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La Euskadi silenciada

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En Euskadi, ese invento incompleto de Sabino Arana, casi el 70% de la población votó en las elecciones autonómicas de 2020 a partidos nacionalistas o ultranacionalistas (PNV y EH Bildu). Y si incluimos a los partidos pseudonacionalistas (PSE-EE y Elkarrekin Podemos-IU, que han decidido que parar rascar algo deben parecer un tanto nacionalistas), la cifra se acerca mucho al 90%. De los que votan, claro, que fueron 911.089 personas. Porque hubo casi otros tantos 883.227 que se abstuvieron y que, por su número, fueron los verdaderos ganadores de las elecciones.

Esta concentración explica por qué el Gobierno vasco lleva en manos nacionalistas más de 40 años, con la excepción de la legislatura de Patxi López, y por qué estos partidos obtienen en Madrid una representación que les permite decidir quién gobierna en toda España.

¿Cómo lo hacen? ¿Cómo consiguen semejante concentración de votos que es la envidia de los partidos de todo occidente? En primer lugar, hay que decir que no es fácil y hay que reconocer la habilidad y la inteligencia del PNV al ser capaz de montar un auténtico 'sistema social' que arroje estos resultados. Otra cosa es que sea democrático y aceptable moralmente, pero esto al PNV no le ha importado nada en ningún momento de su historia. Y digo al PNV porque el verdadero autor del 'sistema' es el PNV, aunque ahora esté recogiendo las nueces EH Bildu, un advenedizo que, actuando también con astucia y sin escrúpulos, esté logrando desbancar a su hermano mayor.

El 'sistema' consiste en utilizar el poder de las instituciones para comprar votos. Y es muy viejo como idea, aunque difícil de implementar tan bien como lo hace el PNV. Veamos un ejemplo: si tú quieres que tu familia prospere, es decir, que no tenga problemas sociales, que encuentre trabajo, que tu empresa crezca, a poco que analices el entorno que te rodea, enseguida descubrirás que debes mostrarte socialmente pronacionalista, porque lo es tu jefe y lo es tu cliente, porque lo es tu vecino y lo es la profesora de tu hija, porque todo lo que te rodea lo es. Y para mostrarte pronacionalista lo tienes fácil: lo puedes hacer yendo con frecuencia al 'batzoki' y entablando relación con los parroquianos, dejando caer tu simpatía o tu admiración por la historia, la prosperidad o el Gobierno de Euskadi, es decir, mostrándote un buen nacionalista. Pero también lo puedes hacer en el AMPA, donde tus comentarios serán bien recibidos por la mayoría, porque los que no lo comparten no se atreven a manifestarse, lo puedes hacer en tu grupo de amigos, en la comunidad de vecinos o con los compañeros de trabajo. Pasado un tiempo prudencial en el que hayas sido identificado socialmente como “proclive al nacionalismo” ya puedes dar más pasos: afiliarte al partido, colaborar económicamente con él o asistir a actos donde te encontrarás a amigos y compañeros de trabajo que te reconocerán como afín y te confirmarán la afiliación.

A partir de ese momento ya puedes estar tranquilo: no estás solo, tienes detrás toda una tribu, numerosa y poderosa que te protege. No te faltará trabajo, no te faltarán clientes, no te faltarán amigos, no te faltarán oportunidades. Y eso es muy tranquilizador y muy provechoso.

Puede que hasta un día alguien te proponga ir en las listas electorales de un ayuntamiento y con el tiempo, porque todo este proceso requiere tiempo, como el buen vino, puede que hasta te ofrezcan, si tienes el perfil para ello, un cargo institucional de los miles que tienen en sus manos: concejal, asesor, parlamentario o simplemente te ofrezcan un puesto de trabajo en un lugar clave de la Administración, a la que te ayudarán a entrar con información privilegiada que resultará clave y oportuna, o de la empresa privada donde por supuesto deberás colaborar en identificar nuevos potenciales nacionalistas e incorporarlos al partido o a sus votantes.

Y todo esto es completamente legal, socialmente aceptable y políticamente muy rentable. Solo tiene un problema: es humanamente rastrero. Pero no es nuevo: lo han utilizado todos los sistemas totalitarios que en el mundo ha habido. Sin ir más lejos, la aceptación social que el franquismo obtuvo al final de su etapa fue por el mismo proceso. Y si, en ese momento en el que hasta en los estadios de la sabiniana Euskadi se aclamaba y aplaudía con entusiasmo a su excelencia, se hubiesen hecho elecciones, el franquismo habría ganado por goleada.

Y darle la vuelta a este proceso una vez consolidado es muy difícil y requiere mucho tiempo y energía. Y solo se puede hacer de la misma forma que se abre una ostra: incidiendo en el punto débil de forma enérgica. Y el punto débil del nacionalismo es la abstención: los casi 900.000 vascos que se abstienen en las elecciones.

Son la Euskadi silenciada, los parias del régimen, los no invitados a la fiesta, los marginados. Los que no hablan euskera ni votan al PNV ni a EH Bildu, pero que tienen que tragar con que a sus hijos les adoctrinen en la escuela pública si no quieren irse de Euskadi, los que tienen que ver todos los días los letreros en euskera en el colegio al que llevan los niños (niños que ya votarán nacionalista porque tú no quieres decirles lo que piensas para que no tengan problemas), la misma que les obliga a estudiar en euskera aunque les cueste muchísimo más aprender matemáticas, los que se callan ante los comentarios nacionalistas en los trabajos, en las chats del colegio, en los bares e incluso llegan a esgrimir una tímida sonrisa de complicidad para no sentirse marginados, los que tampoco encuentran un partido que les defienda, un líder con el que identificarse, los que no encuentran un grupo que les proteja, los que tienen que buscarse la vida solos y sacar a su familia adelante en un clima hostil, son los que no pueden decir lo que piensan o los que ya directamente no piensan para no amargarse, los que deciden alejarse de la política porque les da asco y fantasean con que se trata de algo ajeno a ellos, los que solo quieren sobrevivir en paz en esta Euskadi nacionalista, una, grande y libre. De entre esos, los más valientes son la única esperanza de Euskadi. Pero detrás hay muchos. 

En Euskadi, ese invento incompleto de Sabino Arana, casi el 70% de la población votó en las elecciones autonómicas de 2020 a partidos nacionalistas o ultranacionalistas (PNV y EH Bildu). Y si incluimos a los partidos pseudonacionalistas (PSE-EE y Elkarrekin Podemos-IU, que han decidido que parar rascar algo deben parecer un tanto nacionalistas), la cifra se acerca mucho al 90%. De los que votan, claro, que fueron 911.089 personas. Porque hubo casi otros tantos 883.227 que se abstuvieron y que, por su número, fueron los verdaderos ganadores de las elecciones.

Esta concentración explica por qué el Gobierno vasco lleva en manos nacionalistas más de 40 años, con la excepción de la legislatura de Patxi López, y por qué estos partidos obtienen en Madrid una representación que les permite decidir quién gobierna en toda España.