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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Yo, en español. Y tú, ¿zergatik ez?

Una pregunta de concurso bastante facilita. Tres amigos desde su época universitaria se reencuentran periódicamente en algún lugar de España para hablar de sus cosas. Uno es vasco, otro catalán, y un tercero, gallego. Y cada cual hablante activo de su idioma específico. La pregunta es: ¿en qué lengua se darán a conocer cómo les va la vida? Supongo que no es necesario poner por delante el “un, dos, tres, responda otra vez” del viejo concurso televisivo, para dar tiempo a conocer la respuesta. Esa en la que todos pensamos: los tres amigos plurinacionales y plurilingües se comunicarán en lo que algunos llaman despectivamente la “lengua del Imperio” y los unionistas irredentos denominamos “español”.

Dado el arraigo de nuestros dogmas patrióticos, da un poco de corte reconocer que el castellano es nuestra lengua más universal: la que permite que andaluces, gallegos, catalanes… y hasta vascos nos podamos entender sin mayores dificultades. La que hace posible que más de cuarenta millones de personas nos movamos con soltura y comodidad por todo el territorio español y por una gran parte del mundo. Y, además, y por ceñirnos a Euskadi, la lengua en la que espontáneamente se expresa una abrumadora mayoría social, lo que quiere decir que es la lengua más propia de los vascos.

Y es, además, con el euskera, lengua oficial del país. Se entiende mal, por eso, la dieta de silencio que se le pretende imponer, con la idea, más o menos explícita, de que así se ayuda mejor al uso y difusión social del euskera. Un objetivo, éste último, que precisa de un cambio sustancial de los hábitos lingüísticos de los vascos, según afirmó en su día el lehendakari Urkullu. De manera que, para que los euskaldunes puedan expresarse “en cristiano” (según su versión particular), resulta ya absolutamente necesario que los castellanoparlantes a palo seco: o bien permanezcamos mudos por un espacio de tiempo indeterminado; o nos aprestemos a juntar retazos euskéricos y hablar de mentirijillas para cumplir con el expediente.

No parece, por otra parte, que nuestras autoridades pongan todo su esmero en prestigiar la lengua del país que más se usa, ni por resaltar las ventajas que nos ofrece el hecho de conocerla y usarla. A lo más, se concede que el español “ya se aprende en la calle”. Y se concede con bastante desgana y sólo hasta cierto punto, si tenemos en cuenta lo mal que se lleva que los escolares abandonen el euskera en sus recreos para pasarse descaradamente a la utilización del castellano. Se conoce que en la Euskadi del derecho a decidir resulta bastante problemático que los chavales decidan en qué lengua quieren comunicarse con sus compañeros de clase, cuando no andan de por medio apremios pedagógicos.

Y eso que hubo un tiempo –allá, por el pleistoceno de nuestro autogobierno- en que desde el nacionalismo se reconocía con la boca pequeña que algo tenía que ver la lengua española con el pueblo vasco. Era la época en que el lehendakari Garaikoetxea se refería al euskera como el “hermano enfermo” que había que cuidar con especial solicitud, sin que por ello tuviera que enfadarse el “hermano sano”.

Décadas después, éste último ha quedado cada vez más arrinconado como lengua vehicular de la enseñanza, al implantarse la pretensión de hacer del euskera el “eje” de nuestro sistema educativo, dejando al castellano en posición claramente subsidiaria. Pero seguro que aún se puede hacer más para que al hermano sano se le dé el golpe de gracia definitivo en la escuela vasca, a juzgar por las presiones de los sindicatos abertzales para conseguir la inmersión lingüística que garantice la euskaldunización plena de la educación.

No sé si está aún el horno para esos bollos teniendo en cuenta los datos, bastante desoladores, que la consejera Uriarte viene difundiendo en los últimos tiempos. Por ejemplo, los que aseguran que sólo seis de cada diez alumnos dominan el euskera (en el que estudian) al acabar su formación obligatoria. Algo que le ha llevado a poner en marcha el Plan Lector de la Comunidad Autónoma Vasca (Irakurketa Plana); una iniciativa que sería laudable, si no fuera porque lo que en ella se pretende no es otra cosa que “compensar la desigualdad de uso social de las dos lenguas oficiales”. Un eufemismo para decir lo que no se quiere decir abiertamente: que para extender el uso del euskera entre la población vasca, el del español tiene que retroceder necesariamente.

Digámoslo todavía más claro: si queremos vivir “en euskera”, hablar en castellano, además de sobrar, estorba. Es la lógica del nacionalismo que rige nuestros destinos e impone sus prioridades por la vía del “sí o sí”. Y hasta se podría afirmar que, al paso que vamos, a la lengua mayoritaria de los vascos le van a quedar dos teleberris, si no fuera por la presencia predominante de la lengua española en nuestros medios públicos de comunicación; lo que, dicho sea de paso, no parece demasiado coherente con esa euskaldunización compulsiva que se promueve en otros ámbitos. Yo, al menos, no termino de entender que lo que se pretende hacer por el euskera desde el sistema educativo se deshaga desde la ETB. A lo mejor esto me pasa porque mi sentido de la lógica no es enteramente vasco.

Una pregunta de concurso bastante facilita. Tres amigos desde su época universitaria se reencuentran periódicamente en algún lugar de España para hablar de sus cosas. Uno es vasco, otro catalán, y un tercero, gallego. Y cada cual hablante activo de su idioma específico. La pregunta es: ¿en qué lengua se darán a conocer cómo les va la vida? Supongo que no es necesario poner por delante el “un, dos, tres, responda otra vez” del viejo concurso televisivo, para dar tiempo a conocer la respuesta. Esa en la que todos pensamos: los tres amigos plurinacionales y plurilingües se comunicarán en lo que algunos llaman despectivamente la “lengua del Imperio” y los unionistas irredentos denominamos “español”.

Dado el arraigo de nuestros dogmas patrióticos, da un poco de corte reconocer que el castellano es nuestra lengua más universal: la que permite que andaluces, gallegos, catalanes… y hasta vascos nos podamos entender sin mayores dificultades. La que hace posible que más de cuarenta millones de personas nos movamos con soltura y comodidad por todo el territorio español y por una gran parte del mundo. Y, además, y por ceñirnos a Euskadi, la lengua en la que espontáneamente se expresa una abrumadora mayoría social, lo que quiere decir que es la lengua más propia de los vascos.