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El difícil, pero posible, pacto escolar vasco
La LOMLOE ha pasado el trámite del Congreso con un voto de más para alcanzar la mayoría necesaria, alineándose con la dinámica pendular de las leyes orgánicas de educación, lo que —dicen los expertos— le augura una vida tan corta o larga como lo que se tarde en cambiar de gobierno. Las circunstancias son diferentes, pero no deja de ser un aviso para cualquier navegante que en su hoja de ruta tenga el llegar a un acuerdo educativo, como es el caso de Bildarratz.
Alguna vez le he oído a Gabilondo que pactar es un arte y que no hay unas fórmulas que garanticen de antemano el éxito, como él mismo pudo experimentar. Pactar es muy difícil y en el contexto de nuestra educación vasca más todavía, por el cruce de ejes social e identitario. No es de extrañar que Bildarratz, que desde el comienzo ha enarbolado la bandera del acuerdo, haya declarado en sede parlamentaria que siente vértigo ante la tarea.
Una condición imprescindible, aunque insuficiente, es el famoso “talante”. Hay que reconocer que tras los años grises que nos han precedido, el actual consejero, en una coyuntura desfavorable, ha conseguido rebajar notablemente y en poco tiempo el soufflé de la tensión educativa y se ha puesto a dialogar con mucha gente, incluidos profesionales a pie de obra. Otro aspecto de agradecer es que, aunque ha puesto la meta final en la ley de la educación vasca, ha establecido la secuencia de primero acuerdo y después ley, como creo que debe ser.
La pretensión debe ser conseguir una acumulación de fuerzas que permita dar cobijo a una mayoría social suficiente que respalde lo acordado, aunque se queden fuera los extremos
Aunque estos primeros compases caracterizados por la cortesía no son un mal comienzo, una vez que la pandemia afloje toca bajar al lodo. Entonces, esa manifiesta voluntad inclusiva del consejero de contar con todos los agentes y con todas las propuestas veremos qué puede dar de sí. La experiencia política que le precede le servirá de gran ayuda, sin duda. No obstante, no exento de cierto atrevimiento, me animo a compartir algunas reflexiones sobre lo que creo que no se debe hacer, concluyendo después con una propuesta.
Para personas con talante ambicioso, dicho esto ahora sin connotación peyorativa, es muy difícil sustraerse a la tentación de pretender un acuerdo de todos y en todo. Respecto a lo primero hay que asumir que los acuerdos son como una manta corta con la que no se pueden tapar todos a la vez. La pretensión debe ser conseguir una acumulación de fuerzas que permita dar cobijo a una mayoría social suficiente que respalde lo acordado, aunque se queden fuera los extremos. Para ello es necesario tener una escala definida, priorizada, entre todos los valores a conjugar y buscar alianzas en esa dirección, aunque sean de un sector diferente al que me sitúo de partida. Se impone aparcar la soka-tira y funcionar con criterios de bien común. También hay que decir que quien quiera salir del proceso sin romper un plato o sin rasguños, probablemente de los suyos, no conseguirá llegar a la orilla del acuerdo.
Respecto a lo segundo, es decir, la ambición de querer lograr lo que hoy se reclama como un Gran Pacto Global, será preciso recordar aquello de que lo mejor puede ser enemigo de lo bueno y a veces conviene operar inductivamente de lo particular a lo general, aunque sin dejar de avanzar. Llevamos demasiado parón en la educación vasca para permitirnos seguir inmóviles la presente legislatura. Quizá haya que operar por partes.
Otro error —o maniobra de despiste— puede consistir en convertir en objeto de pacto aquello sobre lo que solo puede haber debate técnico, pero no ideológico, pasando de puntillas por los temas más controvertidos. Para entendernos, la digitalización, el reforzamiento de los equipos directivos y del liderazgo pedagógico, la necesidad de desarrollar un marco normativo para una mayor autonomía de los centros públicos o la necesidad de evaluar el sistema son temas muy necesarios y urgentes, pero no deben representan mayor dificultad para acordar entre diferentes.
Desde lo dicho hasta aquí, me atrevo, entonces, a proponer dos temas prioritarios, muy delicados, pero insoslayables para el acuerdo. El primero sería en torno a la segregación escolar. Si alguno prefiere menos crudamente formulado, en positivo, diremos que necesitamos acordar para avanzar en la cohesión social de nuestro sistema. Creo que el “Pacto contra la segregación escolar” de Cataluña puede ser un buen referente. Y el segundo tema sería el currículum, en relación con la continuidad o no de Heziberri 2020.
Ambas cuestiones son neurálgicas, porque no se refieren solo aspectos particulares, sino que tienen un carácter sistémico, es decir, arrastran consigo una constelación de cuestiones que obligan a tocar muchos aspectos clave del “sistema nervioso” educativo vasco, incluido el tema lingüístico. Expresan además las dos aspiraciones sustanciales de todo sistema educativo: la equidad y la calidad. Solo un liderazgo audaz e inteligente puede y debe intentarlo. Si pactar es necesario, debemos hacerlo posible.
La LOMLOE ha pasado el trámite del Congreso con un voto de más para alcanzar la mayoría necesaria, alineándose con la dinámica pendular de las leyes orgánicas de educación, lo que —dicen los expertos— le augura una vida tan corta o larga como lo que se tarde en cambiar de gobierno. Las circunstancias son diferentes, pero no deja de ser un aviso para cualquier navegante que en su hoja de ruta tenga el llegar a un acuerdo educativo, como es el caso de Bildarratz.
Alguna vez le he oído a Gabilondo que pactar es un arte y que no hay unas fórmulas que garanticen de antemano el éxito, como él mismo pudo experimentar. Pactar es muy difícil y en el contexto de nuestra educación vasca más todavía, por el cruce de ejes social e identitario. No es de extrañar que Bildarratz, que desde el comienzo ha enarbolado la bandera del acuerdo, haya declarado en sede parlamentaria que siente vértigo ante la tarea.