeres. No es el momento adecuado para establecer cuál ha de ser el punto en que tengamos que coincidir. Como personas debemos ser conscientes de que todos somos iguales ante la Ley y ante la Vida…Pero lo que realmente establece diferencias dañinas para nuestra convivencia, no es estrictamente el aspecto del sexo de cada cual… Lo que más nos desequilibra son nuestras economías, de modo que entre las clases pudientes y adineradas el machismo se soporta con diferente aplomo, con otra alegría (que diría mi abuela), con otra idiotez…Lo cual no es óbice para que trabajemos en aras de una igualdad entre todos los humanos, mujeres u hombres.
Hace poco tiempo debí cometer un error de cierta entidad cuando intervenía en un programa televisivo. Me lo ha recordado una buena amiga, dado que yo no había caído en la cuenta de mi posible error. Cuando me refería a la tan traída y llevada amante del Rey emérito, Corina, la puse el calificativo de “golfa”. Mi error fue, al parecer, no haberle aplicado idéntico calificativo al Rey ya finiquitado Juan Carlos I. Sin duda, no era aquel el momento porque no estábamos refiriéndonos a él. Desde luego que si me hubiera referido a él le hubiera dedicado el mismo calificativo, pero con una rabia mayor, pero en la ocasión se hablaba de ella y de Villarejo. De modo que, de lo que siento por la abominable actuación del Rey con sus escarceos de pillaje amoroso y monetario (siempre interrelacionados), no deben quedar dudas. Ni siquiera después de su huida a ese “lugar sin nombre” (y por tanto sin ubicación precisa) cubre sus miserias.
Pero mi amiga criticó mi omisión porque pensó que yo admitía que el Rey, por ser hombre, hiciera abusos y excesos con una mujer a la que, por serlo, tachaba de golfa. Nada más lejos de la realidad. Empieza a ser algo agobiante que se supervisen los términos que se usan en las conversaciones con microscopio, o telescopio incluso, sin detenerse a interpretar las palabras en el contexto en que se usan. No es igual lo que se expresa en un medio escrito que lo que se dice en una conversación, por muy serios que sean ambos pasajes, porque la conversación va acompañada de gestos y formas de expresión oral que ayudan a interpretar lo dicho, y los textos escritos suelen ser leídos e interpretados sin que su autor y protagonistas puedan explicar o añadir nada.