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Elecciones

Siempre tendemos a creer que las demás personas, todos aquellos que nos rodean, piensan igual que nosotros. Nos gusta suponer que el planeta está habitado por gente buena, sustancialmente buena, dando por hecho que para curar a un psicópata, por ejemplo, bastaría con darle un cachorro, un abrazo, unas monedas con las que pueda comprarse unas cuántas chorradas y un instrumento musical con el que distraer el habitual tedio de los domingos por la tarde. Pero no es así.

Un psicópata puede entrar en tu cerebro e intentar imaginar lo que piensas, pero nunca podrá comprender como te sientes. Un psicópata puede llegar a relacionarse social, económica e intelectualmente de manera significativa, incluso bastante más brillante de lo habitual, pero siempre concebirá a las demás personas como objetos. Siempre. Por mucho que le ofrezcas un cachorro, un abrazo, 150.000 euros para que se largue a las islas Marquesas a dar la tabarra o una flauta con la que entonar angélicas tonadas durante las lánguidas tardes de los domingos. La falta de empatía, la incapacidad para ponerse en el lugar de los otros, la falta de conciencia y la total ausencia de remordimiento son las características principales de los psicópatas.

También les determina su naturaleza impulsiva, su irresponsabilidad, su irritabilidad y su constante búsqueda de algo nuevo que les excite. No resulta demasiado extraordinario tropezarse con personas así pero la característica principal de estos sujetos, repito, es su profunda carencia de empatía y conciencia.

Los psicópatas no son solo los fríos asesinos de las películas ni los que te pegan un tiro en la nunca porque tu identidad nacional no coincide con la suya.

Están en todas partes, viven entre nosotros y tienen formas mucho más sutiles de hacer daño que las meramente físicas. Los peores llevan ropa de marca, móvil de última generación, sonrisa dentífrica, maneras de prelado cardenalicio y ocupan soberbios despachos en la política y las finanzas. Los ciudadanos no les vemos, o no queremos verlos si de esta manera obtenemos algún beneficio. Hace años el científico Robert Hare, tras una conferencia cualquiera sobre psicopatías, solía afirmar que los asistentes le comentaban que “has descrito a una persona que conozco en mi trabajo, en mi círculo de amistades o en mi familia”.

El psicópata no siente ninguna angustia personal ni tiene ningún problema. El problema lo tienen quiénes conviven con ellos. Los países, pocos, cultos, sabios, donde todavía hay una mayoría de ciudadanos que razonan, tratan de descubrir cuáles de sus candidatos a la presidencia del gobierno son unos psicópatas y no les votan. Los otros países, Estados Unidos, Brasil, Hungría, Rusia, Italia, Israel, Turquía, etcétera, etcétera, hacen justamente lo contrario. En todas las convocatorias electorales la disyuntiva siempre es esta. También en las elecciones a celebrar este próximo domingo en España. Incluso en Rentería.

Siempre tendemos a creer que las demás personas, todos aquellos que nos rodean, piensan igual que nosotros. Nos gusta suponer que el planeta está habitado por gente buena, sustancialmente buena, dando por hecho que para curar a un psicópata, por ejemplo, bastaría con darle un cachorro, un abrazo, unas monedas con las que pueda comprarse unas cuántas chorradas y un instrumento musical con el que distraer el habitual tedio de los domingos por la tarde. Pero no es así.

Un psicópata puede entrar en tu cerebro e intentar imaginar lo que piensas, pero nunca podrá comprender como te sientes. Un psicópata puede llegar a relacionarse social, económica e intelectualmente de manera significativa, incluso bastante más brillante de lo habitual, pero siempre concebirá a las demás personas como objetos. Siempre. Por mucho que le ofrezcas un cachorro, un abrazo, 150.000 euros para que se largue a las islas Marquesas a dar la tabarra o una flauta con la que entonar angélicas tonadas durante las lánguidas tardes de los domingos. La falta de empatía, la incapacidad para ponerse en el lugar de los otros, la falta de conciencia y la total ausencia de remordimiento son las características principales de los psicópatas.